Semana Santa
Delirio azul al paso de la Dolorosa en Lorca
Los blancos levantaron la arena con tres carros llevados por Valeria Maximila, Fausta y Gala Placidia
La miro a ella y me parece estar viendo el cielo azul. Y azul es el mar sobre el que parecía mecerse mientras cruzaba el umbral del viejo templo de San Francisco de Lorca. El trono de la Dolorosa apenas dista unos centímetros del dintel de la puerta. Los varales del trono abandonan los hombros de los portapasos y descansan sobre sus brazos, sobre sus manos, que parecen querer acariciar el suelo mientras muy despacio avanzan dejando atrás su encierro.
Las vestimentas de los portapasos asemejan el mar. Un mar en el que, de cuando en cuando, se escuchan los murmullos de la espuma al romper las suaves olas. Son las delicadas puntillas de los que la portan. Y salvado el umbral de San Francisco un grito unánime la lleva hasta lo más alto: «¡Al cielo con ella!». Y una mujer que peina canas grita como lo hacía cuando era una chiquilla: «¡Viva el delirio azul!». «¡Viva la que arranca pasiones!».
A duras penas puede seguir mientras los que están a su alrededor contestan sus plegarias con un viva sonoro al que siguen muchos otros que protagonizan los que aguardan desde hace horas para ver la salida procesional de la Santísima Virgen de los Dolores.
Un año que se ha hecho eterno sin ver a la Madre, a la Reina del Cielo, a la Dolorosa, a la más hermosa, a la que levanta locuras, pasiones… a la Madre que en pocos días llorará a su hijo en la cruz. Pero mientras, le arrullará como las madres hacen con sus hijos recién nacidos a los que mecen mientras entonan una canción. Ayer tarde, anoche, el grito unánime de los portapasos tenía nombre y apellidos, el Himno a la Santísima Virgen de los Dolores, que entonaron a la salida, pero también a la recogida y durante el trayecto, recordándole que es la ilusión y la pasión de los azules, el delirio de un pueblo que vive para y por Ella.
Abandonaba a su hijo en el interior mientras recorría la Cuesta de San Francisco y desfilaba ante palacios como el de los Condes de San Julián o el de Guevara. A sus puertas, ante su portada que asemeja un retablo, los azules se acercaban para que sintiera el amor que le profesan. Pero anoche no estaba sola.
Unas trescientas azules ataviadas con la clásica mantilla española acompañaban a la Dolorosa en el primer desfile del periplo procesionil que abre la Semana Santa lorquina. Y cerrando el cortejo el Grupo de Caballería de la Guardia Civil que escolta a la imagen de Capuz desde hace largos años.
Un alarde de estandartes declarados Bien de Interés Cultural, como el manto azul que ideara un Francisco Cayuela que sentía un amor que rozaba la locura por la Dolorosa. El Paso Blanco puso en escena el grupo romano con los carros de Valeria Maximila, Fausta y Gala Placidia. Y Santa Elena.
La Visión Apocalíptica de San Juan y los caballos demonios del Anticristo levantaron el graderío blanco a su paso. Bien entrada la noche la Dolorosa se recogía en su templo que abandonará el próximo Viernes para recorrer nuevamente las calles de la ciudad, esta vez, detrás de su hijo muerto.
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