Don Régulo Cayuela, cura párroco de la Iglesia de San Cristóbal, el pasado lunes día 15 de mayo miraba con delectación la recuperación milagrosa de su iglesia, al emplearse fibra de carbono resistente a los remotos, el reforzamiento de las bóvedas de la nave principal, así como de las capillas, y especialmente la luminosidad del templo de una blancura inmaculada.

No era un arrobamiento estético casual, sí una manera de evadirse inútilmente de los nervios que le atenazaban y de la profunda tristeza que le embargaba, al tratarse de un momento culminante en su vida sacerdotal.

Esperaba la llegada del féretro de la feligresa más querida y respetada de su extensa y nutrida parroquia, casi con toda seguridad, y se preparaba para este reto tan amargo, tan repetido inevitablemente, pero que hoy tenía connotaciones especiales.

Iba a recibir los restos mortales de Cati Jódar, portado en un ataúd cubierto amorosamente con un estandarte de la Hospitalidad de Lourdes de Lorca, bordado en sedas y oro, y confeccionado en el transcurso de su dilatado mandato; también cubría el ataúd un estandarte del Paso Encarnado, de ahí que no cupiera el estandarte del Paso Blanco, otro de los grandes amores de Cati, descartándose olvido alguno.

Don Régulo, en su emocionada homilía no vaciló en decir que «con Cati Jodar se va uno de los pilares más sólidos de la Iglesia de San Cristóbal y, sin duda, una de las feligresas más consideradas. Y se ha ido en silencio, sin hacer ruido, sin molestar, ni hacerle quebranto a nadie, y se ha ido llena de fe y amor a Dios».

Yo que puedo jactarme de conocer a Cati, con el aval que suponen más de 40 viajes junticas, en peregrinación a Lourdes, de vernos casi a diario, y en el mes de agosto en Águilas todos los días, en los que era su ´bastón´ al recogerla a las once de la mañana hasta el mediodía; y, por la tarde, íbamos normalmente a misa. Con éste ´pedigrí´, apostillo, sin que implique corrección a don Régulo, Cati, era no sólo un pilar: era una de las vigas más importantes de la sociedad lorquina. Era cultísima, siendo una empedernida lectora e investigadora, con un amor desmedido a su pueblo de Lorca, a su patria, España, con su fe católica siempre firme y, sobre todo, su inquebrantable fe mariana en la Virgen de Lourdes. A modo de un resumen muy difícil de sintetizar, Cati era una institución en Lorca, al estar dotada de un gran carácter, fruto de su recia personalidad. Era muy inteligente, excelente tertuliana, amena, graciosa, vitalista; ya que en vísperas de cumplir los 90 años el próximo 19 de junio, tenía preparados, con su familia y Hospitalidad de Lourdes, celebraciones y discursos. Y muy ocurrente, todos los días comulgaba, y decía que recibir la comunión de un ministro de Dios, era más importante que tener a todos los ministros de La Moncloa en su casa.

Sin embargo, la política la seguía con sumo interés, sobre todo la local, ya que su hermano Juan, aparte de ser coronel y abogado, fue alcalde de Lorca; y sus sobrinos, Francisco Jódar y Fulgencio Gil Jódar, también alcaldes, con la fatalidad de que el cese de Francisco y traspaso a su sobrino Pencho (como gusta le digan), coincidió con la muerte de Cati...

Termino diciendo que Cati era grande, muy grande, tan grande que no se le hubiera adelantado la zarina de Rusia Catalina, apodada La Grande. Cati habría abandonado el diminutivo de Cati, y en Lorca sería Catalina la Grande, por la grandeza interior que atesoraba.

Cati, a tus niñas y tus niños de la Hospitalidad, como tú les llamabas, los has dejado huérfanos y con el corazón roto, así como a Murcia y provincia, al ser su decana y la más querida, y respetada.

Cati, amiga del alma, desde ahora, las peregrinaciones a Lourdes sin ti, las convivencias de la hospitalidad sin ti, los veranos sin ti, serán muy duros.