Antonio Vera, un hombre generoso que lega una estela de sonrisas

Fue mecánico y perito tasador en la Renault y, al jubilarse, era mítica su habilidad jugando al dominó con su peña en la taberna El Secretario

Antonio Vera

Antonio Vera

Pascual Vera

Pascual Vera

Ha muerto Antonio Vera Moreno, mi tío más grande. En todos los sentidos. Nacido a finales de febrero de 1936, Antonio fue un niño de la posguerra que vivió aquellos difíciles años buscándose la vida y ayudando pronto con su trabajo a la precaria economía familiar, al igual que hizo Domingo, su hermano mayor, mi padre, así como el resto de sus hermanos menores, Pascual y Pedro.

Pocos años de colegio y muchos de trabajo, primero como mecánico en el garaje Maestro Perkins, y más tarde en la Renault, donde ejerció de perspicaz jefe de recepción, identificando de un vistazo las enfermedades de aquellos Dauphine, Ondine, Gordini y R-4, y los posteriores R-8, R-10, R-12, R-5, R-6... 

Como recepcionista, tras un primer vistazo, enviaba el vehículo a la sección correspondiente, con precisos consejos a los mecánicos. Más tarde ejerció como perito tasador de siniestros de automóviles, labor en la que ejerció las dos últimas décadas de su vida laboral.

En el ínterin, que fue el resto de su vida, Antonio Vera bebió y disfrutó la vida utilizando las cartas que le vinieron de la mejor manera que supo. 

Tenía una peña de inseparables amigos en la taberna El Secretario, en San Antón, donde era mítica su habilidad como jugador de dominó. Disfrutó de muchos e inseparables amigos, y sobre todo con su familia, su querida esposa Lola, su compañera de vida siempre y su fiel escudera en aquellas yincanas automovilísticas en las que participó durante muchos años por toda España con los distintos automóviles Renault (cada vez un modelo más potente) que tuvo.

Y la de sus hijos, Juan Antonio, Encarnación, José y Carlos, que cada 6 de enero lo acompañaban, en inolvidable algarabía, para regalarnos los juguetes que habían dejado en su casa los Reyes Magos a cada uno de sus muchos primos, sin dejar ni uno solo. 

Durante mucho tiempo aquello constituyó un inolvidable ritual que se cumplía puntualmente cada año, sembrando, como siempre le gustó hacer, la felicidad a su paso. 

Se va Antonio Vera, mi tío más grande, y con él se marchan muchas cosas que se agolpan en mi recuerdo, todas gratas, de una persona a la que le gustó ser generosa con los demás, dejando tras de sí, siempre, una estela de sonrisas.

Se va Antonio Vera y me doy cuenta de que con él se marcha esa persona que siempre se interesó por cada uno de mis proyectos, por cada meta alcanzada, por nimia que fuese, cuyo alcance celebraba con alborozo, multiplicando su valor por muchos enteros cada vez que me veía, diciéndome siempre lo orgulloso que estaba de su sobrino. 

También disfrutaba contándome, con orgullo de padre y abuelo, las vicisitudes y logros de sus hijos y su nieto y nietas.

Y te das cuenta entonces (me doy cuenta) de la importancia de que la vida ponga ante ti a un tío Antonio que se cruce en el camino de tu existencia. 

Ojalá, desde hoy, tengas la posibilidad de que, allá donde estés, Pepe del Secretario te sirva aquellas cigalas que tanto te gustaban para hablar en torno suyo y de algún chato de vino, de la vida y de lo que surja. Y cómo no, junto con tu querida Lola, tu fiel e inseparable compañera, que tanto presumió siempre de marido.