Aunque llevo ya tiempo alejado de la enseñanza, pasé 40 años de mi vida dando clases en un instituto y el tema del acoso escolar me es familiar. Bien es cierto que en los niveles en los que he enseñado (Bachillerato y Formación Profesional de Segundo Grado o Ciclos Superiores) este desgraciado asunto se da mucho menos que en los cursos de adolescentes, y casi siempre se soluciona llamando a capítulo a los acosadores y diciéndoles muy seriamente: «Os estáis pasando con este o esta compañera». Recuerdo un ejemplo: en un COU nocturno había un chico muy amanerado, probablemente gay, y algún bruto le gastaba bromas algo pesadas. Un día le pedí al muchacho que fuera al departamento y me trajera unos cedés. Cuando me quedé en el aula con los otros compañeros, les hablé del tema y de que podían estar realmente molestando al chaval y creándole un problema: «Pero si él se lo toma a risa», me dijo uno de ellos. «¿Cómo te sentaría a ti que todos los días te gastaran la misma broma?», le pregunté yo. El caso es que ya algunos alumnos hablaron y se dijo que efectivamente había quienes se pasaban con él, y todos acordaron cambiar su actitud.

A veces, algo tan simple como esto hace que las actitudes tomen un camino distinto, pero el tema de los ´diferentes´ al resto del grupo necesita una atención muy especial por parte de los profesores, en primer lugar, porque son los que pueden detectarlo antes que nadie. Detrás de ellos han de estar los directivos del centro, y deben contar con especialistas, pedagogos y psicólogos que se hagan cargo de los asuntos en cuanto haya la menor sospecha. Estas diferencias pueden ser muchas: físicas o psicológicas, de carácter o de relación con los demás. Los chicos y chicas que son distintos llaman mucho la atención de sus compañeros y siempre hay alguna, o alguno, que está dispuestos a volcar en estos seres de apariencia débil una gran agresividad, a veces, consciente e intencionada, y otras arrastrados por lo que se dice en su grupo, por lo que les marca el líder que los maneja, que puede ser el más cruel.

Lo que ocurrió el otro día con la chica de trece años que se suicidó nos ha conmovido a todos. Realmente ha conmovido a España entera, pues fue noticia en todos los medios -por cierto, partiendo de la información que LA OPINIÓN daba el jueves-. Pero hay otra información previa a este terrible suceso que todavía asusta más, y es que la Región de Murcia encabeza el triste ranking de acoso escolar en todo el país, según una encuesta de Save the The Children. Tal noticia debe movilizar a toda la consejería de Educación. No creo que tengan un problema más serio en ese departamento de nuestro Gobierno Regional que un dato así. Yo diría que hace falta un gabinete de crisis para estudiar con los especialistas qué medidas pueden tomarse para erradicar semejante lacra. Esto es, en mi opinión, peor que lo del Mar Menor. Si es verdad que el 11% de nuestros chicos y chicas están sufriendo acoso de vez en cuando, y casi el 3% de un modo continuo, hay que movilizarse, señora consejera, y hacerlo ya.

Porque la pérdida de Lucía ha sido una terrible desgracia, pero, aún sin llegar a esta situación límite, ¿cuántos niños y niñas suponen esos tantos por cientos? ¿Cuántos de ellos se sienten tristes, asustados, preocupados, y hasta desesperados cada día cuando van a entrar en su colegio o instituto murciano? De nada vale el informe Pisa, o cualquier otro dato que me cuenten ustedes sobre el bajo nivel en los conocimientos. Estamos hablando de la convivencia diaria, de la vida de nuestros chicos y chicas. Este es el más importante y el que necesita toda nuestra atención, un seguimiento día a día, una observación continua de cómo evoluciona el problema y cómo hacen ustedes que desaparezca.