CORREOS Y LA MALA LETRA

Sobre este particular y por su colaboración con este Suplemento Especial, hasta en dos ocasiones, le remití el pasado año sendas cartas a Miguel Banegas García, presidente del Patronato Cultural Yuse Banegas, de Archena. Y en ambas circunstancias me fueron devueltas (y guardo los matasellos), por la Oficina de Correos, poniendo en el dorso: «Desconocido o dirección incompleta», respectivamente. Cuando en las correspondientes misivas ponía claramente el nombre y los dos apellidos, la calle y el número y hasta el distrito postal. Ante la perplejidad de uno y otro, y a su requerimiento, le envié por WhatsApp el texto literal que constaba en el sobre de dichas epístolas. Y, a los pocos días, ante mi insistencia, y casi partiéndose de risa, me confiesa, que la cosa es mucho más simple de lo que parece: «Ninguno de los dos carteros, encargados de su distribución, dieron conmigo, no te lo vas a creer, sencillamente, porque ninguno de ellos entendieron tu letra… Así como suena. Lo que pasa es que, por vergüenza torera, no tuvieron el valor, de manifestarlo, así a las claras». Y no me extraña, ya que en mi largo peregrinar por este mundo, solo dos personas, ¡únicamente ellas!, fueron capaces de descifrarla. Mi madre, la Orosia de Celestino o de Salcedo, más lista que el hambre, que sabía de que iba cada tema de La Codorniz, solo con su enunciado (a tenor del eslogan, que rezaba en su frontispicio: «La revista más audaz para el lector más inteligente»). O mi mujer, ‘la Portillica’, cuando éramos novios; que ahora tampoco…

Pero, para no quedarme con regomello, y poner a prueba la idoneidad del sistema, aún le remití una tercera remesa. Esta vez, con una variante muy singular. Nada menos, que mandarla escrita a máquina, con letras mayúsculas, y añadiéndole la denominación genérica del edificio, en que está ubicada su vivienda o piso particular. Y, para más inri, junto al nombre de Archena y de Murcia, ya puestos, ¡hala! también el de España.

Espero haber acertado, dándoles en el gusto a los carteros afectados, ya que hace de esto un par de meses, y aún no ha retornado la carta a mi buzón, con la consabida cantinela. En la que se incluía, además, un ejemplar completo del periódico y la factura del anuncio inserto.

Que diferencia, Dios mío, a lo que le sucedió (según me cuenta mi primo ‘Antoñito’) a su padre, Antonio Abenza Guillamón, allá por los años 50, en tiempos de la Oprobiosa, que se dice. Terrateniente local y de gran alcurnia y, que más tarde fuera Juez de Paz del municipio (años 1951-1960) y hermano del doctor D. José María, famosísimo otorrinolaringólogo, de enorme proyección internacional, igual que luego su hijo, D. Antonio Abenza Lerma, que no le iba a la zaga. Y que, según cuentan las crónicas de la época, amén de mi pariente, mencionado ut supra, recibió una carta, remitida desde Madrid, como muestra bien evidente de su eficiencia, y con unos datos muy precarios, que decían, separadamente y en tres renglones: («Tonio… Beza…Rumeja…») y con una letra jeroglífica e irreconocible, peor que la mía; que ya es decir… Y que leyó con avidez, valiéndose de sus famosas antiparras, en menos que canta un gallo.

Y eso que la localidad, entonces, tenía una población de casi 3.000 habitantes (incluidas sus 18 pedanías –desde Ainás a Vite–) y la correspondencia, a todos los niveles, estaba en su mayor esplendor, y sin el concurso siquiera de una simple bicicleta, a la que echar mano, para hacer el reparto. Cuya carencia de medios se suplía con un esfuerzo denodado y una actitud casi heroica, y sino a las pruebas me remito, para sacar adelante tanto trabajo acumulado. Como podrían certificar, muy vehementemente, ‘Francisco el Correo’, o Benjamín Sánchez Cánovas, que encima era cojo.

