El invierno se vincula frecuentemente con la estación más lúgubre y fría del año. La muerte de la naturaleza se asocia, de acuerdo con la tradición, a cuarenta días después del equinoccio de otoño -22 de septiembre-, es decir, con el día 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos en el que se les rinde culto, siendo el día 2 de noviembre el fijado para la conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente conocido como Día de las Ánimas, en el que la iglesia católica recuerda especialmente a los fieles que han muerto corporalmente, pero que tienen la esperanza de la resurrección, encontrándose aún en estado de purificación en el Purgatorio.

Estas fechas se celebran en España con diversas y especiales singularidades. En estos días, y los precedentes, los familiares y amigos de los difuntos visitan los cementerios para adornar las tumbas donde yacen los seres recordados y dedicarles su compañía y oraciones. Los ornamentos de las tumbas, nichos y panteones se realizan con todo tipo de flores naturales de estas fechas: dalias, claveles, mocos de pavo y, la más representativa, el crisantemo. El componente gastronómico también tiene su arraigo entre los murcianos, siendo muy característico el arrope y calabazate, los buñuelos -cuenta la tradición que si te comes un buñuelo sacas un alma del Purgatorio-, así como los tostones, gachas de harina y el dulce de membrillo, de elaboración casera, sobre todo en los hogares de la huerta, o los huesos de santo -dulces de azúcar y huevo que fingen el canibalismo sacro; simbólicamente si comes muertos es porque los quieres y no les temes-, la leche frita, que junto a los más diversos productos característicos de este día, como el pan de higo, miel, etc., también se pueden encontrar en los mercadillos que se montan para la ocasión, siendo el más popular el de la plaza de San Pedro, en Murcia.

Llegando la doble fiesta cristiana de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, «el dichoso mes que comienza con Todos los Santos y acaba con San Andrés (popular)», era la época en la que empezaban a hacerse en las pedanías y en la huerta de Murcia los tostones -ahora llamados palomitas- de panizo (maíz) moruno a los que se les podía añadir azúcar y también un poco de anís, haciendo de esta manera «pan -o turrón- de tostones».

Cuando el atardecer daba paso a la noche, sentados al calentor -y amigable compañía- que generaba la lumbre que con leña se hacía en el ´hogarín´ de la chimenea, casi metidos debajo del caramanchón -así se llamaba a la gruesa leja desde la que a poco más de un metro del suelo de la cocina empezaba a levantarse la chimenea del llamado ´hogarín´ (lo que en los nuevos tiempos se asemeja a la ´cocina francesa´)-, los zagales cantaban canciones con jolgorio en ocasiones, otras más ´abonico´, mientras degustaban los tostones a la espera del sueño, y los abuelos les contaban fabulas y cuentos como el de Caperucita Roja, Los cabritillos, y, para finalizar, cuando ya no quedaban más, el ´desesperante´ de María Sarmiento, para luego terminar con el que sabían más gustaba, y a dormir. Mientras, los mayores, se quedaban junto al rescoldo -hasta que este se acababa- comentando los aconteceres del día y las previsiones para el siguiente, para, entre chascarrillos, hacer tiempo para acostarse. Las noches y días de lluvia era de ´obligado cumplimiento´ en la huerta hacer migas, o sémola, para comer, y tostones para el entretenimiento.

Coronas de pipas, higos, granás, caquiles, panizo ´moruno´, ´moniatos´, membrillos, naranjas, níspolas, dátiles, más otras hortalizas y frutas que se criaban en los quijales y cornijales de los bancales de la huerta, componían el presente llamado ´la orillica del quijal´.

Los zagales correteando por carriles y sendas iban a pedir a las casas de los vecinos ´la orillica del quijal´. Los vecinos les ofrecían castañas, avellanas, níspolas, higos, granás, dulce -´carne´- de membrillo y otros productos de la huerta, bien del tiempo o de fuera de temporada, que habían sido cuidadosamente guardados entre paja en el ´culo´ del arca para puntuales agasajos y para estos menesteres y acontecimientos familiares, que los niños se guardaban para, al finalizar cada ronda, repartírselo entre todos.

