En el curso de esos condumios en los que nos reuníamos nos interesamos por nuestras respectivas próstatas, cataratas en formación, azúcar alta, hígado y otras muestras inequívocas de nuestra gloriosa ancianidad, cifrada alrededor de los 77 años de edad, cuando ya uno vive, de propina, camino de la eternidad. Él había nacido el 25 de junio de 1933, un mes y un día más anciano que servidor.

Así que preocupados por su ausencia reiterada, uno de nosotros llamaba las vísperas del festín colectivo con la esperanza de que ya estuviese restablecido. Tras pasar semanas de haber sido intervenido quirúrgicamente y de permanecer en la unidad de cuidados intensivos, había pasado a planta, lo que parecía en principio excelente noticia de su estado de salud, y de ésta al domicilio familiar, donde tenía bien merecida plaza: la del doctor José María Aroca, a un costado de la avenida de Miguel de Cervantes. Desgraciadamente no podrá asistir a la cita del próximo día 21 de diciembre. Lamentaremos su no regreso como bachiller que fuera de la promoción del año 1950.

Médico, humano y humanista, o sea comprensivo, sensible a los infortunios ajenos, e instruido en letras humanas, respectivamente, herencia moral y espiritual de dos de sus maestros más admirados, Gregorio Marañón y Pedro Laín Entralgo.

Durante la transición política, a punto de ser elegido alcalde de Murcia (1979-1983), el primero de la democracia, llamé a Pepe para que me recibiera en consulta médica amistosa: úlcera de duodeno contraída, sin duda, a causa de mi oficio de informador político en aquellos años revueltos y de mudanzas. Me examinó, palpó la zona del cuerpo en que se aloja el duodeno, úlcera hermosa y vieja, intuyó y diagnosticó al instante. Me aconsejó, sobre todo, que no tomara disgustos, que hiciera una vida regular, sin excesos, y por supuesto, añadió, ni se te ocurra ir a… (aquí nombre y apellido de un conocido cirujano) porque te manda al quirófano inmediatamente.

Y salió victorioso de las urnas municipales porque además de votarle el electorado socialista de izquierdas, lo hizo también el de derechas, sin serlo él en modo alguno. En el análisis de la jornada atribuí estos votos y algunos más de la extrema derecha a los ´estómagos agradecidos´, entre los que me contaba incondicionalmente.

Al darme la noticia ayer del fallecimiento de José María Aroca, la asistenta de casa, Conchita, me ha contado que fue una a vez a su consulta de la Seguridad Social, y que desde entonces la saludaba si la veía en algún lugar público. Era muy buena persona, muy corriente, remacha.

Su currículo profesional y político era extenso y variado. Presidente del Colegio de Médicos, académico de la de Medicina, presidente del Patronato de la Universidad, consejero del ente preautonómico regional, alcalde y miembro del consejo de administración de Cajamurcia, entre otros cargos que ocupó, siempre en Murcia.

Renunció a un segundo mandato al frente de la Alcaldía, que hubiera revalidado fácilmente, debido quizá a su probidad y altura intelectual en un mundo, el de la política, manchado y en continua sospecha, con el que no casan la rectitud y la buena fe.