En mitad de agosto, el mismo día que la Casa Real oficializaba el secreto a voces de que el rey emérito, Juan Carlos I, se encuentra al cuidado de los Emiratos Árabes Unidos Juan Carlos I, Emiratos Árabes Unidos, con capital en Abu Dabi; con los rebrotes de coronavirus al borde de poner de nuevo a varias autonomías bajo la amenaza del toque de queda y el estado de emergencia; con cifras de contagios parejas a las de los peores días del confinamiento, Pablo Casado ha decidido desprenderse del principal obstáculo para su viaje al centro. En un ciclo agosteño impropio de tanta actualidad y más fiel que en septiembre a lo que los informativos norteamericanos llaman "breaking news", la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria del grupo popular en el Congreso ha solapado, incluso, a la destitución de Setién como técnico del FC Barcelona. Si Casado trataba de opacar la fulminante caída de Cayetana debería haber medido que lo del emérito no era sino la solemnización de lo obvio; que la cifra de contagios ha sido relegada a un segundo plano en favor del cierre de discotecas y la prohibición de fumar; y que lo de Setién era una muerte anunciada tras el ridículo ante el Bayern.

Quizá Casado ha medio mal los tiempos. O quizá no. Cayetana aduce para su destitución una entrevista con un diario nacional en la que, bien es cierto, cuestiona las injerencias del partido en cuestiones del grupo parlamentario, como si uno y otro fueran entes independientes y autónomos, como si debiera ignorarse que uno es el huevo y el otro la gallina, y que da igual quien llegara primero de los dos, cuando lo que está claro es que no solo sus diferencias con el secretario general, Teo García Egea, es decir, con Génova, con el partido, el huevo o la gallina, lo mismo da, han precipitado su estruendosa caída, sino que mantener a la portavoz en el Congreso era negar lo evidente: que el modelo de Alberto Núñez Feijóo, escorado al centro, procura el apoyo de una parte muy notable del electorado de centro derecha, mientras que el de Carlos Iturgáiz o el de la propia Cayetana, forjado a fuego en las calderas de la FAES aznarista, pierde credibilidad y fuste cada vez que cualquier vocero del PP tocado por este jaez se planta delante de un micrófono.

Cayetana Álvarez de Toledo comunicó su destitución de modo patético. En plena calle, con campanas sonando de fondo, aturdida, navaja en mano, y poco creíble. Alude la destituida a la chispa que ha hecho estallar la mecha: una entrevista el pasado domingo en la que afirmaba que "ha habido una invasión de competencias del partido en el grupo parlamentario". A otro perro con ese hueso. La destitución de Álvarez de Toledo ni se fraguó ni se decidió ayer, sino hace un par de semanas, poco después del mensaje que el electorado gallego y vasco habían lanzado al partido, cuando se resolvió que llamar terrorista al padre de Pablo Iglesias o medirse a la gresca con Carmen Calvo o Adriana Lastra, lejos de ganar el centro, peraltaba la curva del Partido Popular más hacia el territorio de la ultraderecha que al centro conservador moderado, bajo el que quieren cobijarse los puntos que el partido va perdiendo en los sondeos del CIS como un personaje de cuento que va desgajando migajas para saber regresad a casa.

Silenciado el griterío irritante de la ya exportavoz en el Congreso, a Casado le toca ahora demostrar que ha entendido todos los mensajes. El de las últimas elecciones autonómicas y el de las encuestas, pero sobre todo el de los principales barones de su propio partido. La sustitución de Cayetana por Cuca Gamarra tampoco asegura un viaje rápido hacia latitudes más moderadas, aunque es probable que los cambios radicales no siempre se encaminen al éxito a base de bisturí, sino con la aplicación de tratamientos más lentos y eficaces, la medicina política de toda la vida. Tantas alforjas para este viaje. Y decía Pablo Casado que era Pedro Sánchez quien iba improvisando sobre la marcha.