Zagala esta paz no se paga con nada”. El alcalde pedáneo del barrio de San Cristóbal, Antonio García Ros, ‘El Barbero’, está a una milla de la costa. El mar es una balsa de aceite. Se muestra de un azul intenso y el sol se deja sentir con fuerza. Antonio está encantado con la ‘pesquera’ de hoy. A cada lance un pescado. Besugos, caballas, jureles… que va dejando caer en el suelo de su barco. Hasta que sale la joya de la corona un pescado de más de dos kilos y medio de peso. “Nos has dejado con las patas para arriba”, le dice a su amigo Manuel Soler el Tiritas’, quien lo ha sacado y que esta jornada le acompaña mar a dentro.

Esta semana las salidas han sido continuas. “El verano es para eso, para ir de pesca, tomarse una cervecita, comer… estar a gusto con la familia y los amigos”, contaba. Veranea en Calabardina desde hace 36 años. Entonces, no tenía casa. “Veníamos a pasar el día, a pescar con caña con los amigos. El camino en mi ‘seiscientos’ era una odisea. Mangábamos brevas y nos corrían. Menudas piezas éramos”, recordaba.

Y se compró una “casica” en Calabardina. “Entonces aquí había cuatro casas”. El capricho de su vida siempre fue tener un barco con el que poder adentrarse en el mar y disfrutar de largas jornadas de pesca. Su sueño lo hizo realidad su madre. “Me lo pagó con su ‘pañuelico’. Las mujeres de antaño tenían un pañuelo al que le hacían cuatro nudos y ahí iban metiendo las ‘perricas’ que ahorraban. Recuerdo que se lo metía en el pecho, para que nadie se lo quitara. Un día nos reunió a los hijos y nos repartió un dinero a cada uno. Todavía me emociono al recordar su alegría y nuestra cara de sorpresa”, relataba.

Su “barquico”, como a él le gusta llamarlo, tiene casi cinco metros y un motor de 50 caballos. “Es el segundo motor, porque el primero me lo robaron en la puerta de mi casa”, advertía. Le gusta que le llamen Antonio ‘El Barbero’. “Y a mucha honra, porque he sido barbero toda mi vida, como mi padre y, ahora, lo es también mi hijo, por lo que la saga continúa”.

Aunque va de pesca procura volver para la ‘novela’. “Estoy enganchado. Llevo más de doce años viéndola. La ponía en la barbería y cuando me jubilé no la dejé de ver”. Y por las tardes, pasea a ‘Estrellica’ una perrita que se ha acostumbrado a las constantes paradas que Antonio hace mientras recorre el paseo de Calabardina saludando a unos y otros. Pasa por la puerta de la que era casa del actor aguileño Paco Rabal y no puede evitar recordar las ‘junteras’ que protagonizaban. “Eran memorables. Con Paco sabías cuando comenzabas, pero no cuándo terminabas. Le gustaba comer, beber y charlar hasta el amanecer. Nos reuníamos en el Bar de Bartolo un día del verano. Lo cerrábamos y nos hacían un pavo relleno y luego pagábamos todos a escote”.

A esas citas también acudía otro lorquino, Pedro Guerrero, profesor emérito de la Universidad de Murcia. Sus vacaciones en Calabardina comienzan cuando aún no han llegado los veraneantes. “Aquí me tiro seis o siete meses al año. Si llueve, me voy al monte a por espárragos. Luego, vienen las alcaparras y tápenas, los alcaparrones, las brevas, los higos… Aquí estás entretenido todo el día”.

En su nevera siempre hay cerveza fresca, almendras, mojama… Y disfruta viendo salir el sol por el cabezo de Cope. “Eso no hay dinero para pagarlo”. Sus amigos Pepe Sánchez, Antonio Vidal… van y vienen de cuando en cuando, aunque está muy pendiente de su barrio de San Cristóbal. “Cuando el alcalde, Diego José Mateos, me hizo alcalde pedáneo me dio una de las alegrías de mi vida”. Se siente rabalero por los cuatro costados. “Allí me pilló la riada del 73 y el terremoto de 2011 y conocí a mi mujer, mi morena”.

Antonio es también conocido porque durante años capitaneó la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. “Comenzamos en 1996. He visitado los campos de refugiados de Tinduf hasta en diez ocasiones. Ha sido emocionante y he sentido una gran satisfacción colaborando para mejorar, aunque sea un poquito, la vida de la gente que está allí”, admitía.

Entre los placeres de estos días señala, la paz en que vive. “Alguien me dijo que los héroes buscan la paz. Yo no soy un héroe, pero busco esa tranquilidad que me aporta Calabardina. No hay mejor placer que encender el horno y hacer un ‘asaico’ y disfrutarlo con ‘mi morena’, mis hijos y mis nietos. Y el colofón es refrescarte en mi ‘charquico’, una ‘piscinica’ que me han hecho en la que nos metemos todos como sardinas en lata”, concluía.