Allá por noviembre de 2017, la activista y víctima del conflicto colombiano Doris Valenzuela visitaba Gran Canaria, con la protección temporal de Amnistía Internacional. En una entrevista concedida entonces, la mujer hablaba del horror que sufrió en su tierra, de la que al final salió, y también era preguntada por la lacra de la violencia machista.

«Da igual, ser negra o indígena: las que más sufrimos somos las mujeres líderes», apuntaba la mujer. «Por suerte, tengo un esposo y unos hijos que me apoyan, pero no sucede en todos los casos», añadía al respecto. Se refería a Ezequiel, el mismo esposo que el pasado miércoles, presuntamente, acababa con su vida a cuchilladas en un patio de un edificio de La Fama.

«Hay compañeras mías que se llevan golpizas (palizas) de sus propios maridos. En vez de apoyarlas frente al criminal de afuera, tienen otro dentro de la casa también, porque un hombre que golpea a una mujer es un criminal», declaraba la activista a propósito de la campaña Durmiendo con el enemigo, con la violencia de género.

También rememoraba la mujer lo que vivió en Colombia. Allí vio morir a dos de sus hijos. Uno, con nueve meses, que «fue matado en mis brazos po la guerrilla de las FARC», recuerda. El otro, Cristian, asesinado cuando tenía 16 años.

«Un buen día fueron a la casa de noche, me la quemaron con todo adentro, me sacaron, intentaron violarme, me hicieron un disparo, asesinaron a mi hijo, nadie me podía ayudar... lo dejé en una fosa común. Quince días después regresé a buscar el cuerpo. No sé donde está», manifestaba Valenzuela.

De la muerte de su hijo adolescente, contaba que lo asesinaron «porque no quiso se reclutado y trabajar» con los paramilitares. El chico acabó «con diez puñaladas en el cuerpo y cinco tiros» que le dieron hasta una docena de hombres.

«Se hizo el muerto» para salvar la vida. Cuando Cristian agonizaba, camino al hospital en compañía de su madre, logró hablar con ella y le dijo «que la intención era coger a mis cuatro hijos y mandarme sus cabezas en una bolsa con verduras, como hicieron con otra compañera», aseveraba la activista.

En cuanto a sus asesinos, el adolescente, antes de morir, «me dijo quiénes eran y todo, pero no pasó nada. Eran personas con las que nos criamos juntos, con decirte que entre los asesinos de mi hijo está el marido de mi hermana, mi propio cuñado...», señalaba.

A España, tras escapar de aquella historia de terror, «vine con toda mi familia, mi marido y mis tres hijos». «Y ahora tengo un nietito, un palmerito, porque mi hija vino embarazada de Colombia. Por lo menos andamos juntos», narraba la mujer. Hablaba del pequeño al que el miércoles sostenía su madre, hija de Doris, en brazos mientras lloraba, sentada en el suelo, por su madre, cuyo cuerpo yacía apenas unos metros junto a ella, sin vida.

«La vida es bella y hay que vivirla», aconsejaba Valenzuela en noviembre. «Den amor», añadía.