Despunta el alba y la noche se vuelve cielo azul. Los primeros rayos de sol hacen brillar la veleta y el orbe de San Francisco. Y mientras la ciudad se despereza los azules llevan largo rato despiertos. Qué mejor sueño que vivir lo que parece un sueño pero es realidad. Es Viernes Santo y los aromas de primavera de los naranjos de la calle Nogalte se entremezclan con los del incienso, las velas y las rosas que llegan del entorno de la Dolorosa que al filo de la noche pondrá, una vez más, el broche final.

Como en Roma la gloria se alcanza en la arena. De nuevo, el que todos creen relato mítico cobrará vida y la leyenda se nutrirá de nuevos episodios que relatar a esos azules que están por llegar. El ritual se inicia en ese último diálogo entre auriga y caballo. Se miran a los ojos y todo queda dicho, no hay lugar a las palabras.

Camino al palco rememoro ese sentimiento que únicamente se revive aquí año tras año. Difícil explicar para el profano que jamás sintió la brisa que deja una cuadriga cuando pasa al galope mientras levanta la arena. Y a lo lejos, bajo la escultura de la amazona del Óvalo, el estandarte Guion. Me persigno y miro al cielo. Cae la noche y ‘Las Caretas’ se dejan sentir enérgicas a manos de la Infantería Romana y la banda.

Débora, los Déboros, los etíopes, Meiamé, las Profetisas, Cleopatra, la Caballería Romana… Y Nerón. Soberbio, orgulloso, arrogante, altivo… grandioso. Parafraseando el tango de Carlos Gardel recuerdo la efeméride, “que es un soplo la vida, que cincuenta años no es nada”.

Y se hace el silencio. Un silencio premonitorio, un silencio que duele en lo más profundo del pecho mezcla de incertidumbre, preocupación, anhelo… Pasa la primera cuadriga… Increíble. La segunda, rápida como el viento. Y la tercera… una locura. Llega Flavia segura de sí misma, determinante. La quinta, sin manos; la sexta; la séptima… Y toma sentido la frase: ‘Una pasión diferente’.

La carrera es azul, la arena está ocupada por siete aurigas azules. Valerosos, intrépidos, arrojados, osados, atrevidos… no hay palabras suficientes para calificar a estos héroes capaces de levantar el graderío que vibra con intensidad como lo hiciera aquella otra carrera, la de la Corredera, cuando por primera vez hace 75 años otro auriga, Pedro Martínez Guijarro, tuvo la osadía de adentrarse con una cuadriga.

Ese sentimiento que vivieron aquellos azules es el mismo que cada año revivimos, un compendio de vivencias que evocaremos una y otra vez. A los nerones de ayer, de hoy, de siempre. A las flavias, que han sabido impregnar con sus sentimientos la figura de aquella primera mujer, Purita Vizcaíno, que fue una adelantada a su tiempo. A esos aurigas que cada Viernes Santo nos llevan al éxtasis y a los azules que ponen ‘los puntos sobre las íes’ cada Semana Santa, el mayor de los respetos. Queda dicho.