Especial Fiestas de Ricote 2023

Lo que a mi no me pase...

Una pareja de locos

Una pareja de locos

Paúl del Castillo / Ilustraciones: Guillermina Sánchez Oró

Una pareja de locos

Antes de empezar, digamos para situarnos, que este matrimonio estrambótico lo conforman un hombre y una mujer (aunque tal como están las cosas, vaya usted a saber), octogenarios, para más señas, y que, desde que se ‘casaron’, allá por el año de la Nana, anda cada uno por su lado. Uno, el hombre, sordo perdido y afectado de insuficiencia respiratoria (aunque también se le puede llamar ‘apnea del sueño’) para lo cual, cada noche se enchufa a un aparato para no despertar a los vecinos con sus ronquidos, que a veces parecen el mismísimo cráter del Etna. Y, sobre todo, para no ahogarse, que se han dado casos. Y que todos los santos días pone el despertador a las 7:30 en punto de la mañana, para que ‘suene’. Como hizo siempre durante sus 45 años de funcionario público, por íntima convicción personal, y para dar ejemplo a los demás, si se tercia. Y de ella, qué vamos a decir que no sepamos todos (como expresara ‘Paco el Sacristán’, del cura párroco MJSM), que es diabética, como Belén Esteban, la ‘Princesa del Pueblo’ (ahora también cojitranca, por un tonto percance televisivo; pero ahí la tienes, con garrota y todo). Conectada a un aparato, a un chisme muy sofisticado (llamémosle Contour XT 900100117) y con un botoncico clavado en el brazo con doble señal de alarma, acústica y visual, cuando el nivel de azúcar se aproxima a los 0,70 de glucemia. Y también medio teniente, o con flojera timpánica, como su consorte, aunque no lo reconozca abiertamente, porque es muy suya… para no dejarnos nada en el tintero. Bueno, pues el caso es, para no extendernos mucho, que por las razones que sea, cada cual oye el aparato del otro, pero no el suyo propio. Y el afectado en cuestión, según el lance, tiene que darle un codazo al otro/a, para que espabile, estando siempre en un sin vivir permanente y a bronca diaria; por no citar a los vecinos, que cualquier día van a tirar las paredes abajo por tanta desavenencia. Hasta que llegó un día, tenía que ocurrir, ¡ya que el demonio no deja de ‘maquinar’!, que los dos aparaticos de marras, ¡la madre que los parió!, empezaron a sonar al unísono, y como están en mesillas cambiadas, asustados por este incidente siniestro, en lugar del clásico codazo (que tienen ya el cuerpo lleno de ‘cardenales’ de tanta monserga), se dieron un mamporrazo tan duro en la frente, con un chichón de campeonato, que no veas el número. Uno, en el lado izquierdo, y el otro en el derecho, que menuda estampa, ¡para salir corriendo!; peor que si fuesen maltrechos heridos de guerra. Total, que mientras no lleguen a un acuerdo, y lo veo difícil, ellos o sus respectivos adminículos, o afinen mejor el oído, duermen en camas separadas, y ya veremos lo que les dura el ‘morro’. Pues, ya digo, que mala cara tiene el perro…

Increíble pero cierto

No se lo van a creer pero sucedió tal cual. Les cuento. El pasado 14 de febrero (día de los enamorados y sábado para más señas) intento conectar telefónicamente con Manuel Muñoz Zielinsky, asiduo colaborador de este Suplemento Especial y afamado fotógrafo y etnógrafo (entre otras muchas especializaciones y de muy reconocido mérito) para hacerle entrega de un pequeño obsequio, como muestra de gratitud, por su valiosísima contribución en el Extraordinario del año 2020, en el que participó con tres trabajos espléndidos y de un valor impagable. Pero, mira por donde, por las razones que fuese, me cambié de renglón, en mi vieja y carcomida agenda, y marqué maquinalmente el número 652715337, correspondiente a la antigua agencia de publicidad ‘Murciorama’, poniéndose al aparato mi mujer, que me lo pasa de inmediato, para decirme que alguien preguntaba por el nombre de un señor muy enrevesado, que le sonaba a extranjero (el mentado Sr. Zielinski) ¿Qué raro? ¿Qué pasa aquí?, me interrogo.