Al ser ayudados, como mucho, con el auxilio ocasional de una acémila, de prestado, o apelando al socorrido coche de San Fernando; unas veces a pie y otras andando…

VERRACO

VERRACO Guillermina Sánchez Oró

Se ha hablado mucho de la edad fértil del hombre (la de la mujer está cantada con la menopausia), pero sobre todo de hasta cuándo está útil él para el ‘servicio’, o puede darle alegrías al cuerpo, o a la parte contraria, con plenas garantías de éxito. Sobre este particular he vivido de cerca una experiencia familiar muy próxima, que puede resultar clarificadora. Una señora muy mayor de la localidad, como que frisa ya los 80 años, es sometida a una delicada intervención quirúrgica, de sus partes íntimas, en la Clínica Nuestra Señora de Belén, de Murcia. Tras la feliz operación y una vez dada de alta, muy discretamente, le consulta al doctor afectado que cuándo puede tener relaciones sexuales con su marido. De parecida edad a la suya. Ya que él (son sus propias palabras): «Me espera en el pueblo con la escopeta montá». Ante esta pregunta, el médico, muy cortado, no sabe qué contestarle, hasta que por fin, le indica: «Bueno, señora…, pues lo normal en estos casos y lo que aconseja el sentido común».

«No, no, a mí no me venga con paños calientes ni con monsergas, y dígame bien clarito, lo que tengo que hacer». Añadiendo seguidamente: «Que si se trata de la famosa cuarentena, o algo por el estilo, quíteselo usted de la cabeza ya mismo, que no hay nada que rascar; que el VERRACO no está muy por la labor y no espera…, ¡menudo es!». Y para dejar las cosas bien claras y definir sin ambajes su postura, aún le agregó muy categórica: «Y, además, déme un papelito, o algo que lo certifique, sin pamplinas, que diga con pelos y señales, hasta cuánto puedo ‘aguantarlo’, que yo, a estas alturas de mi vida, ya no quiero tener más líos con él. ¡Ah, y con letra bien clara, y no como siempre!». Ya que, por lo visto, el fulano de marras era tan compulsivo y fogoso (como hemos conocido a tantos otros en la historia reciente): Picasso, Xavier Cugat, Andrés Segovia, Alberto Moravia, José Saramago, Lauren Postigo, Flavio Briatore, o el mismísimo Julio Iglesias, sénior, sin ir más lejos, el célebre Papuchi, -‘raro, raro, raro’-, ¿se acuerdan?), que, a sus años, donde ponían el ojo ponían la bala. Y, muchos de ellos, de este variopinto elenco, además, casados con bellas señoritas, o simples ‘Lolitas’, que podrían ser sus nietas. No les digo más.

UNA RESONANCIAMAGNÉTICA, MUY MUSICAL

RESONANCIA MAGNÉTICA Guillermina Sánchez Oró

Ustedes no sé, pero yo, a mi edad, apenas sé nada de pruebas médicas, recetas, ni de nada que se le parezca, vinculado con este campo. Con decirles que a mis 84 años no me falta ni una muela ni simple un quijal, con eso se lo digo todo. Pero, amigos míos, ya ha empezado mi calvario, y veremos en qué acaba todo esto. Bueno, como consecuencia de un ‘bultico’ que me ha salido en un muslo y ante su posible extirpación, el médico de cabecera, de una tacada, me ha mandado, una serie de pruebas. A saber, que ahora recuerde: un análisis de sangre, un electro, una ecografía y, por último, por si le parecía poco, una resonancia magnética. Pero, centrémonos en esta última prueba, que me ha tenido tan intrigado.

Tal cangelo le cogí, que durante más de una semana apenas pegué ojo, pues el ceremonial se las trae y, encima, con las particularidades de la pandemia, cuyo detalle les obvio. A mí me tendieron en un catre, muy duro y con una almohada elevada, panza arriba, en tendido supino (no quiero ni pensar lo que hubiera sido al revés…), quietecico como un muerto, y con un aparatico en la mano, que parecía una lavativa, para activarlo en caso de emergencia, que nada más imaginártelo te da un soponcio, y haciendo ‘aquello’ más ruido que el tren, y eso que llevaba algodones en los oídos. Ante este panorama, con la mascarilla puesta, los ojos cerrados, y con una respiración pausada y profunda, pero muy nerviosa (por si te ahogabas) y con los pies tapados por si te daba frío, empezó el ‘concierto’, machacón e insistente. Ya en los primeros sones me pareció oír muy claramente: «Feo, feo, feo, feo, feo, feo…», que me dije para mí, «mal empezamos, ¿qué confianzas son estas?». Pero, por si faltaba algo, al poco rato, me llega un susurro, apremiante, de tal tenor: «Así, así, así, así, así, así…», que me revolví del asiento (es un decir), comentando para mis adentros: «¡Joder!, ¡tampoco creo que éste sea el marco adecuado para estos devaneos!».

