Cada día que Moix ha pasado al frente de la fiscalía Anticorrupción ha sido un día de más. El candidato favorito de Ignacio González y de Zaplana ha rendido honores a tan distinguidos padrinos. Nadie discute que fuera nombrado por estos políticos, pero el formalismo de su inscripción en el panteón de los altos cargos desgraciados corresponde de nuevo a Rajoy. El presidente del Gobierno goza de una rara habilidad para situarse siempre al borde de la infamia.

Un fiscal Anticorrupción con cuenta abierta en un paraíso fiscal sería inconcebible incluso en Panamá. Hasta la Casa Blanca de Trump nombra a un exdirector del FBI intachable para investigar las conexiones presidenciales con Rusia. De nuevo, Rajoy no guarda ni las reglas de etiqueta. No existe ni una sola declaración de Moix durante su breve pero excesivo ejercicio que apunte al combate decidido de los corruptos. El fiscal que siempre absolvía al hoy encarcelado Ignacio González, elucubraba múltiples y esotéricas excusas para frenar las investigaciones. Su sociedad en Panamá contribuye a explicar su desempeño de un cargo que probablemente ha ensuciado para siempre.

¿Conocía Rajoy la existencia de la sociedad del fiscal Anticorrupción en el paraíso de la mafia y los traficantes de drogas o de armas? Si lo sabía, menudo Gobierno. Y si no lo sabía, menudo Gobierno. Moix ni siquiera ha sido defenestrado por el PP, que en un primer momento perdonó su desliz panameño seguramente por afinidad. Solo la exteriorización de la humillación colectiva del ministerio público ha obligado a destituir a un fiscal nunca muy convencido de perseguir la corrupción.

En cuanto a Moix, que jamás debió acceder al cargo que ahora abandona en medio de la vergüenza, demuestra muy poca confianza en la fiscalización de las conductas públicas, si pensaba sobrevivir con su inversión panameña a cuestas. John Le Carré describió en 'El sastre de Panamá' las andanzas de un maestro de la duplicidad y el engaño. Moix le serviría para una secuela, 'El desastre de Panamá'. Lo más grave para Rajoy es que se ve obligado a buscar un nuevo candidato al cargo denigrado, en una semana que el presidente deseaba consagrar íntegra a la final de Champions. Rajoy puede consultar de nuevo a Ignacio González y Zaplana, aunque esta vez ha de ponerse serio y exigirles que muestren mejor pulso. Por lo menos, que el nuevo fiscal Anticorrupción del PP tenga cuentas en paraísos fiscales autóctonos, como Andorra o Gibraltar.