Estas peticiones tenían especial acontecer cuando se hacían en la noche del día 31 de octubre, víspera de ´Tosantos´ (Día de Todos los Santos) y en la noche de este día, acompañando la demanda con el ritual: «Dame la ´orillica del quijal´; si no me la das te rompo el portal». Otro divertimiento era hacer ´calaveras´ con calabazas para, oscureciendo el día, ya entrada la noche de estos especiales días, asustar a los transeúntes de aquellas sendas y carriles. Las calabazas cosechadas en la huerta murciana se partían por la mitad para, una vez vaciadas de su ´carne´, horadándoles el cuerpo -la corteza-, hacerles boca, a la que se le ponían dientes hechos con palillos de cañas o ramas, nariz, ojos y orejas; dentro se les colocaba una luz de velas o ´mariposas´ de las ánimas, que, aún hoy, es costumbre encender estas pequeñas velas en las casas ante imágenes de santos o fotografías de los antepasados difuntos más queridos y respetados, para ayudarles a encontrar su camino.

Estas ´calaveras´ se ponían al oscurecer el día -ya anochecido- en las curvas y rincones mas oscuros de sendas y carriles la víspera del Día de ´Tosantos´ y también en la noche de este día, a modo de ´muertos vivientes´, y quienes pasaban por allí se daban un gran susto, o así lo escenificaban del modo más espontáneo que podían o sabían para el divertimiento y delicia de la zagalería -más o menos ajena a la profundidad espiritual de las fechas que se conmemoraban- escondida entre bancales de panizo y los costones de los brazales y acequias se regocijaba entre risas con el resultado de sus ´maldades´. Se decía que la noche del Día de ´Tosantos´ regresaban los difuntos para descansar el día 2 de noviembre, Fiesta de los Difuntos -o de las Ánimas-, en los lechos donde lo hacían en su vida terrenal, por lo que esas camas se ponían de «punto en blanco» con sábanas y mudas limpias -impolutas- y mantones con todo lujo como seña de la mejor disposición y el mayor respeto para procurar el descanso de estas esperadas visitas. Halloween, también conocido como Noche de Brujas o Día de Brujas, es una fiesta de origen celta que se celebra en la noche del día 31 de octubre en países como Canadá, Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido, y también, aunque en menor medida, en otros países del mundo incluida Latinoamérica.

En España, como resulta obvio, se festeja desde hace años. Sin embargo, en países como Australia y Nueva Zelanda, a pesar de su raigambre anglosajona, no tiene una especial connotación. Las raíces de Halloween se circunscriben a la celebración del Samhain (fin del verano, que se celebraba el día 31 de octubre) y a la festividad cristiana del Día de Todos los Santos. El día se asocia a los colores naranja, negro y morado, siendo sus actividades populares el famoso ´truco o trato´ y las fiestas de disfraces, las hogueras, las visitas a casas encantadas, las bromas, la lectura de historias de miedo, etc. Los antiguos celtas consideraban que la línea que une este mundo y el Otro Mundo se estrechaba con la llegada del Samhain, permitiendo a los espíritus traspasarla.

Los antepasados familiares eran invitados y homenajeados, mientras que los espíritus malignos eran ahuyentados. En la actualidad los niños se disfrazan para la ocasión y recorren las calles pidiendo dulces de puerta en puerta. Tras llamar a la puerta pronuncian la frase «truco o trato». Si los habitantes de la casa les dan caramelos, dulces, dinero o cualquier otro tipo de dádiva, se sobreentiende que han aceptado el ´trato´. Si se niegan, los niños les gastarán una broma, pudiendo ser -como más común- arrojar huevos de ave o espuma de afeitar sobre la puerta de la vivienda.

A poco que nos sumerjamos, aunque sea someramente, en la plural diversidad de costumbres relacionadas entre sí, constataremos que culturas diferentes abrevan en fuentes comunes, y como es de patente evidencia, como en otras tantas cosas, la doctrina del Purgatorio y de las almas que han de purgar en él sus culpas durante un tiempo resulta del acomodo de criterios de cada pueblo -por circunstancias propias de su entorno- a unas creencias antiguas y prácticamente universales.