Nunca antes el reloj de la torre campanario de San Francisco había causado tanta expectación. Las miradas se iban una y otra vez hasta lo más alto del monumento a la espera de que las manecillas de la gigantesca esfera se abrazaran señalando así el inicio de la madrugada.

Un único color reinaba a las puertas del templo, cerradas a cal y canto, guardando en su interior el tesoro más preciado. El nuevo reloj, que sustituyó al que sucumbió al terremoto, parece no tener prisa esta noche. Y, mientras los azules se desesperan y gritan una y otra vez vivas a la Dolorosa, vivas a la más hermosa, vivas a la Reina del cielo… el reloj juguetea con sus agujas sin querer avanzar lo preciso para mantener junto a él lo máximo posible a la Doloricas.

“¡Arriba con ella!”, gritan mientras los azules alzando hasta lo más alto a jóvenes cuya garganta parece no tener fin. Haciendo equilibrios gesticulan una y otra vez ensalzando a la reina de sus corazones, la Virgen de los Dolores. Torres de tres plantas para hacer oír mejor la voz y reclamar la atención de todos recordando que ya está cerca la hora.

Una joven azul grita vivas a la Virgen durante la Serenata a la Dolorosa, este viernes. Pilar Wals

Pañuelos azules lo inundan todo. La marea azul se agita al ritmo de ‘Las Caretas’ que suenan una y otra vez. Y de repente las bisagras de la puerta de San Francisco parecen llamar la atención de los que esperan. Se hace el silencio. Y la noche se hace más noche que nunca cuando se apagan las luces. Todos contienen la respiración mientras poco a poco las puertas del templo se van abriendo. Lo hacen sin prisa. La abertura es cada vez más grande y al fondo ya es visible el trono de la Santísima Virgen de los Dolores que abandona el altar mayor para cruzar el umbral del templo.

El capataz dirige a los portapasos con destreza. Hay que salvar el arco de la entrada y para ello hay que llevar los varales a los brazos. Pasos cortos para evitar cualquier balanceo mientras los azules contienen la respiración. Y los sentimientos se desbordan cuando la talla de José Capuz abandona definitivamente su templo. De nuevo, se hace la luz y la noche azul se convierte en la madrugada azul, en el día más azul del año. En ese momento se desata la locura, la pasión, la devoción… Ya no es uno, dos, tres… los jóvenes que se alzan hasta lo más alto para gritar vivas a la Dolorosa, mientras decenas, cientos de pañuelos dirigen su mirada hacia la Virgen de los Dolores. Las campanas amenizan ese cruce de la noche al día. Y ahora, parece que no tienen pereza. Y durante siete minutos la Dolorosa se deja querer.

El capataz reclama la atención de los portapasos que muestran su satisfacción por llevar a hombros a la Madre. Y alguno evita emocionarse a toda costa sin lograrlo, mientras las lágrimas comienzan a resbalar por los ojos. No son los únicos, porque muchos otros se sienten más vulnerables que nunca después de dos largos años de incertidumbre. Y con miradas suplicantes más de uno le pedía consuelo y fuerza para lograr superar esta situación que se hace demasiado larga.

Ya es la hora”, avisan. Y el trono comienza a desplazarse lentamente de vuelta a San Francisco. De nuevo, el silencio que permite las maniobras necesarias para abandonar la calle por unas horas, ya que hoy regresará para protagonizar el primero de los desfiles de la Semana Santa lorquina, el de Viernes de Dolores. Antes, mucho antes, se celebrará la tradicional misa solemne. Y por la tarde, la Virgen de los Dolores será acompañada por la mejor escolta posible, la de decenas de mujeres ataviadas con la clásica mantilla española.