Si la romería a la Santa Faz (Alicante) renueva esta semana 530 años de tradición del Milagro de la Lágrima, que ocurrió el 17 de marzo de 1489 durante una procesión de rogativas contra la sequía, el acontecimiento que lleva cinco siglos uniendo a los alicantinos se convierte este año en una nueva experiencia para las Clarisas que custodian actualmente la Reliquia. Son seis hermanas venidas del convento de la Verónica de Murcia que desde enero cubren el vacío que dejaron las anteriores monjas con su marcha y que están poniendo todo su empeño en sacar adelante el convento pese a saber que su estancia es temporal. Tienen grandes expectativas por la fe y emoción que sienten entre los alicantinos hacia el rostro de Jesús.

Las nuevas custodias son sor Mari Ángeles y sor Leo, monjas solemnes que han profesado; sor Edith y sor Consuelo, novicias; y las postulantes Miriam y Ester, que han hecho la experiencia pero que aún no han tomado los hábitos.

Pertenecen a la orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara y su casa está en el convento de Algezares (Murcia) pero aceptaron el encargo de sus superiores y de la Iglesia de atender la Santa Faz mientras llega una comunidad estable. Ellas se quedan intramuros en una clausura flexible. Como afirma sor Mari Ángeles, la mayor de las seis, con 57 años, vicaria de su fraternidad y vicemaestra de novicias, «la clausura, si no acerca, se convierte en algo oscuro, y nunca debe ser algo que aleje de Dios ni de los fieles. Santa Clara entendía la clausura no como un fin en sí mismo, sino como un medio más para ayudar a vivir la contemplación pero no debe ser tan estricta que llegue a ser contraproducente». Puntualmente las ayudan otras tres hermanas, sor María José, sor Carmen y sor María Dolores.

Las seis que duermen en el convento se levantaron el pasado jueves al alba para asistir desde el primer banco de la iglesia a las misas de las seis y las siete de la mañana, donde cantaron. Observaron la multitudinaria ceremonia de las 10 de la mañana en la plaza de Luis Braille, presidida por la Reliquia, y que comenzó una vez que llegó la Peregrina oficial desde Alicante, por las ventanas superiores del monasterio, lugar privilegiado para contagiarse del fervor de los alicantinos. El resto de la jornada la pasaron atendiendo a los peregrinos que necesitaron su ayuda o quisieron charlar con ellas, y estuvieron en la tienda de recuerdos de la Faz Divina.

¿Cómo afrontaron la Peregrina, la primera que vivieron en primera persona? Con gran alegría y muchas ganas, tal y como afirman las seis y se vio en sus caras ante la exaltación de la Reliquia del rostro de Jesús. Sor Mari Ángeles, que llegó hace 28 años al convento de la Verónica de Murcia, había escuchado hablar de la Santa Faz y de la fe de los alicantinos pero no se esperaba que fuera tanta.

Primera Peregrina

«Ha sido sorprendente para mí. He sido testigo de cómo los peregrinos se encuentran con el amor de Dios que transforma sus vidas», señala. Esta hermana siempre ha tenido una vocación de ayuda a los demás pues antes de profesar trabajó en laboratorios de análisis clínicos, como auxiliar técnica educativa de niños con deficiencias profundas, y como auxiliar clínica en una residencia de ancianos. Abrazó la fe a raíz de una experiencia con la que consiguió lo que siempre había buscado, ser feliz, «porque nada me saciaba»: el Señor le enamoró. Ahora le satisface el contacto directo con los fieles.

«Nos agradecen muchísimo que no estemos tras las rejas sino en el primer banco en las misas, que estemos tan cerca en la liturgia, nos dan las gracias todos los domingos», explica la religiosa, que en Alicante ha descubierto muchísima fe. «Es impresionante, las visitas, te piden oraciones, la acogida...muchísima gente se acerca llorando y te cuentan su historia y su vida».

La otra monja que ha profesado, sor Leo, de 32 años y que descubrió la vocación hace 11 años y medio «de golpe, como el Resucitado», está admirada también por la seguridad y certeza de los alicantinos en sus peticiones a la Santa Faz de que el Señor les va a ayudar y va a hacer el milagro. «Las escrituras dicen: 'tu fe te ha salvado ', y la gente viene con esa actitud. Suelen pedir por los enfermos, por los exámenes, incluido el de conducir, muchachos que hacen la selectividad, las embarazadas para que todo salga bien... Vienen muchos enfermos de cáncer y es un placer poder acompañarles un poco, a animarles porque todo va a ir bien, y si no, ayudarles a caminar hacia el cielo, que es una misión preciosa».

