El 90 % de las casas y palacios nobiliarios y señoriales de la ciudad de Murcia desapareció entre la desamortización del siglo XIX y la década de los años 70 del siglo XX, según la tesis doctoral presentada en la Universidad de Murcia por Álvaro Hernández.

"Poseedores de títulos y grandezas: la imagen de la nobleza en los territorios de Murcia", investigación dirigida por Cristóbal Belda y Manuel Pérez, incide en que la mano del hombre acabó prácticamente con nueve de cada diez edificios nobiliarios, la mayor parte de ellos de estilo barroco.

El autor elabora un listado cronológico de los edificios destruidos, comenzando en el año 1832 con la casa de los Descabezados, ubicada cerca de la actual plaza de Europa, o el derribo de la torre de los Junterones a finales del siglo XIX, debido a su abandono.

Para Hernández, el periodo "más agresivo" en el que Murcia es víctima de esta destrucción "impiadosa" se sitúa entre 1930 y 1970, comenzando en la década de los 30 con la desaparición de importantes edificaciones como el palacio de los Vélez, ante un intento de abrir por ahí la Gran Vía, que acabaría destruyendo la casa de la Cruz en el año 1936.

Los años setenta acabaron con las joyas de la arquitectura nobiliaria de la ciudad: el palacio Riquelme en el 1967, el palacio del Marqués de las Almenas, el palacio del Conde de Roche, la casa del Huerto de las Bombas o el gran palacio del marqués de Ordoño.

La tesis considera este periodo "más lamentable aún", al tratarse de unas fechas en las que nunca debería haberse permitido tal destrozo, ya que la conciencia sobre conservación y protección se había despertado tras las pérdidas ocasionadas por la II Guerra Mundial en el resto de Europa.

Una de las características principales es la llamada "destrucción pacífica", en la que reina la insensibilidad, la desidia y la indiferencia ante lo histórico y lo artístico, la frialdad y la premeditación a la hora de destruir la identidad de una ciudad, según el autor de la investigación.

Hernández enumera las razones que llevan a "tan salvaje agresión a la ciudad barroca", como el claro incumplimiento de la legislación vigente en cada derribo; la expansión urbana y el crecimiento "confuso" y los planes urbanísticos y la especulación del suelo.

La tesis remarca que existía una idea "bastante mediocre en la mentalidad de aquellos murcianos", ya que creían que "todo lo antiguo estaba de más y sobraba, que el progreso y la modernización no eran compatibles con el pasado".

Había que renovar la ciudad y destruir todo lo que impidiese su actualización. Por tanto, los trazados urbanos de antaño fueron modificados; y las viviendas nobiliarias, junto a otros ejemplos de patrimonio con un alto valor histórico y artístico, fueron víctimas de la piqueta.

El mayor ejemplo, ha apuntado Hernández, fue la "desolación" que produjo la apertura de la Gran Vía, que se abrió destrozando el entramado medieval ante la necesidad de modernizarlo para la vida diaria, acabando con el convento Madre de Dios, los baños árabes, el convento de Capuchinas y una docena de palacios nobiliarios.

A esto habría que sumar los caprichos de los políticos de turno, imposiciones o sugerencias de alcaldes, intereses de ciertos colectivos y especulación a todos los niveles, según la tesis. En definitiva, los intereses se pusieron encima de la ética y la moral, de la historia y el pasado.

La destrucción de todos esos edificios de carácter nobiliario y señorial, valorados como testimonios "irrepetibles" que abarcaron un brillante periodo de la historia de la ciudad de Murcia, desaparecieron junto a muchos edificios de carácter público y religioso ante la dejadez y la desidia con la que fueron tratados.

El teatro del Toro, el parador del Rey, la Real Carnicería, el matadero viejo, los baños árabes, el Contraste de la Seda, los conventos de Madre de Dios, San Antonio, la Trinidad o de San Francisco "ya nunca volverán", ha lamentado Hernández. "De lo que fueron no queda ya más que el recuerdo", apostilla.

Del patrimonio que sigue en pie, la tesis alaba la buena estrategia de protección y conservación en los casos de los palacios de Fontes, actual sede de la Confederación Hidrográfica del Segura, de los Pacheco, de González-Campuzano, Fontanar o Almodóvar, que son testigos de un cambio de uso.

Finalmente, la investigación recuerda las palabras del arquitecto y ensayista Fernando Chueca Goitia: "Murcia podría haber sido una de las ciudades más bellas e interesantes de toda nuestra península si hubiéramos sabido conservarla como se merecía".