La Opinión de Murcia

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Semana Santa

Silencio, se reza

Murcia se apaga para arrodillarse ante el Cristo del Refugio, que cruza el dintel de San Lorenzo para ser la única luz que ilumine la ciudad y el mundo

Santísimo Cristo del Refugio en Murcia. Israel Sánchez

«Inocente Cordero, / en tu sangre bañado, / con que del mundo los pecados quitas, / del robusto madero / por los brazos colgado, / abiertos, que abrazarme solicitas; / ya que humilde marchitas / la color y hermosura / de ese rostro divino, / a la muerte vecino, / antes que el alma soberana y pura / parta para salvarme, / vuelve los mansos ojos a mirarme».

Cuando Fray Luis de León escribió estos versos, allá por el siglo XVI, seguramente tendría en la psique, por revelación, la faz del Santísimo Cristo del Refugio, obra sin autor conocido, que data del mismo siglo, y que protagoniza, en Murcia, su procesión más solemne y, a juicio de muchos, más bonita: la del Silencio

Allá por 1942, cuando se funda la cofradía, rompió moldes en la ciudad, porque estableció un concepto de cortejo pasional diferente al que reinaba en Murcia. Su austeridad, más castellana, sin caramelos, sin explosiones de alegría ni motivos huertanos, establecería una línea que seguirían luego hermandades como el Rescate, la Salud, el Yacente y la Fe. 

En la puerta de San Lorenzo, la Coral Discantus esperaba al Crucificado. Cuando el Cristo del Refugio (llamado así porque refugio fue su templo, literalmente, durante la Guerra Civil) cruzaba el dintel de San Lorenzo, minutos antes de las diez y media de la noche, el centro de la ciudad se apagaba. No hacía falta más luz que la que proyectaba el Mesías, muerto y crucificado. Murcia también enmudeció, para que únicamente hablasen los tambores que participan en el cortejo. No hay bandas ni platillos ni ruido alguno. Solo tambores. 

El Cristo muerto por los pecados de todos los hombres está erguido sobre un Calvario hecho de rosas rojas, como el Cristo del Amparo se alzó sobre uno de flores azules. Apenas unos minutos después de salir la talla, unos gritos interrumpían el silencio del solemne cortejo: ‘¡Un médico!’ La Policía Local fue rápidamente al auxilio: un señor que presenciaba la procesión había sufrido un vahído. Tras la breve llamada de socorro, a la que acudieron los sanitarios, todos los presentes continuaron mudos.

Mudos procesionan también los nazarenos: en el mismo instante en el que se colocan el escapulario y el capuz, en su casa, ha de mantener el voto, hasta que concluye el sagrado desfile, al dar la medianoche, y ya en Viernes Santo. Con Los Salzillos en el pensamiento y la promesa de la Resurección cada vez más cerca.

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