El realizador estadounidense Steven Soderbergh llega este lunes al medio siglo y lo hace con una idea muy reflexionada: la de cerrar una etapa de frenética actividad en el cine e iniciar algo diferente en la literatura, el teatro y las artes plásticas.

"En enero todo tiene que estar hecho y me voy a reiniciar", aseguró el realizador en una entrevista con Efe hace unos meses, en la que aseguró que se había trazado un plan a cinco años que comenzó cuando estaba haciendo "Che" y que ahora terminaba para poder hacer algo diferente.

Entre sus proyectos para un futuro inmediato está el escribir un libro de cine, así como dedicarse al teatro y a las artes plásticas, especialmente al dibujo y a la pintura, a las que quiere llevar técnicas cinematográficas.

Pero antes de empezar esa nueva etapa que le alejará del cine, Soderbergh tiene que finalizar dos trabajos como realizador.

Por un lado ya tiene ultimada su última película, "Side effects", un thriller de acción que llevará al próximo Festival de cine de Berlín, que se celebrará del 7 al 17 de febrero.

Una película que participará en la competición oficial de la Berlinale y en la que el realizador de Atlanta ha contado con Rooney Mara, Channing Tatum, Jude Law o Catherine Zeta-Jones, entre otros nombres de un largo reparto.

Un filme con el que vuelve a las grandes producciones tras películas de menor presupuesto como "Haywire" (Indomable) o "Magic Mike", estrenada hace apenas seis meses.

Y todavía tiene un último proyecto en marcha, aunque en este caso para televisión. Se trata de "Behind the candelabra", un filme protagonizado por Matt Damon, Michael Douglas y Rob Lowe que ha realizado para el canal televisivo HBO y es que, aunque quiere dejar el cine, Soderbergh no descarta volver a dirigir en el futuro, pero para la pequeña pantalla.

Un medio en el que ya ha trabajado, con series como "Fallen angels" o "K street" y que le interesa ahora más que el cine. Solo hay que oirle asegurar que para él "Los Soprano" es una de las "piezas de arte más importantes creadas en EEUU" en medio siglo.

Y lo dice un director que sorprendió y revolucionó el mundo del cine en 1989 cuando presentó "Sexo, mentiras y cintas de vídeo", una película que realizó cuando solo tenía 26 años y por la que optó al Óscar al mejor guión.

La estatuilla la ganaría en 2001 como director por "Traffic", uno de sus filmes más alabados.

Pero además de esos dos títulos, hay un montón de películas que han construido una de las carreras más heterogéneas del cine actual, con incursiones en grandes y pequeñas producciones, en historias puramente holywoodienses con otras en las que primaba la diversión del director por encima de cualquier otra consideración.

"Un romance muy peligroso" fue en 1998 la película que marcó una etapa de madurez en su carrera que seguiría con "Erin Brockovich" (2000), un filme por el que Julia Roberts consiguió el Oscar y que acumuló otras cuatro nominaciones, al mejor secundario (Albert Finney), guión, director y película.

Pero fue su siguiente trabajo, "Traffic", con Michael Douglas, Benicio del Toro y Catherine Zeta Jones el que marcó el punto álgido de su carrera.

Consiguió el Oscar al mejor director, montaje, guión y actor secundario -para Del Toro-, aunque se le escapó el de mejor película.

Sin embargo, eso pareció ser suficiente para Soderbergh que a partir de ese momento fue saltando de proyectos a una velocidad de vértigo, compaginando producciones glamourosas, como las tres entregas de Ocean -con George Clooney, Julia Roberts, Brad Pitt o Matt Damon- con películas mucho más complicadas desde el punto de vista comercial, como "Solaris".

También se metió en un macroproyecto de resultado dispar, "Che", que dividió en dos entregas, y en películas curiosas y de marcado carácter experimental, como "The girlfriend experience", "The last time I saw Gregg" o "Indomable".

Sin olvidar su ingente labor como productor de títulos como "Pleasantville", "The jacket", "Syriana", "Michael Clayton" o "I'm not there".

Tras tantos años sin parar, los 50 quizás le aporten a Soderbergh esa calma que transmitían sus primeras películas y que se convirtió en un vértigo al que ahora quiere renunciar.