Se lamentaba Sabina en una canción de que las niñas ya no quieran ser princesas y de que a los niños les dé por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra. Hablaba de Madrid, pero en la localidad coruñesa de Muxía los pequeños de siete años que abrieron los ojos al mundo el mismo año en que éste se teñía de negro, tampoco quieren seguir los pasos de sus padres, tíos y abuelos sobre la cubierta de un barco. Si sus sueños se cumplen, habrá una médica, dos científicas, un veterinario, una notaria, un fotógrafo y un albañil, pero sólo un capitán de barco.

Todavía hay asuntos pendientes, pero la memoria prefiere olvidarlos. El parador prometido no se ha construido aún y el mar que golpea el Coído de Muxía (A Coruña) no ha logrado tampoco borrar las marcas que dejó el petróleo sobre las rocas en la zona cero de la catástrofe, a pesar de que lo intenta con fuerza y no ceja en su empeño, hora tras hora, día tras día.

Queda una placa en recuerdo de los voluntarios en el paseo que un día fue un lago de fuel, y resta también el legado residual de unas jornadas de homenaje que el pueblo le brindó a este colectivo. Decenas de fotografías ofrecen testimonio de trajes blancos mancillados por el chapapote en el centro cultural, pero ningún cartel, ningún muro, lanza ya proclamas.

No hay actos de conmemoración, a pesar de que hoy se cumple el aniversario del inicio de la catástrofe, sólo un viento persistente que ayer obligó al amarre de la flota y que provocó que muchos padres tomasen el relevo de sus esposas para llevar a sus hijos al colegio de Primaria de Muxía, el Virxe da Barca.

Allí dentro, en el piso inferior, todavía queda memoria: un muro pintado en el patio, dibujos de petroleros hundiéndose en un mar de luto y un par de archivadores que, al ser abiertos por la directora, Sefi París, descubren un mundo de postales de paisajes coloreados de la costa de Muxía imaginados por niños de geografías paralelas y también castigadas: Francia. Mientras, en el piso de arriba, nueve de los 11 niños de siete años que todavía no son realmente conscientes de que nacieron en el año de la catástrofe -supervisados por Sefi París y sus profesores Ignacio Navaza y Alberto Lata-practicarán una inmersión diferente en Coñecemento do Medio.

Vienen con los deberes hechos para explicar a LA OPINIÓN A CORUÑA qué ocurrió ese intempestivo día de noviembre de hace siete años y qué se puede hacer para evitar que suceda de nuevo.

Acuden parapetados tras los libros y revistas que recogen instantáneas del desastre para la eternidad y, en el caso de Valeria Cousillas -cuya abuela lamenta que su nieta no haya podido llevar las fotos con la Reina Sofía-, el ejemplar de un periódico donde su madre Isabel presenta a un bebé. "Es la auténtica niña del Prestige", afirma Oliva, su abuela. Nació el 5 de diciembre, cuando la marea negra había llegado ya a las puertas de las Rías Baixas y los marineros luchaban sin medios para parar lo imparable.

El remedio, para Adriana, es evidente. Pasa por "meter el petróleo en cajas de hierro", una solución que recibe el beneplácito del tribunal de compañeros. Valeria pretende ir más al quid de la cuestión: "Hay que evitarlo. Que no haya tormentas". Lo imposible puede hacerse, o eso cree: "Los satélites las pueden controlar". Luego añade una sugerencia más expeditiva: "Que se den la vuelta y se vayan por donde vinieron". La propuesta de Abel sintoniza con lo debatido en la Unión Europea: "Que vigilen los barcos petroleros", afirma convencido. Para Sheila ahora lo prioritario son los incendios. A su juicio es evidente que encarcelar a los culpables ayudaría. Luego se da cuenta de que el protagonista es el Prestige y se corrige: "Que los barcos esquiven mejor las rocas". Para Javi es evidente que todo sería más fácil si hicieran los barcos de oro".

El más documentado es Álex, que cita continuamente al "ordenador" como fuente fiable: "Que tengan doble casco". Es también Álex el único que se atreve a aportar detalles sobre el Prestige más concretos. Gracias a su computadora, sus compañeros pudieron saber ayer -aunque con cierta imprecisión-que el barco medía 234 metros y que llevaba 7.000 toneladas de petróleo.

Y es que, como reconocieron ellos mismos, en casa, con la familia, no se habla mucho de este tema y, tal y como explicó la directora, son todavía demasiado pequeños para proponerles trabajos concretos. Eso sí, en clase preguntaban mucho y lo que sí saben perfectamente es para qué sirve el petróleo. "Para la gasolina, para hacer plásticos, para construir aviones, coches... Para todo", aclara Adriana. Álex, resuelto, vuelve a intervenir: "El petróleo es oro negro", aunque Javi vuelve a matizarle: "Eso ya lo sabíamos".

En todo caso, cuando se les pregunta qué lección se puede extraer de esta desgracia, Sheila hace suyo un lema ya casi olvidado. "Que no lo vuelvan a hacer. Nunca Máis".