Da la impresión que el tono grisáceo e irrelevante de su figura se ha contagiado tanto al actor que lo incorpora, el casi siempre notable Woody Harrelson, como al director Rob Reiner, porque esta incursión en la personalidad del que hizo el número 36 de los presidentes de Estados Unidos, Lindon B. Johnson, carece de estímulos y de virtudes para entrar en el terreno de lo consistente y de la convicción. De hecho, tanto durante su mandato como visto desde la perspectiva que dan los años transcurridos, prevalece esa sensación de que fue un presidente sin carisma, un político de paso que ni siquiera supo hacer frente a sus dos grandes desafíos, la guerra de Vietnam, que pasaba por un trance peor, en víctimas y en rechazo social, cuando dejó la Casa Blanca que al entrar en ella, como la Ley de Derechos Civiles. Eso sí, mientras en esta última llegó finalmente a buen puerto, lo que significó el fin del racismo en Estados Unidos, la contienda del sureste asiático concluyó como un rotundo fracaso.

Es un hecho que Rob Reiner, que tiene cosas tan destacadas e inolvidables como 'Cuenta conmigo', 'La princesa prometida' y 'Algunos hombres buenos', atraviesa desde hace dos décadas una crisis notoria que le ha convertido en un director típico de serie B. Instalado en la comedia o en el melodrama sensiblero, su habitual fertilidad creativa ha pasado a mejor vida. El Johnson que ofrece aquí sigue, por desgracia, esos pasos, sin lograr salir del pozo. La película comienza a finales de los 60, cuando los demócratas se enfrentan a la elección de su candidato a la presidencia, una batalla que es cosa de dos, Johnson y John F. Kennedy, un joven católico de origen irlandés que se hace con el triunfo. Desgraciadamente, Kennedy fue víctima de un atentado el 22 de noviembre de 1963 que acabó con su vida en uno de sus mejores momentos, con una fidelidad considerable. Un magnicidio que abrió paso a un Johnson que ganó los comicios con una abrumadora mayoría y que vivió en buena medida de las rentas de su predecesor.