Sor Leo, que antes de monja era monitora de ocio y tiempo libre, admira la alegría de los que llegan a la Santa Faz a encontrarse con el rostro de Dios. Como las demás, considera que la romería hace crecer la fe y la unidad de los alicantinos en un mismo corazón, y esperan que nunca se pierda una tradición «preciosa, por el ambiente que se crea y que se transmite de generación en generación». Es sincera cuando se le pregunta si le gustaría quedarse para siempre en el monasterio alicantino. «Tenemos nuestra casa, nuestra gente, nuestro ambiente, es complicado dejar tu ciudad, tus fieles. Estamos muy a gusto pero no se sabe cuánto estaremos, ni nos lo planteamos. Lo importante es hacer la voluntad de Dios, como hijos de la Iglesia estamos a sus pies».

Sor Consuelo y sor Edith son las novicias de la Santa Faz. La primera de ellas tiene 22 años, y entró hace 3 en contacto con la vida religiosa a través de su mejor amiga, que acudió al acto en que sor Leo profesó su fe. «Me invitaron a un encuentro de chicas en Nochevieja en un convento, dije que sí, y fue un fin de año precioso. Me reí un montón y se me cayeron muchos prejuicios sobre la vida religiosa. El convento no se me iba de la cabeza y empezó una inquietud a la que tenía que dar respuesta porque era muy feliz». Tras un retiro en soledad de tres días y un mes con las hermanas, decidió abandonar su vida anterior, en la que estudió Logopedia.

En Santa Faz ha descubierto que la gente la necesita para su día a día, «para tomar aliento, porque vienen necesitados del Señor. Hace poco estuvo una señora en silla de ruedas que hacía mucho que no salía a la calle, y los niños llegan muy contentos. También personas con mucho sufrimiento que se marchan de aquí con otro rostro».

Tampoco conocía a la Santa Faz la novicia sor Edith, de 25 años, impresionada con el amor y el cariño que los alicantinos tienen a la Reliquia y al lugar, y feliz de estar aquí y de ayudar a paliar el disgusto que supuso la marcha de las anteriores Clarisas. De padre francés y madre murciana, en unas vacaciones en la tierra materna una prima le presentó a una amiga que la llevó al convento. «Me gustó mucho la alegría. Esperaba otra cosa, algo oscuro y aburrido, y me sorprendió la luz y la sencillez. Desde entonces tenía el convento en la cabeza». La joven, que en su país estudió Lenguas Extranjeras Aplicadas, hizo una experiencia de un mes con las hermanas, «dije que sí, y me vine». Ya lleva tres años y medio.

Miriam Cañaveras, de 24 años, es postulante. Es decir, está terminando la experiencia antes de decidir si toma los hábitos, pero en su caso lo tiene claro: será monja. Acabó Magisterio y la llamaron para trabajar en un colegio, hasta entonces el sueño de su vida, pero se sentía triste y apática, decaída, a consecuencia de la muerte de un hermano con solo 24 años a consecuencia de un tumor cerebral, lo que llevó a cuestionarse el sentido de la vida. Nada le consolaba, así que decidió realizar la experiencia monacal tras conocer a las hermanas en un encuentro de jóvenes, «y ver algo especial y diferente. Tenía miedo a decir que sí pero les confesé a mi jefe y a mis compañeros que había descubierto mi sitio. Dios quiere esto para mí. Mi misión está a los pies de la Iglesia, hoy en Alicante, donde me he encontrado de una forma muy especial con Él, mañana en Murcia. Es una experiencia itinerante, siempre en movimiento».

Aún está decidiendo su vocación Ester Flor de Lis, la otra postulante, alicantina de 27 años, que de momento se siente muy feliz. «Si Dios te llama es para siempre», afirma. Vinculada toda su vida a la Iglesia, participaba en la romería con familia y amigos pero nunca entró antes en el camarín por la gran afluencia de peregrinos. «¿Quién me iba a decir a mí que iba a estar aquí ahora? Entiendo la Santa Faz como la presencia de Dios en cada persona, estoy descubriendo ahora lo que es la devoción, es una sorpresa la fe de la gente, cómo salen con los ojos llorosos como si le hubieran contado su mayor secreto a su mejor amigo. Las personas se van consoladas y hasta la tienda es una forma de evangelizar porque compran recuerdos de la Santa Faz para conocidos que no son creyentes o que están enfermos porque creen que les protege».

En su caso, dice que desde pequeña se veía distinta a las demás niñas, que no era enamoradiza y que lo asociaba con que estaba hecha para Dios y no para una sola persona. «Me decían que me quedaría para vestir santos. Tenía miedo de abrir mi corazón al Señor. Hice la experiencia para demostrarme a mí misma que estaba abierta pero pensaba que lo iba a descartar. Fue al contrario, me sentía como en casa. Veía algo en las hermanas que me hacía querer ser como ellas, veía en ellas a Jesucristo y en el fondo lo que quería es eso».