Suele ocurrir, al mirar en las viejas colecciones de prensa, que aparecen acontecimientos que pudieran pasar desapercibidos si no se hubieran repetido años después. Aquel año de 1891 parecía que iba a ser esperanzador, al darse por terminada una terrible epidemia de cólera que había hecho enormes estragos en todos los segmentos de la sociedad. La primavera se había presentado muy generosa para los sembrados de la huerta de Ricote. Incluso la cosecha de uva presentaba buen aspecto. Pero…

Los labradores saben que los dos enemigos del campo son las heladas invernales y el pedrisco que sobreviene de forma inesperada, sobre todo en los meses de verano. Para explicar lo que pasó es preciso describir el emplazamiento de las huertas de Ricote. La población se encuentra en una ladera de un valle que tiene la forma de cono invertido, en cuyo centro están los famosos huertos cercados de tapias milenarios.

Cuenta la crónica que el primero de agosto de 1891 se presentó en el cielo del valle una tremenda nube que descargó allí un horrible aguacero con bolas de pedrisco de gran tamaño. El volumen de agua caído arrasó buena parte de la huerta y derribó varias casas. La tormenta duró casi 24 horas, durante las cuales hubo que rescatar a varias familias que corrían peligro de ser arrastradas por la riada.

Cuando todo pasó, se tardó varios días en poder evaluar los daños por la cantidad de barro que dificultaba el paso por las calles y por la huerta. Solo 20 días después se pudo remitir al entonces Gobierno Civil de la provincia el detalle de todos los destrozos. Apenas llegó una ayuda económica…

Para colmo de males, a finales de agosto, se declaró un incendio en los montes cercanos que arrasó más de 50 hectáreas de pinos. Aquel terrible año de 1891 tardó en olvidarse por los ricoteños.