Pocos personajes públicos despiertan más admiración y animadversión (a partes iguales) en el país que Pablo Iglesias. Su irrupción en el panorama político revolucionó por completo el sistema que estaba vigente (y no se cuestionaba) hace una década y provocó que España dejase atrás ese bipartidismo que ahora muchos añoran. Los que más, PP y PSOE, que han tenido que acostumbrarse no solo a pactar, sino a recibir reproches por los cuatro costados. Porque con Podemos también nació su contrapunto, Vox, y por ello las Cortes están más polarizadas que nunca. El Congreso de los Diputados ya no es un duelo a dos bandas. Esa semilla del cambio, de la ‘revolución’, se prendió un 15M, concretamente el 15 de mayo de 2011, el día que Pablo Iglesias saltó a la esfera pública.

La casualidad (o el destino para los románticos) ha querido que fuera otro 15M, estaba vez de marzo, el segundo punto de inflexión en la línea que dibuja la trayectoria del líder morado. El ‘shock’ que ha supuesto en la sociedad española el paso atrás de Iglesias y su decisión de dejar la primera línea política para optar a la presidencia de la Comunidad de Madrid aún no se ha disipado del todo. Que haya señalado a Yolanda Díaz como su sucesora y próxima candidata de Unidas Podemos a la Moncloa no ha supuesto un terremoto menor. Para algunos es una muestra más de su ego, del modo en el que se nombran los cargos en Unidas Podemos, pero también deja patente un afán por sobresalir que se evaporó con su vicepresidencia segunda en el Gobierno de coalición. Aunque suponga dar un paso a un lado, los expertos apuestan por que Iglesias cree que puede volver a conseguir ese protagonismo en la esfera regional. Lo que parece claro es que, al menos por el momento, una década después del inicio, cuando por fin ha pisado la Moncloa, Iglesias ha renunciado a aspirar a todo. 

El Pablo Iglesias que lideró a los indignados tiene poco que ver con el de la actualidad, aunque su perenne pelo largo recogido antes en una coleta, ahora en un moño, se mantenga inamovible: su discurso se ha moderado, su tono se ha suavizado y ahora se codea con esa ‘casta’ que tanto criticaba cuando tomó los adoquines de la Puerta del Sol. No ha variado su facilidad para el discurso ni su destreza en los debates, pero esa ‘labia’ se ha trasladado de las calles a la tribuna del Ejecutivo en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, pese a que él mismo se mostró orgulloso del acuerdo que posibilitó el primer gobierno de coalición de la historia de España, el líder morado no desaprovecha la oportunidad de cargar contra sus socios. ¿Su tema predilecto? Sus diferencias en la manera de afrontar el desafío secesionista en Cataluña.

Con todo, Iglesias ha pasado de exigirle a los poderosos a ver cómo sus rivales políticos y sus propios simpatizantes le echan en cara no haber materializado aquello que antes consideraba imprescindible. Abandonará el Gobierno sin haber cumplido una de las promesas con las que nació Podemos: no ha conseguido impulsar una ley de vivienda que vete los desahucios, aunque confía en que sus compañeros de partido en el Ejecutivo consigan que se lleve a término en un futuro cercano. Tampoco deja cerrado un marco legal que imponga la igualdad efectiva entre sexos. También se le ha criticado mucho por eso, por querer erigirse emblema de la mucha de las mujeres. No se olvidó de ello Mónica García, la candidata de Más Madrid el próximo 4M, que no dejó pasar la oportunidad de recordarle que él mismo está cayendo en los comportamientos machistas que critica.

Para muchos, las lágrimas que no pudo evitar contener ese 7 de enero de 2020 en el que Pedro Sánchez fue investido presidente fueron la prueba de que el líder de Unidas Podemos había logrado lo que más ansiaba: convertirse en aquello que tanto criticó, una figura que prometió que nunca encarnaría. Sus lazos con Venezuela, su afinidad con los regímenes comunistas y su pasado revolucionario son los argumentos por excelencia que sus rivales políticos aprovechan en su contra. Por no hablar del famoso chalet de Galapagar, que sigue siendo pura leña para el fuego de sus detractores. Pero, aunque nadie duda de la responsabilidad que recae en la oposición, no se puede cambiar España sin gobernar.

Los problemas de Podemos

El problema es que su manera de dirigir el proyecto ni siquiera ha despertado aplausos unánimes en su propio partido. Iglesias es el único de los fundadores de Podemos que continúa formando parte de él. Íñigo Errejón se desligó de la formación para formar Más Madrid (que después derivaría en Más País) tras ver cómo Vistalegre II le daba todo el poder al líder. Era febrero de 2017 y con él se fue también Luis Alegre. Tres años después, Iglesias tendía la mano a Errejón para volver a unificar los dos partidos más jóvenes de la izquierda, una oferta rechazada por una fuerza política que tiene casi tres veces más representación que Unidas Podemos en la Asamblea. Parece que los pactos tendrán que ocurrir a posteriori.

Suerte parecida corrieron Juan Carlos Monedero y Carolina Bescansa. El primero anda inmerso en varias causas en los tribunales y aprovecha cada ocasión para cargar contra el rumbo que ha tomado Podemos. Bescansa pasó de ser emblema del partido y protagonizar una de las imágenes más icónicas de la Cámara Alta tras amamantar a su hijo en la sesión constitutiva de las Cortes a distanciarse del partido poco antes de la huida de Errejón, según ella por ese “choque de trenes” que nunca vio con buenos ojos.

La misma Puerta del Sol que vio nacer a los indignados es el objetivo al que aspira ahora Iglesias. Superar a Isabel Díaz Ayuso y lograr la presidencia de la Comunidad podría avalar su decisión de abandonar Moncloa. Lo que no se sabe es qué pasará si su cometido pasa a ser oposición en la Asamblea del madrileño distrito de Puente de Vallecas.