Semana Santa en Murcia
Salzillo y la sinfonía del amor incondicional
Jesús sabía que Judas lo traicionaría y, aun así, lo invitó a la Cena que inspiró a Salzillo el primero de los nueve pasos que, en el Viernes Santo de Murcia, brillan más que el sol

Ana Lucas
Jesús sabía que Judas lo iba a traicionar y, aun así, lo invitó a la Cena. Porque quien ama mucho, y ama de verdad, no exige correspondencia, pese a anhelarla. No es ‘quiéreme como te quiero yo’, como dice la canción: es ‘y este es mi mandamiento, amaos unos a otros, como yo os he amado’. Palabra del Señor.
El amor de Jesús es revolucionario y antisistema. Sería un sentimiento repudiado por los libros de autoayuda de corte más egoísta y por los 'coach' que enarbolan la bandera del ‘quiérete más a ti mismo’, porque el Señor hizo justamente lo contrario.

Así ha sido la procesión de Los Salzillos este Viernes Santo en Murcia, en imágenes / Israel Sánchez
Para materializar ese amor categórico, para exhibirlo en estampas barrocas y tangibles, Salzillo se valió de la madera policromada y de su genialidad. De ahí nacieron los ocho pasos que, junto al anónimo titular, conforman el cortejo morado de cada Viernes Santo por la mañana en la ciudad. El que arranca con esa Cena que acabó en vileza.

Ana Lucas
La mesa para trece que ideó el artista allá por el siglo XVIII lució, como es habitual, atestada con manjares que posiblemente nunca estuvieron en el humilde Cenáculo. Cargar el trono, enorme, es una proeza para sus 28 estantes, en especial cuando toca pasar por calles estrechas, como la de San Nicolás, ya a la recogida. Detrás de La Cena, la belleza, la plegaria de Getsemaní («aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya») en la que casi todo el mundo mira al Ángel.
La procesión partió de la Iglesia de Jesús al son del tambor, salpicando en morado al barullo de fieles que no querían perderse la salida. En la calle del Pilar, al lado de la ermita que es sede de las cofradías (y enfrente de la antigua galería Clave, que será su museo), hay quien baja de casa sus propias sillas y las coloca en una improvisada tercera fila, completada por carricoches.

Ana Lucas
Después, el brazo anatómicamente perfecto de San Pedro, la espalda ensangrentada de Jesús, la melancolía de la Verónica sobre claveles reventones, el tirón del pelo que da el torturador al Mesías para forzarlo a levantarse, monas y caramelos, por favor. Nuestro Padre Jesús, con una túnica hecha de seda y oro, donada por sus mayordomos estantes por su 425 aniversario. El apóstol amado, que guía el camino a la Madre. Y la Virgen doliente que llora, porque su hijo está muerto por los pecados de toda la humanidad. Ahí es nada.
Once menos veinte de la mañana. Un joven cruza entre penitentes para llegar al 24 horas de enfrente y adquirir tres litros, que sus colegas, sentados, reciben con aplausos menos solemnes que los que, minutos después, dedica el respetable a ‘La Caída’. Echar una cerveza viendo pasar a ‘los Salzillos’ no es una falta de respeto en la Murcia morada, más huertana que enlutada. El Viernes Santo capitalino huele más a Resurrección que a muerte. De ahí su espléndida gloria.

La Opinión
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