Había nacido en la Nochebuena de 1932, en la huerta, en La Albatalía, a un paseo de la capital, Murcia, donde florecen los crisantemos y lo hacían los mocos de pavo. Los que pintaba Almela Costa.

Ángel Pina Nortes ha sido el último costumbrista, el pintor de color brillante y figuración típica que ahonda en la belleza del folklore. Fue alumno de don Pedro Sánchez Picazo -el pintor de las flores- y de Luis Garay: aunque su reojo estuvo mejor situado en la obra de Pedro Flores; no fue tan barroco como el maestro de las Costumbres Murcianas; barroco en el sentido oscuro del argumento, del mundo interior. Pina Nortes es aire libre y gracejo, copla, verso, baile, parranda y romería. Devoción, sonrisa y labios pintados de un carmín de beso urgente. Sofoco de mejillas. No ha habido artista más 'murcianísimo' a pesar de que uno de sus mejores cuadros, según mi modesto criterio, es el de la "holandesa con tulipanes".

Pintó siempre y trabajó en artes gráficas, por lo que practicó con acierto la litografía y la ilustración. Aquellas pruebas únicas de grabados en piedra, estampaciones memorables. Y más frutos pintados de su tierra, de bancales de huerta húmeda huidiza, como la palmera de sus vibrantes paisajes casi siempre llenos de gente felíz. Un sentimiento que le era propio en su bondad personal, en su afectivo concepto de la amistad, en la nobleza más admirable que lo hacía siempre prudente y silencioso.

Canastos y jarras murcianas; flores autóctonas para novias; bandos y soflamas. Una respiración siempre asistida por la querencia de la patria chica; la que uno lleva hasta el último día, en el corazón, hasta ayer mismo que dejó de latir, rodeado de los suyos que también son los nuestros.

Murcia pierde un buen pintor; Murcia pierde una gran persona.

Esta su obra, ahora muda que deja, rebosa subjetividad turgente. Como el hombre, las cosas, bajo el pincel de Pina Nortes están grávidas de una superación impaciente como es la presencia de un futuro en una semilla vegetal. Su obra es apaciguadora y llama a la feliz constancia del destino alegre del ser humano; tan frecuentemente pintado con sus aparejos de fiesta y faena.

Móbe conmueven los cuadros de Pina Nortes y a veces -siempre- me fascinan en su optimismo. Murcia le quiso y no hay ninguna duda en afirmar que el pintor amó a su tierra con delirio de color y golmajería -que diría mi recordado José María Galiana- acicalada en cada una de sus líricas pinceladas, de la primera a la última.