Había tantas probabilidades de que Pablo Casado acabara en una misa en honor a Franco y a Primo de Rivera como de colarse en un oficio del exobispo de Solsona después de su boda, pero, aún así, entró con la ceremonia ya iniciada, la bandera preconstitucional pendida del primer banco de la catedral de Granada y la alegre muchachada coreando el Cara al sol al acabar el culto. Casado asegura que no lo sabía y le creo. Con la que le tienen montada Ayuso y Cayetana, lo último que necesitaba el presidente del Partido Popular es colarse a propósito en una homilía a mayor gloria del dictador y del fundador de Falange. Los asesores del líder de la oposición merecen un responso, cuando no una penitencia, pero Casado es a la política lo que Peter Sellers a El guateque: sabes que en algún momento la va a pifiar (recuérdese su reciente metedura de pata en mitad de un discurso de Aznar, cuando por error bromeó con el origen indígena de México y citó a los incas, que jamás se diseminaron por suelo azteca).

Mucho se ha puesto el foco -y muy poco en lo relevante- en lo que aparentemente se trata de una torpeza involuntaria del líder popular atribuible a la casualidad. Dice un proverbio oriental que cuando el sabio señala a la Luna el necio mira al dedo. El dedo es Pablo Casado. Mientras tanto, en la Luna observamos dos circunstancias que no deberían pasar desapercibidas. Una, por qué la Iglesia continúa oficiando este tipo de ceremonias; y dos, si las administraciones autonómicas pueden actuar contra la celebración de esta clase de oficios, ¿por qué no lo hacen? Se organicen en el interior de un templo o en mitad de una plaza, estos homenajes no dejan de ser una exaltación de personajes de la historia reciente que pasaron el rodillo por encima de los derechos humanos más elementales. Si a unos indigna que se baile un aurresku al recibir a un preso, no debe enojarles menos celebrar la figura de un jefe de Estado que durante 40 años encarceló, represalió y mató a miles de inocentes que no comulgaban con sus ideas y a los que entendía como un obstáculo para sus fines. Por más que insista parte de la izquierda, a Casado no le veo jaleando festejos de ese jaez.

Entre el 18 y el 23 de noviembre, organizaciones dedicadas a preservar la memoria de la dictadura programaron en distintos puntos de España hasta 10 misas en recuerdo de Francisco Franco. Sevilla, Badajoz, Santa Cruz de Tenerife, Granada, Ceuta, Zamora, Albacete, Málaga y Madrid convocaron misas a tal efecto y solo una no llegó a celebrarse. La primera de ellas, prevista en Alicante el día 18, fue suspendida después de que la Generalitat Valenciana advirtiera de posibles sanciones, dado que ese tipo de homenajes pueden ir contra la Ley de Memoria Histórica. No se conoce queja de la Diócesis de Orihuela-Alicante, luego, aquí paz y después gloria. En un estado aconfesional, la ley prevalece sobre el orden religioso.

El asunto merece una reflexión por cuanto la Iglesia Católica no es cualquier cosa. Tiene más fieles que Casado, Sánchez y todo el arco parlamentario juntos, y en la misma medida que inmensa es su representación y peso social en este país, debe exigírsele mesura y responsabilidad a la hora de acoger determinadas conmemoraciones. Para lo bueno y para lo malo, la Iglesia ha tenido y tiene una influencia política innegable. La tuvo antes, durante y después de la Transición, y en determinados asuntos que atañen a la política y a la vertebración de un estado no parece aconsejable ponerse de perfil ante cuestiones que atañen a la convivencia. Al César lo que es del César.

Si cuestionable es el papel de la Iglesia no lo es menos el de las administraciones. Que solo una comunidad autónoma impidiera la celebración de una misa con honores al dictador indica que en ciertos asuntos parece primar la desidia sobre el principio de autoridad. Incluso en gobiernos autonómicos beligerantes en la defensa de la memoria histórica se ha optado por evitar la incomodidad de pisar ciertos jardines y pasado por alto la celebración de un oficio religioso a mayor gloria de Franco. Que una cosa es comulgar en el libre ejercicio de las creencias de cada cual, y otra muy distinta es hacerlo con ruedas de molino.