Otra muestra del magisterio y de la categoría que ha adquirido el cine de animación japonés, tanto más meritorio cuanto se aferra por completo a la artesanía del género, el tradicional dibujo animado sin caer en la tentación de las nuevas tecnologías digitales. Aquí las sensaciones están a flor de piel gracias al meritorio trabajo de unos profesionales que saben llegar al corazón del espectador con pocos artilugios, pero con mucha sensibilidad, algo que se aprecia de forma específica en los momentos en que el bebé llora reclamando a su madre o cuando revela su felicidad tras recibir dosis de cariño.

Otra cosa que conviene valorar para medir mejor los méritos de la directora y guionista Mary Okada, es que estamos ante su opera prima. Hasta su debut en el largometraje su actividad en este terreno se limitaba a sus funciones de guionista en 'El himno del corazón' y en la serie 'Anohana. The flower we saw that day'. En 'Maquia. Una historia de amor inmortal', sin embargo, controla los resortes de la película, demostrando unas cualidades notorias en los diferentes apartados de la misma, sobre todo en la elaboración y diseño de unos fondos preciosos, gran parte de los cuales, con deliberada atención a los decorados laboriosos urbanos, han necesitado de la fotografía real.

Con semejante equipamiento técnico y artístico se superan los obstáculos que presenta un largometraje de casi dos horas que nos pone en contacto con el pueblo de Iorph, aislado de las tierras de los hombres. Maquia es una joven huérfana que se siente siempre sola a pesar de estar rodeada de amigos. Pero lo más preocupante es que su existencia se convierte en una cita con el peligro desde el momento en que el ejército Mezarte recurre a la invasión para encontrar la sangre que les permite permanecer jóvenes durante siglos. La situación es límite, pero en este caos irrumpe Ariel, un bebé que se ha quedado solo y huérfano y que se topa con Maquia. De este modo, mientras Ariel va creciendo, Maquia mantiene su juventud.