El 30 de junio de 2003, dos diputados socialistas de la Asamblea de Madrid, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, se abstuvieron durante la sesión de investidura del que por representación iba a ser presidente de la Comunidad, Rafael Simancas (PSOE), y convirtieron en máxima dirigente regional a Esperanza Aguirre (PP). Los periódicos, siempre en busca de términos que les permitan lograr espacio en la caja del titular, bautizaron aquello como “tamayazo”, acepción con la que desde entonces se resume y sobreentiende la traición de uno o varios miembros de un partido hacia una decisión adoptada por su dirección para la consecución de un acuerdo parlamentario, por lo general, la elección de un presidente.

Como consecuencia de aquel tamayazo, el pobre Simancas anduvo unas semanas tocando telefonillos y llorando a quien quisiera escucharle, además de convertirse en diputado raso del PSOE y aquí paz y allá gloria. Del tamayazo original salieron beneficiadas, y al punto de cimentar una carrera política no muy bien acabada, Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes, Ángel Garrido, al que acaban echando de todos los sitios, y la community manager del perrito de Aguirre, por nombre Isabel Díaz Ayuso, abreviado IDA.

Murcia ya tiene su tamayazo en la figura de los tres representantes de Ciudadanos que no han secundado la moción de censura a la que se habían comprometido con su partido para, de común acuerdo con los socialistas de la Región, moverle la poltrona a Fernando López Miras, el señor de Murcia de esta historia, que comparte protagonismo en el gentilicio con el secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, también señor de Murcia.

La huerta murciana, la mas rica de Europa, se convierte, por tanto, en un escenario apasionante de traiciones, prebendas desconocidas y laboratorio de experimentos en clave nacional que amenazan la estabilidad de, sobre todo, PP y Ciudadanos. La memoria es caprichosa, pero si las cuentas no fallan, cuando la próxima semana se debata la moción de censura en Murcia, lo que tiene preferencia son las matemáticas. La Asamblea Regional suma 45 diputados, de los que 16 son del PP y tres de los tránsfugas que lidera la todavía portavoz de Cs Isabel Franco. Dado que las cuentas no salen (la mayoría absoluta son 23) y los dos nuevos socios suman 19, adivinen en quién deben confiar su futuro los integrantes del nuevo gobierno de López Miras. Efectivamente: en un parlamentario de Vox y tres expulsados del partido de Abascal. El combo es fenomenal, por cuanto de querer mantenerse en el poder, al PP no le queda otro remedio que ir a mendigar los apoyos de “ese partido del que usted me habla” y con el que Pablo Casado dijo haber roto en septiembre, cuando (¡vaya!) los ultraderechistas reclamaban cariño a los populares para azuzar al Gobierno de Pedro Sánchez y su colla de socialcomunistas, según denominación general de la bancada popular. Abascal debe de estar esperándoles como caballero de lanza en astillero.

Por otro lado, nos queda Inés Arrimadas. Sus intentos de deshacerse del lastre de la errática política de pactos de Albert Rivera y de evitar el blanqueo a la corrupción al que le obliga pactar con el PP, le ha salido como quien se va de caza con una escopeta de feria. Bendita seas, Inés, pero a las mociones de censura, en Murcia, en Madrid o en Castilla y León, va uno con el primer curso de Política aprobado y no como una dirigente en prácticas, tal ha sido la sensación, y al final va a resultar que por tratar de escorarse al centro, Ciudadanos (y el PSOE) va a terminar reforzando a IDA en Madrid y bendiciendo a todos aquellos populares cuya honestidad se cuestiona como argumento principal de la moción.

De la letra pequeña del tamayazo, si al final llega a ser tal (en política hacer cábalas más allá de 24 horas es una temeridad) no tardaremos mucho en enterarnos si hay algo turbio detrás. En el caso de aquellos Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez que acabaron con Rafael Simancas en Madrid, no prosperaron mucho si nos atenemos a su biografía. Bastante hicieron con encumbrar a Esperanza Aguirre y que ésta luego decidiera tener un perro y abrirle una cuenta en redes sociales.