Sonia entró en la habitación junto a su madre Dolors. Bata blanca, gafas protectoras, mascarilla, gorro y plásticos desechables en los pies. En la cama yacía su padre, Robert Quiñoa, de 85 años, que parecía que mejoraba pero de golpe empeoró. Había fallecido horas antes, solo, en la tercera planta del Hospital de Igualada, junto a otro paciente del que le separaba una cortina y que no fue consciente de nada. Sucedió la mañana del miércoles 11 de marzo, y horas más tarde daba positivo por coronavirus. "Casi no hemos llorado porque no somos todavía muy conscientes de qué es lo que ha pasado". Al duelo y al trastorno, al hecho de no poder celebrar un funeral, se le une el no saber si ellos son portadores del COVID-19, porque a pesar de ser un grupo de riesgo evidente y yde haber tenido síntomas, a pesar de que les prometieron que la pasarían, nadie les ha hecho la prueba de control.

Robert había trabajado toda la vida en la Nissan, en Barcelona. Dolors se dedicaba a sus labores, que con tres hijos -dos chicas y un chico- seguro que serían muchas. Se jubilaron en la Pobla de Claramunt, muy cerca de Igualada. Un retiro pleno y tranquilo a pesar de los problemas respiratorios que, con los años, fueran achicando la fortaleza del 'avi'. El 27 de febrero ingresó con una neumonía. Dos días antes se había diagnosticado el primer positivo por el virus en la Península. "El viernes 6 de marzo parecía que iban a darle el alta porque había mejorado mucho, pero tenía décimas y se lo quedaron. Le hicieron el test tres veces y dio negativo. El martes mi madre me llamó al trabajo y me dijo que algo raro estaba pasando porque las enfermeras ya no entraban en la habitación. Era todo batante caótico. Cuando llegué, lo habían trasladado a un lugar aislado de la misma planta pero habían dejado todas sus cosas en el armario". Al día siguiente, la mañana en la que Robert fallecía, el Govern hacía público el foco de infección de Igualada.

Siete llamadas, cero servicio

Fue una de las primeras víctimas mortales por coronavirus en la capital del Anoia. El positivo se lo confirmaron por la noche, momento en el que iniciaron el protocolo para someterse al test. Y no solo por el contacto con el marido, el padre o el abuelo al que ya echaban de menos, sino por haber hecho vida durante tantos días en el epicentro de la infección en Igualada. "Nos dijeron que vendrían con una ambulancia inmediatamente a hacernos las pruebas, pero nada de nada. Desde ese miércoles por la noche he hablado con seis o siete personas distintas, todas muy amables. Y en cada caso me ha tocado empezar de cero, volver a contarlo todo otra vez". Sonia ha tenido fiebre. También su marido y sus hijos. Dolors, por suerte, no ha presentado síntomas. El domingo, cinco días después del fallecimiento de Robert, les dijeron que solo les harán el test si tienen problemas respiratorios. "La verdad es que ya me da igual si tengo o no coronavirus, nos quedaremos en casa y que pase todo cuanto antes".

Las cenizas de su padre se guardan en el tanatorio. No han podido despedirle y están valorando un funeral íntimo y familiar cuando puedan salir de casa. Los nietos lo sufren entre la incomprensión y el dolor, la incapacidad de llorar y el no saber. "El mayor dice que es mentira, que el 'avi' no ha muerto. Y el pequeño ha llorado mucho y lo vive con una sensación muy extraña". Sonia cuenta que su madre está "colapsada". "No entiende que hayan pasado tanto de nosotros y que a los políticos sí les hagan las pruebas a pesar de no ser grupos de riesgo". "Los médicos y las enfermeras se han portado de maravilla, pero han pasado de nosotros. Han pasado de nosotros...".