Siempre hubo dos bandos en Murcia, al menos en las últimas décadas, uno apegado a la tierra, a la memoria folclórica y a las tradiciones huertanas que forman parte de nuestra identidad y otro, desbocado, alcohólico y callejero, que perlaba de botellones y altavoces los parques y los jardines de la ciudad y dejaba a su paso un desolador rastro de basura, comas etílicos y reyertas. Por supuesto, también los había capaces de vivir ambas realidades y cruzaban desde Gran Vía la frontera que separaba las carrozas y las parrandas de las litronas y la música indie con un ánimo integrador, pero no eran muchos.

Antes de que la pandemia lo cambiara todo, ambos bandos coexistían y se miraban de reojo con menosprecio desde sus respectivas burbujas existenciales. Las restricciones por la covid y el dispositivo de seguridad dispuesto para velar su cumplimiento redujeron ayer a su mínima expresión estas dos formas de entender el día grande de las fiestas en la capital. «Ahora lo importante es la salud, ya habrá tiempo de liarla; hay más Bandos que longanizas», comentaba ufano Juan Miguel Pedreño, un joven de 20 años pertrechado con el equipamiento básico del huertano moderno: fajín y chaleco. Pese a todo, Juan Miguel admite que «algún mini de cerveza va a caer, pero mis padres son mayores, y no les voy a hacer que se jueguen conmigo un contagio cuando la vacuna está a punto de llegar; entre nosotros (un grupo de cinco amigos) vamos a respetar la distancia». 

No eran pocos los que ayer, pese a la covid o precisamente por ella, se calzaron las esparteñas, los zaragüelles, ajustaron su fajín, su blusa, el delantal, el mantón o se colocaron un clavel en la solapa del chaleco para recordar que el Bando de la Huerta no ha muerto, sino que está esperando su oportunidad para volver a explotar con sus luces y con sus sombras. Esa esperanza se expresó en las calles, en las casas, pero también en las redes sociales que estallaron de nostalgia y en las que muchos murcianos compartieron las imágenes más simbólicas o divertidas que vivieron en años anteriores.

«Echo de menos el gentío, las barracas, las morcillas, los zarangollos, los paparajotes y el café de puchero, pero es lo que toca», confesaba María del Carmen, vecina de Murcia que ya ha cumplido 83 primaveras y que espera «que los jóvenes disfruten pronto un Bando como los que ya he vivido».

Aunque se repetía la idea de que ayer fue festivo, pero «no el Bando de la Huerta», hasta las propias autoridades municipales se contradecían continuamente al señalar que la jornada era un «Bando, pero distinto».

En cualquier caso, las dos caras del Bando de la Huerta, la luminosa y la oscura, vivieron ayer constreñidas. Ambas prometieron, con permiso de la pandemia, volver con fuerza en 2022 por lo que se espera, y se teme, que el Bando de la Huerta del año que viene sea memorable.