Increíble pero cierto

Increíble pero cierto

Bueno, pues después de muchos preguntados y aclarada definitivamente la cuestión, ha resultado que el citado teléfono, que hoy es de nuestra propiedad (como segundo y móvil -para tener siempre localizada a mi esposa, por sus innumerables ‘pérdidas’ de memoria o ataques hipoglucémicos- dicho sea de paso) que a la sazón, hará de esto casi diez años, pertenecía a la citada agencia de publicidad, ya desaparecida, y entonces ubicada en la calle Alejandro Séiquer o de Correos. Con la que yo trabajaba muy frecuentemente para anunciar, y de forma gratuita, varias parcelas de La Alquibla y dos solares en Ricote, aún sin enajenar, ya que viene a cuento. Y que, al darme luego de alta, en la compañía Orange, me lo endosaron a mi, y con los mismos dígitos. Pero, qué casualidad, que estuviese debajo, uno del otro, y produciéndose una ‘carambola’ tan extraña, como la que antecede. Misterios de este mundo; uno más…

Fijo o móvil

Para no andarnos por las ramas, digamos de entrada que yo siempre me aplico a rajatabla aquel viejo dicho latino, castellanizado, que afirma más o menos «que el que es primero en el tiempo, es mejor en el derecho». Dicho lo cual, vayamos al grano. Desde que recalé en Murcia procedente de Bilbao, allá por el año 1972, contraté un teléfono fijo, en la Telefónica, y desde entonces a acá, aunque haya cambiado de compañía repetidas veces, siempre me han respetado ese mismo número, es más, lo he exigido. Hasta el punto que se ha identificado tanto con mi cotidianidad que forma ya parte de la familia. Y no me lo toquen, por favor, que me parto el alma por defender sus derechos, ya con muchos trienios en su haber. Pero, mira por donde, de un tiempo a esta parte, sin yo pedirlo, la nueva firma que rige mis destinos, muy ‘metete’ ella, me ha regalado un móvil, incrustado en las mismas tripas, que no utilizo ni sé nada del respective, pero que ‘cuelgo’ con él a cuestas como una endiablada mochila. Es decir, que mi auricular, mi aparato en cuestión, por fas o por nefas, es un dos en uno, machico y hembra, y tengo con ellos un problema bipolar; no sé si me explico… Bueno, cómo será de especial el fulano que desconozco de él hasta el número con el que se acredita. Como pude comprobar el otro día al acercarme a las oficinas de la Cámara de Gestión de la Propiedad Inmobiliaria de Murcia para identificarme.

Fijo o móvil

Fijo o móvil

Al haber cambiado la comunidad de vecinos de empresa, y al solicitarme el empleado cualquier otro número, si lo tuviera o tuviese, para completar mis datos, no supe que contestarle. Pero luego me lo pensé mejor, que aunque parezca tonto a veces no lo soy tanto, y en sus propias narices, cara a cara, llamé a uno suyo que tenía apuntado en un sobre. ¿Y a qué no saben lo que pasó? Pues, ni más ni menos que en su pantalla precisamente apareció, tan campante, el móvil de marras que íbamos buscando. Pero no el mío de siempre, el fijo de toda la vida, el que me merqué en el año la polca, en la calle Frenería cuando regresé del País Vasco sin respetar ninguna norma y poniendo el mundo al revés, ¡joder!, ¡que ya me estoy cabreando! Colocándose el primero un simple advenedizo que acababa de llegar, sin más mérito que ser más ‘moderno’. ¿Pues saben lo que les digo? Que estoy al borde de tirar los dos al pozo del olvido y comprarme una caracola para saber en qué mundo estoy. Como hacíamos los zagales de mi tiempo, esperando en la Plaza de ‘Manducho’ a que viniese desde Murcia el carro de ‘Jesús Pistones’, cargado de fruta fresca, y al que teníamos localizado en cada curva de las Arrodeas, ‘porras’ incluidas, y siempre llegaba a punto. Por cierto, con la misma felicidad, como si fuese el Santo Advenimiento ¡Adiós, muy buenas!

