En 1969 comenzó para mi familia una nueva experiencia: nos trasladamos desde el Carmen a Santa Eulalia. Tras acabar aquel verano en que el hombre llegaba por vez primera a la Luna, los Franco realizamos un recorrido más corto, pero fundamental para nuestras anónimas existencias. Mi querida madre, tras poner un poco de orden en la nueva morada, se aprestó a escolarizarme; asunto éste menos dificultoso que en nuestros días: sin lista de espera ni fárrago alguno, mamá cogió a su primogénito amorosamente y ambos nos dirigimos al colegio nacional más cercano: el Andrés Baquero, robusto edificio hoy centenario que hacía honor a los méritos del benefactor alcalde murciano. Entramos sin dilación por la puerta trasera y nos dirigimos al aula del secretario, que se limitó a tomar nota de mi filiación personal y ponerme a cargo de Julián el conserje quien, tras comprobar que don Enrique Monzón tenía un asiento libre en sus pupitres, me depositó en sus pedagógicos brazos (siempre cubiertos por unos largos manguitos).

De aquellos lejanos años 60 tengo diversos recuerdos de una enseñanza que mantenía costumbres propias del Franquismo, pues mientras la escuela privada conocía la renovación propia de aquella etapa postconciliar, mis compañeros y yo formábamos cada día al comenzar y al concluir la jornada escolar para cantar el himno nacional y saludar a la bandera con la mano alzada a la romana. Bajo aquellas históricas columnas del viejo convento de la Trinidad los días transcurrían sin grandes alteraciones, con la sola excepción de las visitas de alguna autoridad competente o los oficios religiosos del mes de la Virgen o del miércoles de Ceniza. Pero pronto la historia comenzó a cabalgar nuevamente de prisa: el caudillo envejecía y su ministro Villar nos trajo la reforma de la EGB, el BUP y el COU; y los chicos del Baquero vimos un buen día aparecer por nuestras aulas a las niñas, que trajeron mucha alegría y frescura a las clases y alguna complicación logística al bueno de don Enrique. Todo pasó muy rápido: llegó el año 1973, que trajo la muerte de Carrero, noticia que conocimos en clase de Don Antonio, y la de Franco, acaecida cuando ya estábamos en Sexto y vivíamos con intensidad las lecciones de don Maximiliano Gómez y doña Isabel Cano.

Todo parece en este curso en el que se cumple el centenario del colegio, tiempo de recuerdos y de gloriosos homenajes y reencuentros, haber sido un sueño lejano, pues aquellos años en que nosotros nos graduamos España cambió mucho y nuestra generación se preparaba en las calles próximas a una universidad alborotada para vivir años intensos y salir a un mundo cambiante y difícil, en un camino que se hizo más llevadero gracias al magisterio apasionado de muchos de nuestros maestros, geniales pedagogos como nuestra querida Matilde o don Jesús Jareño, que nos enseñó a vivir la vida con pasión y nos dio una identidad y unos códigos de comportamiento que nosotros solo conocemos, pues somos los chicos? del Baquero.