El suceso tuvo lugar entre las cuatro y las cinco de la mañana, en un paraje cercano a la puerta de una discoteca de Murcia. La víctima, una menor de 16 años. Su atacante, un joven de 20, que la abordó en el exterior de el local de ocio y le dijo que quería hablar un momento con ella, por lo que se alejaron unos metros. Y lo que hizo no fue hablar: fue violarla.

El chico intentó besar a la adolescente, que lo rechazó y trató de zafarse. Entonces él la cogió de las manos, se la llevó a una zona más alejada y allí «a resguardo de miradas, sujetándole con fuerza las manos colocó a la menor de cara a la pared, bajándole rápidamente los pantalones y las bragas que llevaba, y obligándola a doblar algo su cuerpo hacia adelante, la penetró analmente para satisfacer su deseo sexual, pese a que ella se oponía, lloraba y gritaba, hasta que una vez finalizada la penetración, él se marchó del lugar».

Así lo refleja el relato de hechos probados de la sentencia de la Audiencia Provincial de Murcia, que ha condenado al violador a pasar siete años en la cárcel y otros siete de libertad vigilada, además de a indemnizar a su víctima con 10.000 euros por los daños morales causados. Ella tiene todavía estrés postraumático.

El sujeto no podrá acercarse a la chica durante una década ni comunicarse con ella por medio alguno.

En el juicio, el delincuente dijo que las relaciones sexuales fueron consentidas y que no hubo agresión sexual alguna.

La Sala considera en su sentencia que «el delito de violación requiere el sustrato típico de la agresión sexual, que perfectamente se aprecia en este caso, desde el momento que el acusado ha ejecutado un comportamiento de indubitada conculcación de la libertad sexual de la víctima, con manifiesto ejercicio de violencia física sobre la mujer para doblegar su voluntad, contraria a la relación sexual pretendida por el acusado».

Detalla que «la violencia ha sido perfectamente acreditada atendiendo a las manifestaciones de la víctima» y a los exámenes forenses.

«A ello se une la afectación grave que la agresión sexual ha tenido en la vida de la menor, con cambios vitales significativos a nivel personal (se volvió retraída, con incidencia en sus estudios), de relación e integración social (se generó desconfianza en sus relaciones interpersonales, especialmente con los varones), de sufrimiento físico (sangrado anal) y emocional (modificaciones en sus relaciones familiares, cambios de humor y de ánimo, angustia, sufrimiento psíquico, intento de autolisis, recrudecimiento de algunas adicciones (alcohol)», prosigue la sentencia.

«Pero también se ha visto afectada su intimidad y dignidad como mujer, con repercusión en sus relaciones más cercanas, familiares (generándose un plus de sufrimiento a la madre, frente al cual la menor se resistió inicialmente a comunicárselo a ésta para que lo supiera y ayudara, lo que acrecentó su propio sufrimiento personal) y afectivas (su entorno de amistades se ha visto alterado, sus relaciones con su novio se han visto afectadas, aunque continuaría con él la relación). Presentando trastorno de estrés postraumático, además de referir la víctima que todavía perduran molestias cuando va al baño», subraya la Audiencia.

Y es que la chica «tardó meses en contárselo a su madre. Cambió sus hábitos de vida; además, sangraba por el ano; su madre le había contado que a ella le había pasado lo mismo cuando era pequeña y ella no quería que sufriera. Ha tenido intentos de autolisis, recibiendo asistencia psicológica y psiquiátrica a raíz de los hechos; se ha visto afectada, alteradas sus relaciones interpersonales; le sigue doliendo todavía mucho el ano», destaca la sentencia.

Al final, junto a su madre, acudió a la Guardia Civil. Denunció lo que le había pasado. Y el joven que la Justicia ha determinado que es el responsable irá a la cárcel.