Arroz y pájaros

Refiérese, que ‘Antoñico de la Soledad’, como los héroes del cuento, dio a conocer en el pueblo, en su día, ‘sotto voce’, (en bares y tabernas y con su cohorte personal más íntima) una vieja anécdota, muy famosa y maléfica por demás. Propiciada por un rico propietario local, con amplias fincas en la Villa y en el Campo de Ricote, en la que invitaba a todos los obreros a su servicio y allegados, a una estupenda paella a base de arroz de Calasparra y pájaros del terreno. Pásmense, lo nunca visto por estos pagos y que quitaba el sentido. Y, efectivamente, llegado el momento clave, la respuesta de los numerosos comensales fue espectacular. Según la catadura de cada cual, se expresaron de esta guisa: uno manifestó que estaba buenísima, el otro que cojonuda, y así sucesivamente, hasta que hubo un exquisito, muy finolis él, que la calificó como de ‘tetica de monja’, el no va más, el colmo de la degustación culinaria. Pensando que se habían jalado una buena remesa de pájaros trigueros, y puede que hasta de algún tordo y, porque no, hasta una merla, como rara avis, pero sí, sí…

Arroz y pájaros

Arroz y pájaros

Para salir de su espejismo, el villano del cuento les mostró muy ufano, y como prueba bien evidente de su fechoría, todos los escorrozos y detritus resultantes de la pitanza, guardados muy celosamente en un capacico terrero de más de veinte ratones, crecidicos, y tal vez de alguna rata para darles el pego. Y que por las apariencias, todo sea dicho, era una jugada tan perfecta que ni pintada para simular tamaña suplantación. Que, pacientemente, habían despellejado las mozas a su cargo, encima, y cuyos bichejos habían sido cazados adrede en una ratonera trampa o en cepos ad hoc para estos fines ignominiosos. Como una broma más, de las muchas que prodigaban los potentados de turno a sus siervos, ‘muy graciosas y pesadas’, que no mejoraban ni Gila con sus truculentas bestialidades, con los tontos del pueblo. Y, a partir de aquí, pueden imaginarse el resto: pies que para que os quiero, naúseas y vómitos por doquier, persecuciones con hacha en mano, linchamientos….etc. Todo lo que se diga es poco, y de lo que podría decir mucho, entre otros tantos afligidos, Pepe de Alejo…

Análisis de orina

Sí, ya sé que en el término medio está la virtud. Pero, entre echar el pis o el pipí (si aún nos queda alguna reminiscencia infantil) en el orinal o en un bote de la conserva, y luego en un ‘barrilico’, tapado con un tapón de corcho o de plástico, hay escalas intermedias. Pero tener que hacer un cursillo, y hasta un máster, para cumplir con todos los requisitos médicos, para no contaminarte, y más ahora con la psicosis de la pandemia reinante, hay un abismo. Pero bueno, a lo que íbamos. El pasado mes de diciembre aparecí con el ojo izquierdo casi ensangrentado. Lo dejé pasar, sin darle apenas importancia, por si ese día me había pasado con la aplicación de mi gel habitual a la hora de lavarme la cara después del afeitado y luego la cabeza, aunque, todo hay que decirlo, con mi perol casi alopécico, con un chispín basta. El caso es que, al comprobar al día siguiente que dicha irritación ocular no había bajado, empecé a preocuparme. Para poner remedio a esta anomalía, bajé a Urgencias del ambulatorio de Archena. Y al verme la especialista se alarmó tanto, casi tratado con pinzas, que auxiliada por la compañera a la que pidió consejo me tomó la tensión, que la tenía por las nubes. Recomendándome, eso sí, que me la tomara por las mañanas y por las tardes durante cuatro días. Y que dicho resultado se lo hiciera saber a mi médico de cabecera para que dictaminara lo más procedente. Ya que estaba en el límite, y en ese momento no era aconsejable recetarme ninguna pastillica para rebajarla. Dicho y hecho. Allí que me presenté en el ambulatorio de San Andrés ‘Jesús Quesada Sanz’ (que era originario de Ricote y hermano, para más señas, del padre de ‘Jesusete’ y de la ‘Marica del médico’) recomendándome mi doctor, tras tomarme la tensión de nuevo, que me hiciese un análisis completo y un electro. Y aquí viene ahora el problema ‘organizativo’ al que me refería antes, tan esperpéntico. Miccioné en un aparatico de plástico, del tamaño de un vaso de yogur, y de ahí lo tenía que trasvasar a un tubico, de parecidas características, pero cilíndrico, pasando solo el líquido justo, para entregar en mano al personal especializado, en las debidas condiciones higiénicas. Todo muy aséptico y profiláctico, sin mancharse las manos, en teoría, porque en la práctica menudo lío que armamos los dos indocumentados. Ya que, aunque fueron prolijas las explicaciones previas y aparentemente resultaba su manejo muy fácil, llegada la hora de la verdad, no veíamos el modo. Y tanto mi mujer, mi asesora particular, como yo, ceporretes los dos a tope, no supimos superar el envite.

