Decía Francisco Serna que, en su pintura, intentaba «traducir» momentos de su vida. Una vida que concluyó el sábado, a sus 86 años, y que comenzó el 6 de enero de 1935 en Alguazas.

Tercer hijo de un matrimonio de prósperos comerciantes de la época, Serna se trasladó junto a sus padres a Ginebra a los dos años de nacer. En 1939, con la Guerra Civil en el pasado e inmersos en los primeros momentos de la dictadura franquista, la familia vuelve a Alguazas. Tres años después nació su hermana Pilar, que se sumaba a Armina y Meyi, las otras dos.

Serna estudió en Valencia. En concreto, en el colegio de jesuitas de San José. Allí conoció al hermano Arribas, un profesor de dibujo que tendría una influencia fundamental en su vida. De hecho, fue en aquel centro educativo y bajo la tutela de ese maestro donde el joven alguaceño tomó contacto, de forma reglada y disciplinada, con el dibujo y la pintura.

Antes de entrar en la Universidad de Murcia con el propósito de convertirse en abogado, Serna, con el bachillerato completado, emprendió un viaje que lo llevaría por Francia y, de nuevo, por Suiza. Al poco de iniciar sus estudios en abogacía los abandona y, a partir de 1954, decide acompañar a su padre en los negocios de la familia. Unos negocios, dentro del sector de la conserva, que le dieron la oportunidad de viajar con frecuencia por Europa.

‘Anotaciones y lindes al dibujo’

Lo que de verdad estuvo desde el principio en los planes de Serna fue cultivar la pintura. Así, después de conseguir ingresar en el Cuerpo Docente del Estado como profesor de inglés, en 1965 presenta su primera exposición. Titulada Anotaciones y lindes al dibujo, se pudo visitar en la Casa de la Cultura de Murcia y en el IV Salón Nacional de Pintura, en Madrid.

Esa primera muestra inauguró su carrera artística. En 1968, dos años después de casarse con Consuelo Rocamora, cuya muerte en 2010 le sumió en la aflicción, Serna realizó cuatro exposiciones individuales. Una en Murcia y las otras tres en Almería, Elda y Málaga. Un año después volvió a exponer en Madrid.

Ya entrados los ochenta, el pintor de Alguazas tardó casi una década en volver a mostrar sus obras. Sería en 1989, en una muestra propia que albergó el Palacio del Almudí y que hizo un extenso recorrido por su trayectoria.

En 2007 la Sala de Exposiciones del Palacio de San Esteban acogió una muestra de su obra, con una cuidada selección de lienzos y dibujos que vendrían a reconocer la trayectoria profesional del pintor y su particular evolución a lo largo de los años. Una evolución marcada, como él mismo reconocía, por sus propios cambios vitales.

Sus primeras obras reflejaban el mundo que le rodeaba, eran estampas cotidianas en las que apenas aparecían personajes. Con el paso de los años, sus obras se van llenando de figuras humanas y de color. Reflejan este cambio dos de sus obras más emblemáticas: Homenaje a las palomas de Picasso y Hermanas Brontë. Ya en los 90, Serna recuperó el papel fundamental que, en su obra, tenía el dibujo. Fueron, según varios expertos, sus años más brillantes, facturando una pintura intensa y arrebatadora como la que muestra en Luna llena.

En su última época, Serna consiguió sublimar sus anteriores etapas en un corpus creativo que volvió a estar protagonizado por la poesía de la cotidianidad, estampas prístinas y diáfanas que dejan claro que esa fue su gran obsesión artística.