P ¿Cuánto tiempo estuvo en la cárcel?

R Trece meses y medio.

P ¿Por qué acabó allí?

R Me detuvo la policía acusada de 'asociación ilícita'. Formaba parte de un grupo contra la dictadura y nos reuníamos de vez en cuando. Había gente de distinta procedencia: de los sindicatos católicos, jesuitas y de otras tendencias. Leíamos libros, comentábamos la actualidad, nada extraordinario. Mi prometido era Andrés Hernández Ros. La policía lo tenía fichado pero no sabía que también a mí. Nos seguían, abrían nuestras cartas y guardaban fotocopias de todas.

P ¿Cómo recuerda su estancia en prisión?

R Yo sabía que era una posibilidad ir a la cárcel pero no se sabe hasta que estás dentro: el aislamiento, la falta de autonomía, que te prohíban todo y tengas que pedir permiso hasta para ducharte una vez a la semana. Nos metieron en una habitación para 20 mujeres, que según la funcionaria en la posguerra llegó a haber 450 mujeres con solo una ducha y un váter. Después nos trasladaron a una habitación muy pequeña con dos camas y un váter. Nos decían que estábamos como en un hotel. El 'servicio de habitaciones' era una bebida de cebada a las ocho de la mañana servida en una jarra mugrienta y un trozo de pan.

Pasábamos frío. El invierno de 1970 se heló el río Segura y nos sacaron al patio. Recuerdo las baldosas cubiertas en sus juntas de hielo. No teníamos con qué calentarnos más que dar paseos y saltar hasta mediodía. Comíamos en una mesa de piedra debajo de un porche de hojalata. No había asientos, solo dos escalones que nos turnábamos.

El día se hacía larguísimo. Teníamos biblioteca pero el director decidió que no podíamos leer. Nos dijo que el encargado, un condenado por pederastia, decidió que no teníamos formación suficiente. Le pedí al director que nos dejara aprender inglés con un tocadiscos de pilas para no gastar luz y que iba a pagar yo. No me dejaron y nos hicieron la vida imposible. Solo nos dejaban comunicarnos con la familia directa pero sin intimidad ninguna.

P ¿Y el proceso judicial?

R Una arbitrariedad tras otra. Me llevaron primero a Consejo de Guerra porque Andrés estaba haciendo la instrucción. Durante el juicio me acusaron de atacar el cuartel de Lorca, liberar a 13 guerrilleros y haber robado ametralladoras. Yo le contesté que si fuera cierto estaría muy preocupada de que dos chicas de 20 años desarmadas fueran capaces de hacer eso. Era simplemente demencial. No sé si eso ocurrió realmente y tampoco lo podía saber porque no podía leer el periódico. El juez militar lo echó atrás y el caso pasó al Tribunal de Orden Público. El 13 de diciembre me sacaron con unas medidas de seguridad increíbles, como si fuese un terrorista. El juicio fue vergonzoso. Me hicieron bajarme las medias antes de entrar. Al final a mi cuñado le sobreseyeron la causa pero como el Estado no se hacía cargo de los fallos de los tribunales, él perdió su puesto de trabajo y 10 meses de su vida. Mi sentencia fue de dos años pero hubo un indulto de un año y como ya habíamos cumplido más tiempo salimos en libertad. Andrés tuvo que continuar con el servicio militar que le habían interrumpido con la prisión.

P ¿Que le parece lo que pretenden hacer en la Cárcel Vieja?

R Que se dedique tanto espacio al ocio en un sitio que ha tenido 2.500 personas condenadas por defender la democracia es espantoso. No digo que todo sea un espacio de memoria pero sí que debe ser el primero y no el último. Esa gente merece un respeto y hacer como que no ha pasado nada y poner una placa es tomarnos el pelo. Me resisto a creer que Ballesta haga eso, le sobra categoría, humanidad e inteligencia para ponerse de espaldas a la verdad y seguir esa historia de que la memoria histórica es un invento de Zapatero. Por encima de servir al partido está el deber y el honor.