Entre las actividades que el ayuntamiento de Cartagena ha venido programando a lo largo del pasado abril, mes denominado Cervantino, aportó una importante exposición del pintor cartagenero Nicomedes Gómez, artífice casi desconocido y poco valorado fuera de los medios artísticos nacionales, más conocido en Francia que en su propio país, para conmemorar el IV Centenario de la muerte del célebre literato don Miguel de Cervantes Saavedra, quien, por cierto, visitó la ciudad portuaria en más de una ocasión. Sinceramente, creo que esta era la mejor oportunidad para recuperar y poner en valor a este artista profundo, estudioso del alma humana, que supo unir por medio de la simbología del esoterismo, toda una filosofía.

Declarado masón, hubo de exiliarse, al igual que tantos otros murcianos, fuera de nuestro país estableciendo su lugar de residencia en Francia, concretamente en Pau, aunque su amor a España y a Cartagena siempre lo llevó con él, lo que demostró sobradamente a lo largo de su vida. Por este motivo, en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, pudimos disfrutar de una colección, creo que única en el mundo, de los perfectos trabajos con los que en noviembre del año 1954 sorprendió Gómez al público francés y a la crítica especializada.

186 magníficas ilustraciones del inmortal Don Quijote de la Mancha, obra que fue expuesta con éxito en diversos países y con la que se consagró en el país vecino, lo que le permitió abrir puertas a la organización de homenajes, recitales y actos culturales que contribuyeron a la confraternización franco-española, logrado con su personalidad y trayectoria artística todos los galardones que un autor puede desear en Francia, Bélgica, Alemania, Luxemburgo además de España.

Colección que a pesar de la diversidad de los temas tratados contiene una total unidad, estando ejecutada con gran maestría en diferentes técnicas como témpera, guache, plumilla, acuarela, collage, o tinta, todas ellas plasmadas sobre papel. Quiso el pintor, en el año 1979, donar esta colección de cuadros a su terruño, para que pasase a engrosar su patrimonio cultural, con una condición, que no se dispersara nunca, que permaneciera unida sin fraccionarse y expuesta al pueblo llano para su deleite.

Ese mismo año, realizó un retrato a pluma de su majestad el rey Juan Carlos I, con motivo de su onomástica, de unos 60 centímetros, original que entregó al entonces presidente Andrés Hernández Ros, con el ruego de que lo hiciese llegar a la Zarzuela personalmente, con una delegación oficial de Murcia y Cartagena en la que él preferiría no estar incluido.

No era esta la primera vez que hacía el retrato de un rey, puesto que en sus inicios, en el año 1927, ya realizó otro al abuelo del monarca, Alfonso XIII, con el que participó en un Concurso Nacional celebrado en Madrid, obra con la que obtuvo el primer premio. Personaje envuelto en una apasionante y amplia historia gozaba de una laboriosidad inagotable, como inagotable fue su obra pictórica.

Entre sus obras más destacadas figura la pintura esotérica, mediante la cual buscó obsesivamente la presencia de Dios en todas las manifestaciones de la existencia. Le gustaba visitar Cartagena, pasear por la calle Mayor de camino al Casino, su lugar de tertulia con los amigos: Eduardo Cañabate, Francisco Portela, Jesús Rodríguez Rubio, que a su muerte, acaecida el día 3 de agosto de 1983, fue nombrado albacea por su viuda, con los que mantenía correspondencia y proyectos, al igual que con la excelente poetisa María Teresa Cervantes, a quien tuve el honor de conocer gracias a nuestro común y malogrado amigo Ángel García Valera.

Ambos fueron los que despertaron en mí la admiración por el artista y por el personaje. Solía Nicomedes llegar con su esposa, una dama francesa, unos días antes de la Semana Santa, para poder saborearla sin prisas, al estar enamorado de ella, según confesaba abiertamente.

Por ello, se planteó en 1957 recopilarla e inmortalizarla en sus trabajos iniciando una serie de cuadros minuciosos, sorprendentes, en los que se aprecia el perfecto dominio del dibujo del maestro cartagenero, y la grandeza que supo imprimir a cada uno de los pasos que inundan con su marcial presencia las calles de la ciudad portuaria, obras que con posterioridad plasmó en un libro editado en francés, que sirvió para dar a conocer la Semana Mayor de Cartagena más allá de nuestras fronteras.

¡Y es que Nicomedes Gómez, como solían decir sus amigos, siempre amó a Cartagena como su más preciada dulcinea!