Al poco tiempo, proviniente de otro extraño orificio, del dichoso armatoste, me llegaba el eco de un nuevo mensaje, más apremiante todavía: «Ya, ya, ya, ya, ya, ya…», que me alegró tanto, por entender que ya estábamos terminando, pero que va, ¡aquello iba para largo! Total, y para terminar, que con tantos ruidos y tan estridentes, como un griterío acústico ensordecedor, que se te metía en lo sesos, más que un concierto, parecían las trompetas de Jericó, desbocadas. Expresión popular, relacionada con la narración bíblica de la toma de Jericó. Ya que, al parecer, la urbe cayó tras las siete vueltas por los hebreos, alrededor de la misma, al son de cuernos del macho cabrío.

Para que vean lo que son las cosas, fui a hacerme una resonancia magnética y salí sabiéndome un capítulo completo de historia sagrada. ¡Donde menos te piensas, salta la liebre…!

UN MONSTRUO PARA ANDAR POR CASA

UN MONSTRUO PARA ANDAR POR CASA Guillermina Sánchez Oró

Llegados a cierta edad, y para darle fuste a determinadas cosas, a veces muy rutinarias, nos gusta ritualizarlas, darle cierto empaque. Tal vez porque al solemnizarlas y auparlas al máximo nivel, nosotros mismos nos ponemos en el pedestal más alto. Vaya usted a saber, que tampoco estamos aquí ahora para descubrir el Mediterráneo. El caso es que una tarde de tantas, al iniciar mi paseo vespertino, me propongo ir andando hasta el Malecón. Y una vez allí, como hacía en la Playa Larga de Tarragona, tocar con la mano en un punto determinado del recorrido, como fin de etapa, e iniciar el retorno con el mismo ceremonial. Haciendo escala, para reponer fuerzas, en uno de los muchos bancos que hay instalados en el Jardín de la Seda (inaugurado oficialmente el 6 de diciembre de 1990 -Día de la Constitución- por el alcalde de Murcia, a la sazón, D. José Méndez Espino, para el que quiera saber algo de la historia de la ciudad). En el más próximo a la hornacina, que hay encima de la placa de la Calle de La Olma. Y, ya de paso, terminar de fumarme el puro que portaba, ya en sus últimos extertores, antes de irme a casa para ver tranquilamente ‘El Tirón’...

Bueno, pues en ese interregno, se me acerca un joven, con cierto desaliño indumentario y muy poco agraciado físicamente (bueno, para que vamos a andarnos con ambajes, el más feo de España, que diría el Meroles) procedente del Ambulatorio de San Andrés, dispuesto a ligar conmigo, riánse. Ya que se sienta sin mediar palabra, al final del banco, y poco a poco se me acerca más y más… Hasta que llega un momento que, en plan telegráfico y muy torpemente, empieza a preguntarme por todos mis datos personales, qué dónde vivía, si era soltero o casado, de dónde era, etc, etc. Por cierto, que al decirle que era natural de Ricote me interrogó que si caía cerca de Caravaca (se ve que la geografía regional no era su punto fuerte).

Y, a todo esto, muy subrepticiamente, como el que no quiere la cosa, rozándome disimuladamente el muslo hasta por dos veces. Así en plan relámpago, con el pezuque, muñón o tocón, que tenía por manos.

Total, que en lugar de marcharme sin más, al considerarle totalmente inofensivo y estimando su conversación, bien mirado, hasta como una obra de caridad, entré en su juego y por decirle algo le pregunté igualmente si era soltero, casado o viudo (imagínense la tontá) y vino a decirme que no, que de casado nada de nada, que a él las mujeres más bien le gustaban poco y, es más, que no las quería ver ni en pintura; y ya empecé a mosquearme…

Tras un breve paréntesis de mutismo, entró a la carga de nuevo, preguntándome por los años que tenía y al decirle que 82 largos, se echó las manos a la cabeza, diciendo admirativamente: «¡Madre mía!» (con la misma entonación que Adara Molinero, la campeona de Gran Hermano VIP7, cuando miraba ensimismada a su amado italiano, Gianmarco Onestini) y añadiéndome que no los aparentaba ni muchísimo menos. Y calculándome, así por encima y a bote pronto, que podría presumir perfectamente de no tener más de 60, y aún se pasaba de largo. Así, que en lugar de echarme en sus brazos, por frases tan amables, me dije para mí: «¡Malo, aquí hay tomate!». Y antes de que me tentara por tercera vez, como le ocurriera a San Pedro en el Monte de lo Olivos o en el Huerto de Getsemaní, que no lo tengo muy claro, pretextando urgencias televisivas, salí echando leches y no he vuelto a verlo más, a Dios gracias.

