El cielo está cuajado de estrellas después de un atardecer de esos de película en el que no ha faltado una fascinante gama de colores. Huele a tierra mojada y la oscuridad lo inunda todo. Dos hamacas esperan a sus ocupantes que llegan después de un largo día de carretera y de bregar con tres casi adolescentes, todos ‘enlatados’ en una rulot que han heredado del tío Serafín. En Aviñón, en la Provenza francesa, el vino que esta noche descorchan sabe a gloria. Y hasta los cacahuetes que lo acompañan parecen delicatesen.

Rosa María y Rafa hablan de lo divino y lo humano, mientras una suave brisa fresca invita a buscar algo con lo que resguardarse del frío a pesar de estar en pleno agosto. Acaba una jornada más del habitual recorrido que desde hace más de una década realizan cada verano en familia. Este año de viñedo en viñedo, por la zona de la Provenza.

La aventura arranca en Lorca, aunque previamente hay que poner en marcha la logística necesaria para que no falte de nada. “De las ropas y de la comida me suelo encargar yo”, afirmaba Rosa María Medina Mínguez, concejal del Partido Popular. Le acompaña su marido Rafael Gómez, el que fuera director general de Cultura. Este y su hijo mayor, Rafa, son los que trazan el recorrido que tiene que estar en consonancia con los gustos de cada uno. “Al pequeño, Javier, le gustan los parques temáticos, por lo que hay que procurar que en cada parada haya uno cerca. A Rafa, la aventura y los monumentos… y Carmen, se adapta a todo, aunque le gustan los mercadillos y las pequeñas tiendecillas”, explicaba.

La ‘Serafina’ es la rulot en la que viajan desde hace una década. “El año que viene cumplirá treinta años. El tío de mi marido, Serafín, solía llevarse a los sobrinos de viaje en ella. Es casi una institución en la familia. Cuando comenzamos a viajar nos la dejaba y, ahora, casi nos hemos convertido en sus ‘okupas’ permanentes. En homenaje a él, decidimos llamarla la ‘Serafina’. Es pequeñita, pero le tenemos mucho cariño”, reía.

Poco a poco, reconocía, han ido aprendiendo a viajar en este peculiar medio de transporte. “Ya sabemos lo que nos tenemos que llevar, pero al principio era un poco caos. También, porque los niños eran muy pequeños. Recuerdo que en el primer viaje el mayor tenía solo ocho años. Aquello era una locura, pero muy divertido”. Les gusta comer lo que compran en el mercado cada día. “Fruta, verdura, algún pescado, carne… Pero también llevamos nuestras reservas por si no encontramos ninguna tienda. No falta la fabada ‘Litoral’. Con tres latas comemos todos. Llevamos fabada asturiana, albóndigas…”.

Este año no ha faltado el vino, el buen vino, que han disfrutado de las bodegas que han visitado. “El paisaje es impresionante. Es un auténtico lujo parar la rulot junto a un viñedo y ver el atardecer. Cuando se hace de noche y los críos se acuestan Rafa y yo hacemos repaso del día y programamos el siguiente disfrutando de una copa de vino y unos cacahuetes, que ni en el mejor hotel”, relataba.

Cuando arrancan para iniciar el viaje Rosa María se convierte en una especie de azafata de vuelo que repasa todo. “El primer año arrancamos y nos echamos a la carretera. No me había percatado de que en una rulot hay que cerrar todos los compartimentos. Se armó una… las latas salían de los armarios, la ropa, las cacerolas… Hasta una ventana salió volando. Ahora, recorro de punta a punta todo cerrando puertas, ventanas, cajones… parezco una azafata antes de iniciar un vuelo”, aseguraba divertida.

Lo que peor lleva son los idiomas. “No me entero de nada y no será porque no presto atención. Y la gente te habla como si los entendieras. Pero llevo mi particular guía que es mi hijo mayor. En cuanto se me acerca alguien le digo: ‘Rafa, mira a ver qué dice esta señora’. Aquí cada uno tiene oficializada su función”. Han recorrido los Pirineos, la Cordillera Cantábrica, Galicia… Y se han adentrado en Europa en varias ocasiones, aunque tienen el sueño de recorrerla hasta el norte. “Si por mis hijos fuera estaríamos todo el verano a bordo de Serafina, pero no podemos marcharnos tantos días”, señalaba.

Madrugan lo justo. “A las ocho o así nos levantamos. El aroma a café lo inunda todo. No sé si será el verano, las vacaciones… la tranquilidad, pero cualquier cosa que cocinas huele diferente”. Ponen la mesa fuera para comer, desayunar y cenar. Y se olvidan de todo. “Aquí impera el movimiento ‘hippie’. Todo el día con el pelo recogido en una coleta o un pañuelo, en sandalias, pantalones cortos… lo que se llama disfrutar del verano”. Y cuando su hijo Rafa no está cerca, admitía, parezco que hablo en lenguaje de signos, porque no paro de mover las manos intentando por mímica que me entiendan los lugareños”.

Su jubilación parece clara. “Esto es una filosofía de vida que nos gusta. Igual nos compraremos una autocaravana y nos dedicaremos a hacer viajes largos, pero habrá que reservar fechas, porque aquí todos quieren hacer lo mismo cuando sean mayores”, apuntaba. Van de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, de monumento en monumento… “Que nos gusta el sitio, pues nos quedamos más tiempo. Que no, pues levantamos el ‘campamento’. Estamos de regreso, pero ya pensando en cuál será el itinerario del próximo año. Cada verano nos superamos”, reconocía, mientras animaba a todos a “probar al menos una vez este tipo de vacaciones”, aunque advertía: “Cuidado, que esto engancha”.