Desde comienzos de la legislatura, a Rajoy le viene persiguiendo la maldición de que ha dejado de ser un presidente fiable. Desde aquellos inicios de mandato en los que el presidente del Gobierno se dedicó de forma persistente, no sin ayuda de cualificados miembros de su Ejecutivo, a desdecir lo que por escrito se había prometido en campaña a los ciudadanos en forma de programa electoral, Mariano Rajoy ha venido agravando (y arrastrando) su terrible problema de falta de credibilidad que hoy se ha encargado de recordarle la práctica totalidad de la oposición.

No es lo que dice, sino cómo lo dice, cómo trata de convencer a la ciudadanía de que, como ha dicho en tono épico, la "pesadilla" de la crisis ha concluido, o cómo intenta vender ahora una política dirigida a las familias que, como se encargó de recordarle Pedro Sánchez, ha prometido hasta en cuatro ocasiones (la última el mes pasado) sin que el Consejo de Ministros se haya decidido a transformarla en proyecto de ley.

Rajoy ha anunciado nuevas medidas que nos parecían viejas para acabar con la deuda bancaria de los particulares, que ahoga de forma escandalosa a muchos hogares españoles; ha hablado de revisiones de plazos para poder reclamar deudas; y un código de buenas prácticas bancarias para las familias, dicho todo en mitad de las vergonzosas informaciones que salpican a la antigua cúpula de Caja Madrid y cuya política, dicho por el candidato del PSOE, ha consistido hasta ahora en "salvar al soldado Rato".

Nada habría que objetar si los ciudadanos no hubieran perdido ya la esperanza en este Gobierno. Y aún es posible que semejante desgaste no lo pague el partido Popular en las urnas. Hoy hemos visto a un Pedro Sánchez , pero con Podemos y Ciudadanos (sin voz en el debate de hoy) haciendo tambalear todas las encuestas, mucho me temo que no esté pujando por la corona de los pesos pesados.

El discurso del líder del PSOE, durísimo, directo al mentón suena demasiado a aspirante, pero no parece suficiente para arrebatar al cinturón de campeonato a un Rajoy al que después de este debate, incluso parece estarle permitido mentir a los españoles en su propia cara.