Postdata. Terminado el presente relato, me hago la siguiente reflexión: para una vez en mi vida que alguien se me insinúa en un parque público, aunque sea un tío, ya podría haber sido con algún actor guaperas, de mi especial preferencia. Pongamos por caso, que Paul Newman, Gregory Peck o Kirk Douglas, de mi vieja época o, en la actualidad, Leonardo DiCaprio, Brat Pitt o el mismísimo galán turco de telenovelas (como Pájaro soñador) Can Yaman, revelación de la temporada, y que se lo comen las mujeres. Pero que me toque en suerte, un ‘quasimodo’ de nuevo cuño, ya es para que cabrearse. Y encima que su nombre, que no recuerdo con exactitud, al ser medio sordo, termine en ano, ahora que está a punto de aprobarse la Ley de la Eutanasia, es para colgarse del árbol más próximo. Bueno, sin exagerar, que tampoco es para tanto…

Y para no dejarles a medias, he tenido la santa paciencia de leerme el santoral de todo un año, de un calendario cualquiera. Concretamente el de la Hermandad de San Sebastían de Ricote, y he encontrado el nombre de los siguientes santos, terminados con esa palabra tan redonda, puestos en orden alfabético: Aureliano, Capistrano, Cayetano, Mariano, Salustiano, Severiano y Valeriano. Y de los cuales, por elegir uno, y al ser siete, ni los tres primeros ni los tres últimos. Me quedo, por si acaso, con el más común de todos ellos y que, además, cae geométricamente en el centro, el llamado Mariano...

Es decir, que, en el caso hipotético, de que este sea el nombre auténtico, y al protagonizar conmigo esta simpática anécdota, no consumándose nada sustancioso, desde aquí le digo, que no le guardo ningún rencor y que siempre lo tendré en mi memoria. ¡Ay MariANO de mi vida!

JAMÓN OLVIDADO

JAMÓN OLVIDADO Guillermina Sánchez Oró

No sé cuál será su problema pero el mío es peliagudo, y no lo digo a humo de pajas. Desde tiempo inmemorial, cada fin de semana, la paso en Ricote. Y para ello hay que preparar todos los bártulos, para desplazarnos de un lugar a otro. Con el inconveniente añadido de que por mucho que se esmere la parienta en ello, y lo hace a conciencia, siempre, sistemáticamente, se olvida de algo importante. La última vez, y para mayor precisión, fue un pequeño paquetico, de jamón serrano, en lonchas. Por importe de 2,92 euros, comprado expresamente en la charcutería de Mercadona, y envasado al vacío. Y cuya pérdida, con el libro de la razón en la mano, nadie se explica.

Pero lo cierto es que, abrimos todas las bolsas, lenta y pausadamente, con una seriedad casi litúrgica, y el jamón del demonio no aparecía por ningún lado. Lo atribuimos en un principio a que pudiera haberse resbalado en el ascensor, y algún vecino desaprensivo se lo zampase, como ajuste de cuentas, por las tantas veces que nos ha tenido que abrir la puerta, a la hora más intempestiva, por alguna prenda caída en su patio. Cobrándose ahora como venganza, en especie, sin ningún remordimiento. O, tal vez, nuestro colindante en el garaje, que nos tiene enfilados, por algún presunto roce en su coche. Sin caer en la cuenta de que andamos muy justitos para aparcar, solo por el mero hecho de «haberse comprado el mayor coche que había en el mercado», como nos dijo un día, tan ufano.

Total, y para abreviar, que por fas o por nefas, lo más suculento del surtido, parece que se lo ha tragado la tierra. Para atar cabos y como siempre, no obstante, llamamos a nuestro hijo Sergio, para que se diese una vueltecica por la casa, a ver si lo localizaba, aunque sea en el lugar más insospechado, pero tampoco. Ya solo queda que el ama de casa, que se las da de lista, a su regreso al lugar de los hechos, de con la tela, pero ni por esas; dándolo definitivamente por perdido. Hasta que, al cabo de una semana, echando mano a una caja, forrada de hule, en la que se guardan las recetas, y una bandeja de plata detrás… Entre ambos enseres, en la cocina, en los mismísimos morros, apareció por fin, el anhelado manjar. Demostrándose una vez más, recurriendo a la moviola, que instantes antes de cerrar la bolsa, en un periquete, se resbaló, y allí permaneció inerte, entre estrechos confines, más de una semana entera, hasta su aparición triunfal… Llegando aún a tiempo de echarle un buen bocao, aunque estuviese ya chuchurrío, ¡ pero que estaba buenísimo…!