Análisis de orina

Análisis de orina

Ya que el procedimiento (por encima, o por su traza) podría parecer muy sencillo «y más simple que el mecanismo de un chupete», que se dice. Pero, ya, ya… metido en faena, era tal el galimatías resultante, que ‘aquello’ parecía una obra perfecta de ingeniería hidráulica, concitándose en el sistema el principio de los vasos comunicantes y hasta la teoría de la ósmosis, tan reputada (con perdón) ¡Todo en una pieza! ¡Como para aprenderse su endiablado mecanismo, su intríngulis, en un periquete!

Dada su complejidad, como se ve, aquí que nos ven al dúo pimpinela, a pelé y melé, uno detrás de otro, disimulando cuanto pudimos, taponando los recipientes por el camino, con la bufanda, muy sigilosamente. Como si lleváramos escondido el sagrario o camino del matadero. Y una vez allí, rojos como un tomate, pedimos árnica, desesperadamente al personal de la entrada, para mitigar nuestra congoja. Y menos mal que era un hombre el protagonista, por la particularidad de su aparato meatorio o reproductor, digamos fálico, cuya función evacuatoria es mucho más simple. No quiero ni pensarlo, si la afectada hubiera sido una fémina; de vericuetos íntimos más enrevesados, obvio el detalle, por pulcritud.

En cualquier caso, tuvimos la suerte, la inmensa fortuna, de encontrarnos una celadora y un guardia jurado, con coleta para más señas, muy colaboracionistas, que se aprestaron a la labor, dictándonos con la puerta entreabierta del W.C., y muy ‘a bonico’, los pasos a seguir: No por eso, menos exentos de su carga escabrosa o escatológica, que inducían al sonrojo más vergonzante, o la risa más escandalosa; según se mire.

Con este trámite ya concluido pasamos al salón grande, con los papeles en regla, concernientes al ajetreado análisis de orina que se mienta. Y, seguidamente, un poco más adelante, y con un protocolo mucho más estricto, el relativo a la extracción de sangre, que nos la sacó, con suma maestría y un pinchazo apenas perceptibe, una enfermera mulata. Celebrando el referido evento, con una sabrosa degustación de churros con chocolate que tuvimos que llevarnos a casa, ya que in sito, al pie del carromato, estaba prohibido por la abominable pandemia; que esa es otra.

Por cierto, y como ilustración musical de despedida, matizar que el personal de la coleta, al que hacíamos referencia ut supra, era calcadico, la viva estampa, a uno de ‘los Manolos’. Aquel famoso grupo fetiche que se hizo célebre en la Olimpiada del año 1992, celebrada en Barcelona, con la pegadiza canción ‘Amigos para siempre’ (que luego se haría viral). Ya que, otra cosa no, pero el que lea con asiduidad estas triviales anécdotas, por la amplia información que se proyecta, cuando menos, sale de aquí un poco más culto… ¡De nada!