La última noche del año en la tele es, desde hace varios, la cosa tonta de ver si Cristina Pedroche acaba enseñando el chichi. Este tampoco lo enseñó. Y también si Alberto Chicote seguirá adelgazando. A ver en qué quedan asuntos tan capitales cuando termine el que acaba de comenzar.

Ya ni siquiera interesa saber cómo lo hizo Roberto Leal en su estreno en La 1 -qué traje más feo le pusieron-, junto a la maestra Anne Igartiburu.

Y por supuesto, las uvas en Telecinco son un agujero negro televisivo. Han pasado no sé cuántos días y aún no me he enterado de quién puso la cadena para acompañar a su audiencia.

La nochevieja no es nada de eso. La nochevieja es, también desde hace algunos años, el especial de La 2 de ‘Cachitos de hierro y cromo’. Podría ahorrarme esta pieza yéndome a mi archivo, copiar el artículo del pasado año, y publicarlo hoy. Junto al especial de José Mota, ‘Cachitos de hierro y cromo’, copando las dos cadenas públicas nacionales, es lo mejor de la noche. Pero lo mejor, con abismal diferencia, con descojonante diferencia. El ‘Cachitos’ que marida archivos de RTVE, que echa mano de gente de Radio 3, y que presenta Virginia Díaz, alcanzó una cota de humor que rozó la gloria este año, una combinación de ingenio, inteligencia, chispa, hilaridad, complicidad y arañazo social que consiguió que muchos no pudiéramos irnos a la cama a la hora en que nos hubiera gustado para estar frescos y escuchar en pijama el Concierto de Año Nuevo del día siguiente, el otro gran clásico de estos días.

Valga este ejemplo. Mientras cantaba Bertín Osborne el 'New York' de Frank Sinatra, se leía en los rótulos 'La Vox'. Resumir en una palabra tanta mala uva es cosa de ingenio, acidez y tino. Qué grandes.