Maestro en enfrentarse a la cara oculta de la vida. Valiente, luchador, ejemplar son algunos de los adjetivos que pudieron escucharse en el acto de despedida que reunió esta semana en el Tanatorio Arco Iris a los amigos y a la familia de Antonio Ortolano Gómez. También sonaron otros sinónimos de esas palabras, así hasta alcanzar un palmarés que podría emular al de su equipo favorito, el Barça, ya que «fue un auténtico campeón», según Adrián Ortolano, con el que compartía la profesión de médico, además de considerarlo «un hermano, un amigo y un hijo», pues era 14 años mayor que Antonio. 

Una inmensa tristeza invadía el ambiente, pero el recuerdo de su personalidad logró incluso arrancar unas sonrisas a los asistentes, que llegaron casi a carcajadas cuando fueron leídas las cartas enviadas por sus sobrinas Bárbara, desde Argentina, y Begoña, desde Méjico, en las que ambas ponían de manifiesto con hechos concretos el carácter irreverente de su tío. Esta última le agradecía, a través de la voz de su madre, Rosi Muñoz, que le hubiera dado «ejemplo de espontaneidad y naturalidad en un mundo en el que hay que ser demasiado correctos». Para Bárbara, «ir a ver al tío Antonio siempre era un buen plan; no recuerdo un día en el que lo viera y no me hiciera reír. Era capaz de intercalar alguna frase jocosa hasta en los asuntos más serios».

Su sobrino Ignacio quiso evocar su faceta como profesional de la Medicina y relató el día en el que comprobó en persona el trato que le dispensaba a sus pacientes en el Hospital de Caravaca, a donde llegó tras su paso por el Hospital General de Murcia, hoy Reina Sofía. Puso de ejemplo cuando Ortolano calmó con ternura a una anciana enferma y demente que estaba montando un alboroto. Por otro lado, también señaló que «siempre recordaré con cariño a mi tío cuando me ate los cordones de los zapatos, porque me enseñó él y me enseñó mal. Por una cuestión de fidelidad, nunca he querido aprender bien». 

No faltaron en esta despedida los amigos de la infancia con los que compartió días de playa en Mazarrón y a los que ha estado unido hasta su marcha. Por boca de Paco Barba, que habló en representación del grupo, destacaron que «Antonio siempre fue comprensivo y generoso». Y «nunca hablaremos de él en pasado, puesto que forma parte de nosotros, y mientras seamos nosotros será él».

Y es que Antonio no se va a ir porque, tal y como dijo su amigo Juan Antonio Madrid, «cada uno con sus creencias te ubicará en un lugar distinto, pero sé que una parte de ti ya ha sobrevivido a tu muerte. Has sobrevivido a través de tus hijos Noni y Pedro, ellos llevan tus genes y tu impronta y con ellos continuarás viviendo, igual que lo hacías cuando te apasionabas con sus éxitos y fracasos en los partidos de baloncesto. Sobrevivirás a través de los cientos y miles de pacientes a los que has ayudado a vivir. Y sobrevivirás a través de tu mujer, Ester, con quien has compartido ilusiones y has pasado los mejores años de tu vida y quien tanto te ha cuidado».

De su etapa de juventud, también estuvieron en la singular despedida Ramón Megías, Antonio Meca y Jesús Serrano, que han mantenido con los años una relación fortalecida como núcleo de un grupo más amplio de amigos en La Alberca e inquebrantable hasta el día de su muerte. «Hemos tenido la suerte de que nos hacías sentir lo que nos querías; además lo sabíamos porque nunca dejabas de decirlo». Y es que Antonio tenía la gran virtud de saber expresar el amor que sentía hacia los que lo rodeaban. 

Otros eligieron las redes sociales para la despedida, como su compañero Teodoro Martínez Arán, quien en Twitter decía: «ha fallecido una de las mejores personas que he conocido. Un médico cariñoso, amable, trabajador como pocos, buen compañero».

Por todo ello, Antonio Ortolano siempre seguirá presente para su familia y amigos, y pensarán en él, porque seguro que así lo habría querido, como recoge el poema ‘Recuérdame’, de David Harkins, con el que cerró su intervención Juan Antonio Madrid y que dice así:

Puedes llorar porque se ha ido, 

o puedes sonreír porque ha vivido.

Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva, 

o puedes abrirlos y ver todo 

lo que ha dejado.

Tu corazón puede estar vacío 

porque no lo puedes ver,

o puede estar lleno del amor 

que compartisteis.

Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda,

o puedes hacer lo que a él le 

gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.