La noche del pasado domingo se volvió negra para muchos. El injusto final de una mujer luchadora había llegado y el alma de Isabel María Ruiz, Isica Ruiz, se levantó de sorpresa para elevarse al cielo.

Leal era su segundo apellido, y qué definición mas precisa de su personalidad. Leal con su familia, con sus amigos, con su trabajo y con su partido. Isa tenía algo excelente, carente en muchas personas: la transparencia. La amistad, cuando la había, era sincera, por ello ser su amigo era ser una persona protegida.

Los últimos años se hicieron duros para ella, pero nada pudo arrebatarle la sonrisa. La fuerza que transmitía, incluso en sus mensajes, era propia de una mujer realmente empoderada que hizo frente a las dificultades de la vida con fuerza física, estrategia y corazón.

Paralela a su familia natural, a la que adoraba, disfrutaba de su familia popular, a la que regaló una importante parte de su corazón. Política de raza, servicial hasta el extremo y apasionada de las siglas que defendía en cada rincón, aunque a veces le molestaran.

Llevaba por bandera su pasión por Murcia, la tierra que la vio nacer, crecer y que desde hoy la abraza. Si Murcia tuviera ánima estaría desconsolada, pues su nombre era usual en cada párrafo de sus palabras.

Dicen que es de bien nacido el ser agradecido, e Isa lo cumplía, pues nunca fallaba a quienes le dieron alas, por eso esta noticia emocionaba a dirigentes políticos de todas las esferas y tiempos que supieron valerse de la incalculable capacidad gestora, comunicativa y estratégica de esta excelente politóloga que también ha dejado un vacío en la Facultad.

Tuve la buena suerte de compartir con ella sus momentos más felices, años de trabajo, proyectos comunes y también el último de sus suspiros. Tened por seguro, quienes leéis esto emocionados, que le dije al oído lo mucho que la queremos, antes de besar su mano de parte de todos y dejarla descansar.

Querida Isica:

Y ahora, reunidos en tu nombre estos pocos días, todos nos preguntamos; ¿dónde has guardado tanta luz?

Has dejado en todos nosotros el calor de tus abrazos, la luz de tu sonrisa, la dignidad de tu mirada, la pureza de tus afectos y la firmeza de tus palabras.

Tus amigos estamos esperanzados de imaginarte –como decía San Agustín– transfigurada y feliz por los nuevos senderos que atraviesas.

Desde aquí te recordamos tus dos familias, dichosas y afortunadas de haber sido parte de ti.