Se ha ido igual que estuvo, con un discurso leído carente de emoción, del que no ha sido capaz de improvisar ni memorizar ni una coma. Su discurso de despedida de la presidencia del Partido Popular ha estado, como es habitual en él, despegado totalmente de su emoción, sin realizar ni un solo cambio vocal, como si de la repetición de un mantra se tratara.

Así ha sido casi todo el discurso. Casi todo.

Ha hablado de sus logros políticos, de su carrera, de las mejoras que ha habido en los últimos años en España. Y todo ello, con la misma cadencia monótona de una voz que no contiene emoción.

¿Y cuándo ha cambiado su tono emocional?

Ha sido prácticamente al final, cuando ha mencionado la "enorme lealtad que he tenido de todos vosotros. Ha sido increíble". Y ahí se ha quebrado su voz. Sus compañeros y compañeras han comenzado a aplaudir mientras él se recomponía.

Mariano Rajoy, introvertido, poco hablador y poco amigo de las relaciones sociales (clara muestra de cualquier persona puede hacer cualquier trabajo, aunque su personalidad no sea la idónea para el cargo) se emociona al pensar en los estrechos lazos con su círculo más cerrado.