En el año 1725, durante el mes de octubre, el Concejo de Murcia recibe notificación del presidente de Castilla, Ministro de la Corona, negando la autorización para que se representen comedias en la ciudad.

Está orden no fue bien recibida en Murcia, porque los empresarios del corral que existía en la calle del Trinquete (actual Frutos Baeza) eran los hermanos de san Juan de Dios, que gozaban de simpatía en la ciudad por su actuación a favor de los más necesitados y que gracias a las obras teatrales que se representaban, en su corral, se sacaban fondos para ayudarlos.

El obispo, entonces, acudió al rey y el corregidor, a los pocos días, y comunicó al Concejo que, por Real Orden del 6 de octubre de dicho año 1725, quedaban prohibidas las representaciones de comedias en todo el territorio de la Diócesis de Cartagena. A partir de ese momento, el teatro dejó de ser un espectáculo público y se sostuvo en domicilios y palacios de la nobleza murciana, pero viendo el auge que cogían las representaciones, escapando incluso a la censura, se atacó ferozmente a la nobleza y durante cuatro años, de 1734 a 1738, sufrieron cárcel incluso aquellos que se atrevían a saltarse la prohibición.

Eran encarcelados tanto los señores que ofrecían teatro en sus domicilios como los actores que representaban las obras. Se dio el caso curioso de que, en 1737 una Real Providencia, autorizó la reapertura del teatro de los hermanos de san Juan de Dios, pero nueve prelados priores de otras tantas órdenes religiosas de Murcia acudieron al rey y lograron impedir que se abriera aquel teatro.

La orden de cerrar los teatros -dijeron- es para todos y los frailes de san Juan de Dios no podían ser la excepción. Ante la prohibición de las representaciones teatrales y al objeto de que el pueblo se divirtiera, el Concejo, propició que se multiplicaran las corridas de toros. Estas se celebraban casi semanalmente en todas las plazas de la ciudad acondicionadas para tal fin.

La plaza de Belluga y el homenaje al cardenal

?El día 16 de noviembre de 1884, el ayuntamiento de Murcia procedió a la inauguración de la antigua plaza de Palacio con el nuevo nombre de Plaza del Cardenal Belluga, tal como la conocemos en la actualidad, y descubrió la placa que se colocó en la fachada del Palacio Episcopal, que se perdió durante la guerra civil.

La crónica del acto lo describe así: «Se realizó una procesión cívica en dirección a la plaza donde iba lo más selecto de la ciudad. Autoridades, sociedades científicas, periodistas, médicos, abogados, jueces y notarios. Representantes de todos los partidos políticos, cuatro bandas de música y centenares de murcianos que se sumaron al homenaje.

La banda de la Casa de la Misericordia, al descubrirse la lápida, tocó el ´himno a Belluga´ una partitura compuesta por el señor Espino especialmente para la ocasión y que fue muy aplaudida y celebrada. Seguidamente hicieron uso de la palabra el presidente de la Sociedad Belluga, el director de la Casa de la Misericordia y los señores Ballester, Blanco y Piqueras.

El señor Ballester dijo en su alocución: murcianos tengo la altísima honra de representar en este solemnísimo acto al Excmo. Ayuntamiento de Murcia. Soy el más insuficiente de todos los individuos que se sientan en los escaños de este Concejo y esto hace más difícil y embarazosa mi situación en este instante. Yo os suplico que no veáis en mí al concejal que viene de oficio, sino al hijo nacido en esta queridísima patria de las perfumadas brisas y las eternas primaveras.

Todos conocéis mejor que yo la historia del ilustre prelado. Desde el pan que calma el hambre del desgraciado expósito, fruto inocente del pecado o crimen, que es arrojado entre las sombras de la traidora noche sobre los brazos de la Caridad, hasta el lecho del hospital sobre el que gime y palpita el miserable peregrino, todo lo debe Murcia a la sublime caridad de este ilustre patricio». Tras las intervenciones se disolvió el gentío y las representaciones que acudieron a tan solemne acto y a partir de ese momento se conoció como plaza de Belluga a la antigua del Palacio.

El negocio de la carne y el sargento que robaba

Reflejan las actas del Concejo un caso muy curioso acaecido en el mes de mayo del año 1769, cuando el negocio paralelo que había montado un oficial del Regimiento de Dragones causa un verdadero alboroto y altercados en la población, que se subleva contra este oficial que «cobraba a los pobres» lo que tenía que darles gratis.

El hecho fue el siguiente tal y como se recoge por el Concejo: «Don Antonio Rocamora Ferrer, fiel ejecutor, y a la vista del alboroto que se nota todas las tardes en el matadero cuando se reparten cabezas, asaduras y despojos de las reses allí sacrificadas presenta queja oficial ante los señores de la ciudad para que se actúe en consecuencia.

Todo es a causa del sargento de este regimiento de Dragones de la Reina, que lleva el encargo para proveer los ranchos, y se apropia de estas piezas sin orden ni método alguno y sin saber cuántas necesita. Por lo mismo, llevando a su arbitrio, las vende a la vista y paciencia de cientos de pobres que vienen a recogerlas e incluso comprarlas aquellos que pueden, pero el dicho Sargento de Dragones las vende lucrándose en dos o tres cuartos en cada uno a modo que no logra ningún vecino pobre surtirse de estas carnes de despojos. La Ciudad ante esta queja fundada acuerda evitar en lo sucesivo estos abusos y aparta del cargo al referido Sargento del Regimiento de Dragones».

Serenos en Murcia

En el mes de octubre de 1785, por orden del Concejo, Murcia tuvo en sus calles a los primeros serenos. Fue todo un acontecimiento para los vecinos que, en las horas más peligrosas de la noche, hubiera servidores públicos que velaran por la seguridad de los ciudadanos. Este ´cuerpo de serenos´ ya se había puesto en marcha en otras ciudades del reino, aunque, según lo que se refleja en las actas, Murcia fue de las primeras en tenerlos.

Los serenos empezaron por el barrio de San Bartolomé el día uno de octubre y fueron cuatro personas las contratadas para tal fin. Después, el día ocho del mismo mes, otros dos fueron destinados al barrio de San Antolín. Y el día quince de octubre, también dos, al de San Juan.

Así se fueron cubriendo las zonas del centro de la ciudad de tal modo que, a final de ese año, se contaba con once serenos en la ciudad y «un sereno al otro lado del río» (imaginamos que para la zona de San Benito hoy Barrio del Carmen). El día uno de noviembre de dicho año se aprobó su uniformidad. «Todos vestirán capas azules, uniformes del mismo color y sombreros de lustre a modo de los voluntarios miñones» (los ´miñones´ junto a los ´migueletes´ eran las fuerzas locales encargadas de luchar contra los bandoleros en los caminos del reino).