En palabras de José María Fernández Pallarés, mi padre, “mi querida ciudad de Lorca y el Paso Blanco han sido dos constantes en mi vida, por las que he dedicado y dedicaré mientras viva, todo tipo de esfuerzos, trabajos y sacrificios en aras de su servicio y engrandecimiento”.

En otra ocasión le preguntaron: ¿cuál es el sentimiento de ser blanco? A lo que contestó: “Es algo que va unido intrínsecamente a mi personalidad. Es un estado de ánimo y como tal, me hace vivir emociones, de alegría, de tristeza en algún momento, e instantes de una gran emotividad interior, es un sentimiento intangible pero muy profundo.”

El Viernes Santo en Lorca, para un presidente del Paso Blanco, es la mayor responsabilidad que se puede asumir. Mi padre lo vivía con todo el honor y el orgullo que conlleva presidir la procesión del Paso Blanco y guiar a la Virgen de la Amargura, razón de ser del Paso Blanco, y motivo central y único de toda la procesión blanca.

El día empezaba bien temprano, aunque la noche también había sido agitada; quién en Lorca duerme un Jueves Santo… Recuerdo a mi madre, que venía a casa sobre las 9 de la mañana, después de estar toda la noche arreglando la Capilla y siempre llegaba haciendo el mismo comentario: está la Virgen de la Amargura como nunca, ¡qué guapa! ¡qué maravilla!. Traía unos claveles blancos, elegidos de forma meticulosa para que el presidente del Paso Blanco luciera en su solapa el mejor clavel blanco.

Mi madre tenía preparado perfectamente el traje, corbata, alfiler, zapatos… con los que mi padre saldría a la calle esa mañana de Viernes Santo. Tenía que ir perfecto, y mi madre se encargaba de que así fuera. Ya por las calles, la gente lo iba parando, se comentaba la procesión del día anterior, felicitaciones, alguna que otra crítica, y al llegar a la Capilla, le rezaba a la Virgen con una fe muy profunda.

En su cabeza tenía perfectamente clara la procesión del Viernes Santo, todo estructurado, no podía haber ningún fallo previsible. Su junta directiva, sus personas de confianza, se encargarían de sacar la mejor procesión, le contaban los contratiempos, y se buscaba la mejor solución. Quizá alguna confidencia de última hora con algún miembro de la junta directiva o amigo en el Bar Cándido, donde todos eran blancos por excelencia, y donde se respiraba un aire de Semana Santa único.

La nave de la Velica, que tanto esfuerzo y sacrificio les costó a los blancos conseguir, era la siguiente parada: saludar, felicitar a los caballistas, hablar con ellos, y mostrar el apoyo del presidente. Después tocaba la comida en el ‘Manolo’, con los expresidentes y personas de confianza de su junta directiva. Ahí comentaban los nuevos estrenos, ciertas sorpresas, preparativos, chismes de los azules, y pasaban un rato inolvidable.

Para mi padre, la siesta era algo fundamental, por lo que después de la comida, se iba a su despacho presidencial en la casa del Paso, y con las piernas en alto, descansaba y meditaba en silencio sus preocupaciones ante la inminente procesión. Esa siesta reparadora le daba energía suficiente para ir con toda la alegría que lo caracterizaba a la recogida de banderas, a la Corredera, a contemplar el gentío y la alegría blanca, y hacía palmas con la sonrisa en la boca al escuchar el ‘Tres’ y contemplar la bandera ondeando por las calles de Lorca. Antes de vestirse de mayordomo, recorría hasta el último rincón del Conjunto Monumental Santo Domingo, lleno de bullicio blanco, la Capilla, el Museo, el bar del Paso Blanco, la Casa del Paso, el taller de bordados, la sala de las costureras, sala de juntas donde se ultimaban los últimos flecos de la procesión, habitación de las flores y conserjería donde estaba el señor Antonio siempre a su disposición.

Ya de vuelta en la Capilla, tocaba vestirse con su túnica de mayordomo y la banda de presidente; destaco que este momento, el hecho de vestirse de mayordomo, coser el rosario y ponerle la banda de presidente, sólo lo podía hacer Virtudes la costurera, otra persona de máxima confianza para mi padre. Eran unos momentos muy especiales para los dos, y Virtudes sabía que tenía que dejar de hacer todo, porque ella era la encargada de que saliera perfectamente en la procesión.

Los momentos previos a salir en carrera, no los llegué a ver nunca, pues siempre hemos estado en los palcos. Pero los puedo imaginar: muchísimos nervios, que se quedaba mi padre en su interior, y que transformaría en rezos y oraciones a la Virgen de la Amargura para que todo saliera bien, y el trabajo y el esfuerzo de todos los blancos se pudiera contemplar en la carrera.

Durante la procesión, le invadía un orgullo grandísimo, el orgullo que invade a todos los presidentes que tienen el honor y la grandeza de dirigir el Paso Blanco. Y cerramos estos recuerdos con una poesía que le escribió mi padre al presidente de ese momento, un Viernes Santo, (21-03-2008), durante la tradicional comida en el ‘Manolo’, y que quiero hoy hacerla mía y dedicársela al presidente actual del Paso Blanco, Ramón Mateos Padilla, ante su primera procesión de Viernes Santo como dirigente blanco.

Al querido Presidente / que abandera esta cuadrilla / que no te nuble hoy la gloria / después, no tengas melancolía. / Llegar es suerte, azar y destino. / Partir es norma de vida. / Cumplir solo es cuestión de hombría. / Vete tranquilo a la historia / Tú ya has cumplido en la vida. / Sólo te queda ser blanco / es una buena semilla. / Que la Virgen que tú llamas / Señora de la Amargura, / guíe todos tus pasos, / también los de tu familia. / A nosotros los presentes / nos tendrás siempre por vida. / Triunfa hoy, Presidente, / sal por la puerta grande.

Mari Lola Fernández Aguirre, vicesecretaria del Paso Blanco