Abandonó los cargos pero nunca abandonó la política. Eso es lo que aseguraba el ex alcalde de Córdoba, ex secretario general del PCE y ex coordinador general de Izquierda Unida, Julio Anguita, fallecido este sábado en Córdoba tras haber sufrido la pasada semana una parada cardiorrespiratoria.

Unos problemas de corazón que ya precipitaron su retirada de la primera línea y con los que ha convivido diecisiete años desde que en mayo de 1993, en plena campaña para las elecciones generales del 6 de junio sufriera un infarto agudo.

Pero desde la retaguardia, en sus numerosos artículos, conferencias, libros y entrevistas quiso dejar bien claro que él seguía abanderando la defensa de los ideales comunistas y de su esperada III República.

Se definía a sí mismo como un combatiente en lucha por todo ello y reivindicó siempre la hoja de ruta por la que hizo discurrir al PCE y a Izquierda Unida

Una coalición con la que soñó liderar un "sorpasso" al PSOE que nunca llegó. Pero sí hizo sufrir a este partido y al que fuera su secretario general, Felipe González, por sus duras y continuas acusaciones como en las que llegó a asegurar que el presidente del Gobierno durante casi catorce años era la "X" de los GAL.

"Programa, programa, programa"

No entendía que por pertenecer al espectro ideológico de izquierdas se diera por sentado su apoyo a los socialistas, máxime cuando aseguraba que este partido era por entonces sinónimo de escándalo y corrupción.

Sólo veía factible la vía para el acuerdo bajo una premisa que llegó a convertirse en su seña de identidad: "programa, programa y programa".

El rechazo a la política que abanderaba González hizo coincidir en muchas ocasiones a Anguita y al entonces líder del PP, José María Aznar, en unas críticas al presidente que intentaron desestabilizar su Gobierno.

Fue la que (en una denominación de la que siempre renegó el secretario general del PCE) se conoció como "la pinza" entre populares e Izquierda Unida.

Pinza o no, sí tuvo una relación con Aznar que les permitió compartir más de un café en el Congreso, quedar a comer en alguna ocasión junto a sus respectivas esposas y llegar a formar pareja ganadora de dominó en Córdoba.

Sin embargo, el que se convirtió después en el primer presidente del Gobierno del PP no consiguió que IU respaldara una moción de censura contra González.

De monje a alcalde

Córdoba era su ciudad. Aunque circunstancialmente viniera al mundo en Fuengirola (Málaga), Anguita, nacido en una familia de militares y guardias civiles y que de joven llegó a coquetear con la idea de ser monje carmelita, cursó magisterio y, por un acuerdo entre PCE, socialistas y UCD, se convirtió en alcalde cordobés en 1979, el primero comunista en una capital española tras la Guerra Civil.

Mayoría absoluta en las siguientes elecciones (lo que alimentó junto a su apariencia física el sobrenombre del "califa rojo"), diputado autonómico andaluz, secretario general del PCE en sustitución de Gerardo Iglesias, coordinador general de IU y candidato a la Presidencia del Gobierno.

Ese es el resumen de un recorrido político en el que no faltaron reproches y guerras internas con Santiago Carrillo y con otros antiguos compañeros como Nicolás Sartorius, Cristina Almeida...

Ninguno de ellos llegó a ser nunca uno de los escasos amigos íntimos que decía tener Anguita.

Escritor de obras de teatro, ávido lector de Santa Teresa y Fray Luis de León en su etapa juvenil y ganador de un premio por una redacción sobre José Antonio Primo de Rivera, el exlíder comunista confesaba haber llevado pistola.

Un arma con la que, sentado en su despacho de la alcaldía cordobesa y pertrechado de paquetes de tabaco negro, estuvo atento a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos del 23F.

Malditas sean las guerras

Feliz con un menú sencillo de huevos fritos con ajo y tomate casero, uno de los momentos más duros de su vida fue cuando recibió el 17 de abril de 2003 la noticia de que su hijo mayor, periodista, había fallecido en Bagdad víctima de un misil iraquí mientras cubría la ofensiva de Estados Unidos en esa ciudad.

Anguita conoció la noticia justo antes de participar en un acto público en Getafe. Lo mantuvo, subió al escenario, dijo que su hijo murió cumpliendo su deber y que él haría lo mismo, y lanzó un mensaje: "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen".

Llevaba la política en las venas, una política que le dio satisfacciones, disgustos y una sensación de que la simpatía que le trasladaban a menudo, no se tradujo electoralmente.

"Me mitificaron, me llamaron mesiánico. Tal vez he sido el político que más he estado en las hornacinas pero menos en las urnas", dijo entre dolido e irónico con ocasión de la presentación de uno de sus libros, "El tiempo y la memoria".

Una obra en la que plasmó cómo se veía a sí mismo: "Soy hijo de mi tiempo, contradictorio".