Entrevista | Profesor de derecho constitucional

Antonio Moreno: "Para mí, un gran maestro es aquel que logra una alegre manera de ser serio"

Compagina la docencia en la Facultad de Derecho con una faceta literaria que le ayuda a «sacudirse el aturdimiento»

Antonio Moreno

Antonio Moreno

Javier Vera

Javier Vera

La labor docente ha de centrarse no sólo en el qué, sino también en el cómo. La relación entre un profesor y su alumnado debe forjarse a través de puntos en común, y eso es algo que Antonio Moreno siempre ha tenido presente cuando, ante decenas de estudiantes, les ha intentado (con éxito) transmitir su pasión por el derecho.

¿Qué fue lo que le llevó a elegir el derecho para dedicarle su vida profesional?

En nuestra juventud suelen pesar más los sentimientos y la emulación que las razones. Estaba el hecho de que dos de mis hermanos fuesen abogados, y, por supuesto, la cuestión de las salidas profesionales. Pero recuerdo algo más, una serie de televisión, fabulosa, Vida de estudiante, sobre un grupo de universitarios en una prestigiosa Facultad de Derecho americana. «Cuando terminen sus estudios, pensarán como abogados», decía su mejor profesor. Esa vida, la manera de argumentar y juzgar me cautivaba.

¿Cuáles son los mejores recuerdos que guarda de su vida universitaria como estudiante en la Universidad de Murcia?

En mi provisión de buenos recuerdos, ¡cuántos pertenecen a aquella época!: el viejo claustro de la Facultad, con su césped y sus grandes cipreses; los compañeros; las clases, sobre todo las de Derecho Penal, las fiestas universitarias... Recuerdo también con especial cariño la revista Claustrofobia, de la que formé parte. Contenía noticias de nuestra Facultad, artículos de opinión, caricaturas, cartas abiertas al Decano... La escribíamos de un tirón, en una sola noche. Como no teníamos local fijo, Joaquín Dólera, que hacía las veces de director y era por aquel entonces miembro del Comité del Partido Comunista, nos propuso una noche ir a la sede. Y allí acabamos, componiendo uno de los números entre banderas rojas, retratos de Mao y carteles del Ché.

¿De qué aspectos o realidades de esta etapa universitaria se da uno cuenta solo cuando pasa a formar parte de la institución como profesor?

Pienso en el enorme compromiso de la educación. Uno se convierte, de repente, en iniciador y guía para las inteligencias de sus alumnos. Por tanto, no debe preocuparse sólo de pensar, sino de hablar bien y cada vez mejor; de descubrir qué parte del conocimiento es más digno de comunicarse y de saber verdaderamente comunicarlo, de hacerse accesible a la comprensión de los jóvenes que entran por vez primera en nuestra Universidad.

Antonio Moreno en su etapa   estudiantil universitaria

Antonio Moreno en su etapa estudiantil universitaria

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La docencia tiene, en ese sentido, una parte de teatro. ¿Hay que emplear la exageración o el énfasis? Nuestro auditorio está compuesto de estudiantes aún inmaduros, y eso significa que cuando les hablo hay en sus cabezas un bullicio de colmena. Por lo tanto, mis explicaciones necesariamente van a sufrir un desgaste al ser recibidas por ellos y, en consecuencia, me conviene reforzarlas. A veces recurro incluso al sarcasmo y la risa, para que me escuchen y entiendan. Para mí, un gran maestro es aquel que logra una alegre manera de ser serio, aquel cuya sabiduría está llena de jovialidad.

Compagina su labor docente con la faceta de escritor y poeta. ¿Lo vivido en las aulas le inspira a la hora de escribir?

No; realmente, no. Aunque tampoco me desalienta. Yo hablaría mejor de parcelas contiguas de un mismo huerto: salgo de uno, después de desbrozar y sembrar; luego, paso al otro a clarear y abonar. Esta manera de trabajar me va bien, me ayuda a sacudirme el aturdimiento producido por la dedicación continua a un solo objeto.

En su último trabajo, Diario de pensamiento, recoge una década (2009-2019) de reflexiones anotadas como entradas de un diario. ¿Cuáles son los beneficios de conversar con uno mismo?

Verdaderamente, lo escribí para mí, para leerme dentro de unos años y sentirme más amigo mío. Mi Diario fue —y sigue siéndolo, pues continúo con él— mi educador personal. Me ayudó a pulir mi pensamiento y mi voluntad, mi estilo, a mantener el aprecio por mí mismo y por la vida

También es autor de tres poemarios inspirados en el haiku. ¿Qué le llamó la atención de esta tradición japonesa para incluirla en su obra literaria?

Llegué al haiku casi por azar, una tarde en la librería, hojeando el libro de Bashô, Sendas de Oku. Nada más abrirlo, me pareció que por todas partes soplaba en torno mío un viento más libre y puro. Era una poesía singular, escrita por un corazón que valoraba todas las cosas, lleno de estima por la naturaleza, alegre y lúcido, nada mundano ni convencional. El libro era un semillero que nutría. De pronto, deseé tener un estado de alma como ese. Además, se trataba de una escuela del mejor estilo, que enseñaba a encontrar la expresión más breve y sencilla para transmitir esa misma estimación y ese estado de ánimo a los lectores.

Y esto también nos lleva, creo yo, a la respuesta de por qué decidí escribir esos poemas. Para mí han sido un entrenamiento, una vía para ver con más claridad la propia existencia y el sentido de todo lo creado. Los escribo, pues, a modo de bocetos de paisajes, como resultado de mis paseos en busca de ese logro.