La exalcaldesa de Madrid y jueza emérita Manuela Carmena visitará este jueves la sede de Afundación de A Coruña para presentar su libro, 'La joven política. Un alegato por la tolerancia y crítico con los partidos'.

'La joven política' va dirigido a aquellos que no se sienten representados por la política actual. El período 2015-2019 se caracterizó por captar la sensibilidad de una gran cantidad de población. ¿Qué ha ocurrido para que se dé esa desafección general en tan poco tiempo?

Creo que es interesante analizar cómo en el mundo en general siempre ha habido sectores sociales que han ido por delante. A mí, más que hablar de derechas e izquierdas, me gusta hablar de progresistas y conservadores. El hecho de que, a mitad del siglo XIX, haya habido un sector importante de la ciudadanía española que decida que la educación debe ser obligatoria y gratuita para todo el mundo fue un avance inmenso, que consiguió un nivel de alfabetización absoluto. Todo eso lo hace siempre el progreso. Ahora mismo, las personas progresistas, y la referencia histórica que tú haces, partiendo del 15-M, ha intentado ensayar nuevas formas de organización y de representación política, que puedan ser más enriquecedoras y que puedan estar más en consonancia con la idea última de la democracia. Me gusta mucho citar a un magistrado que fue maestro mío, Clemente Auger. Cuando yo le hacía planteamientos de cosas nuevas, siempre me decía: “Mira, Manuela, nada nuevo es riguroso”. Yo siempre he recordado eso, porque cuando estás diseñando algo nuevo, no has dejado que esa organización, idea o propuesta ruede por la sociedad y pueda ser rigurosa. Yo no me alarmo por el hecho de que haya habido fracasos de nuevas organizaciones políticas. Pienso que es una característica de que se están formando nuevos proyectos de organizaciones políticas.

Es una visión interesante. Hay quien da por finiquitado el proyecto político de las Mareas municipalistas de 2015. ¿Está evolucionando?

Claro. Por eso, yo planteo: ¿tiene que seguir habiendo partidos políticos? Sí. ¿Tienen que seguir siendo como son? No. Creo que tienen que evolucionar. Cada partido político se define por lo que no es. Es algo que me recuerda mucho a las religiones. Nadie puede ser católico y, a su vez, musulmán. O crees en una verdad o crees en otra. Es lo que pasa con los partidos: en los estatutos está nítidamente establecido que no pueden tener relación con otros: o estás conmigo, o no estás conmigo. Creo que es algo que hay que superar, no hay verdades absolutas. No hablo de constatación de hechos objetivos, me refiero a verdades en el sentido de presupuestos ideológicos.

Las verdades absolutas se han dejado por el camino el ámbito de los grises. Apela a superar las derechas y las izquierdas. Es un discurso que a menudo se compara con el de Primo de Rivera.

Todo lo nuevo tiene esa reacción. Es algo nuevo, y se puede buscar cualquier semejanza que puede resultar más o menos desacreditadora, pero es lógico dentro de un debate intelectual. Yo creo que ahí cabe todo. Si alguien dice que eso es joseantoniano, respeto ese análisis. Es interesante que se desarrolle para seguir progresando en el debate.

Usted era veterana en sectores que implican confrontación. ¿Cree que el clima que hay hoy en política hace más difícil el debate que antes?

Yo creo que eso es indiscutible. Se ha degradado mucho en varios sentidos. Primero, en que se utiliza constantemente el insulto, la descalificación, la mala educación, la grosería. Todo eso son instrumentos que debilitan el fondo del debate. Si insultas a una persona, es difícil que puedas tener una reflexión sosegada sobre lo que esa persona te está diciendo. La buena educación es un instrumento útil para hacer converger determinadas personalidades. La mejor forma de encontrarte con una persona que no piensa como tú es ser correcta en las formas. Si las formas desprecian, el debate se acaba convirtiendo en una caricatura tabernaria.

¿Qué aprendizaje sacó de sus cuatro años en la política municipal? ¿Ha valorado errores y aciertos?

Ha sido un proceso de aprendizaje, en efecto. El resumen es la necesidad de profundizar en esa idea de la democracia, de que hay que admitir lo importante que es un debate en el que puedes entender que el otro puede tener razón, y puede aportar algo al procedimiento general de la gestión pública. Esa es la última idea, a mí me parece que hay veces que los movimientos de unidades de participación ciudadana han estado más teñidos de una actitud reivindicativa que colaborativa. Por eso me dio pena no acabar en el ayuntamiento un proyecto muy bonito que teníamos, que era una especie de Universidad permanente sobre la cooperación de la sociedad civil. Yo sigo creyendo en la necesidad de la articulación de la sociedad civil, me parece importantísima, pero creo que, como es algo nuevo, necesitamos ir depurando actitudes que no son positivas para incrementar las que sí lo son.

A la hora de valorar lo que pudo hacerse mal en ese período, hubo quien apuntó a la inexperiencia de quienes accedieron en ese momento a la administración local.

Yo creo que ese no era mi caso. Yo estaba ya jubilada de la judicatura, y creo que sabía mucho de lo que era la administración pública. Una de las cosas que más me atraía cuando se configuró la idea de que podía ser alcaldesa, era intentar la reforma de la administración municipal. Yo había observado muchas cosas en la administración de justicia que había que reformar y me sorprendió que la administración municipal siguiera tan o más conservadora. Me sorprendió que, en el tema de la confrontación política, se hace enormemente difícil ese proceso de transformación.

¿Por qué?

En el libro insisto en que la oposición está absolutamente destinada a evitar que el ejecutivo haga nada, al cuanto peor, mejor. La idea de la oposición está deformada. Esas actitudes van encaminadas al objetivo esencial de que desaparezca del poder el Ejecutivo. Ahí se recurre a la mentira, al insulto, a la judicialización de la política, querellas, demandas... todo eso lo hace muy difícil. Esto se une a que la administración española tiene una rigidez frente a la que no hemos sido capaces de encontrar los dinamismos que exige hoy día la gestión pública. Yo en el libro propongo que la gestión pública pueda ser compartida, y no solo con las empresas; no nos olvidemos de que todas las administraciones tienen una gran proyección en la gestión público-privada. Insisto en que hay que hacer la pública- social: permitir que la sociedad civil en sí misma pueda gestionar presupuestos participativos y cuestiones de ese estilo.

Da la impresión de que, si se comparten las decisiones de gobierno con las empresas, se está cediendo a intereses económicos.

No, porque ningún ayuntamiento ni ministerio dice a los funcionarios: ¡Hagamos una carretera, poneos el mono! No: para hacer una carretera, hay que contratar a una empresa que sepa hacer carreteras. Eso nos parece natural. Para gestionar un presupuesto participativo, se puede, a lo mejor, contratar a una asociación de vecinos, y que sea la asociación la que administre ese presupuesto. Es simplemente aceptar que no tenemos que estar siempre desconfiando del administrado. Somos una administración muy teñida de lo que fue una dictadura tan larga que, entre otras cosas, perjudicó los conceptos de la administración.