CURANDERO

Hasta en los sitios más inesperados puede surgir la anécdota más soñada, la chispa que ilumine nuestra vida. El pasado 13 de enero, jueves para más señas, fui a una consulta médica en el Ambulatorio de San Andrés, con mi mujer, que siempre tiene alguna pepla, para que el especialista, a la vista de la radiografía que mostraba, le señalase la fecha aproximada para operarle de un quiste que tenía en su mano izquierda. Pero mientras esperaba en dicha consulta observé que en el rótulo ponía: «T. Abad Guillén», y me dije para mí: «¡Anda, mira que curioso! Este médico, por sus apellidos, quizá pueda ser de Archena. Y con suerte, a lo mejor, hasta es palomista. Si es así, ya tengo un motivo para pegar la hebra con él, si viene al caso».

Pero no, luego resultó que el doctor, tal vez suplente, se llamaba Lorenzo Martínez, muy familiar y simpático, que nada más verla, sin mirar siquiera la radiografía que portaba en un sobre gigante, la saludó de esta guisa: «Hoy se ha levantado usted con el pie derecho» (una forma de hablar, como otra cualquiera, porque iba en silla de ruedas, aquejada precisamente de la quebrancía del 5º metatarsiano diestro, de otro percance anterior. Añadiendo jocosamente, más o menos: «Como el Servicio Murciano de Salud dispone últimamente de muy escasos recursos económicos, en lugar de médicos, ha contratado curanderos… Así que hoy le voy a echar a usted los polvos de la madre Celestina, y ya verá como sale de aquí más fresca que una lechuga, sin pasar siquiera por el quirófano, que tanto teme» (por ser diabética).

Y, efectivamente, le apretó fuertemente en la muñeca afectada, con algún grito que otro, que por poco ve las estrellas; pero el cartílago dichoso, el hueso, o lo que fuese, lo metió en su sitio, dejándola tan bien. Pero, eso sí, recomendándole que se pusiese una muñequera apropiada para que le bajase la hinchazón y la ‘magia’ empleada en la sesión surtiese mejor efecto… Pero lo bueno del caso viene ahora. Mientras bajábamos por el ascensor, una paciente comenta que al día siguiente tenía que ir a la consulta del Doctor TRIFÓN Abad Guillén, despejándoseme, en ese momento, la incógnita de la famosa T, que aludíamos al principio.

Y lo que son las cosas, en ese preciso instante, me vino a la memoria, lo que hacía tiempo me había referido, un condiscípulo suyo, paisano nuestro, de los tiempos de bachillerato (J.M.A.L.). Allá por los años 60, cuando les impartía clase de Filosofía en el Instituto Alfonso X el Sabio, nuestro querido paisano, el sacerdote D. Pablo Saíz del Olmo (conocido, indistintamente, por estos pagos, con el apelativo cariñoso del ‘Maestrillo’ o el ‘Padre Pitillo’). El mismo, por cierto, que glosando certeramente las clásicas travesuras protagonizadas por el renombrado doctor de La Algaida, de su época de estudiante, acuñara una frase célebre, que decía: «Para follón constante, ‘trifonadas’ al instante…», demostrándose, una vez más, que el mundo es un pañuelo…

MÁS QUE UÑAS, GARRAS

MÁS QUE UÑAS, GARRAS Javier Miñano

Yo a las uñas de los pies les tengo mucho respeto, por eso sólo me las corto de uvas a peras y con mucho tiento. Tanto que, a veces, se hacen tan largas, que se asemejan mucho a las que describen los famosos humoristas Faemino y Cansado, y aún me quedo corto. Y no por nada, sino porque tienen mucha importancia. Así, al menos, vienen reflejadas en el Refranero General Ideológico Español, compilado por Luís Martínez Kleiser, individuo de número de la Real Academia Española (Editorial Hernando. Madrid MCMLXXVIII-1978). Volumen en el que vienen dos refranes completos, con sus nombres y dos apellidos y hasta con un número específico en su honor (osea, que no hablo con muertos). En el primer caso, con el número 58.997, que dice: «Mi comadre Mari Suciales, uñas largas y negrales»; y en el segundo, con los dígitos 61.178, con la siguiente moraleja: «Uñas duras , larga vida». Pero, disquisiciones aparte, lo cierto es que, llegada determinada edad, con ellas no hay quien pueda, y el cortarlas es un problema muy gordo. Y para tenerlas en las debidas condiciones, hay que recurrir a un buen profesional, a un podólogo de confianza, que te las tenga en su punto justo. Ni muy largas, como me ocurrió a mí la última vez, que no hacía más que mirar, de arriba abajo en la consulta, por si me grababan, rojo como un tomate, afligido por la vergüenza. O tan cortas, tan cortas, que parece que estás mocho, y te tropiezas en todas las patas de la mesa, poniéndote los dedos gordos del pie, en carne viva. Yo, si me lo permiten, y hablando en confianza, las prefiero largas larguísimas, ¡donde va a parar! Ya que, en caso de apuro, y por si se terciase, darle a alguien una patada en el culo, como Dios manda, equivaldría a que lo empitonase un miura y de los más bravos. Y yo, como aficionado que soy al arte de Cúchares, estoy convencido que no hay mejor defensa que un buen ataque; aunque sea por la retambufa y a traición. ¡Ya lo saben!

A CUENTO DE UNA FRASE HECHA

A cuento de una frase hecha Javier Miñano

El pasado 28 de agosto, día de San Agustín, coincido en El Sordo, con un viejo amigo al que no veía desde hacía muchísimo tiempo. Y nada más echármelo a la cara (sentado en la barra del bar, nada más entrar a la izquierda, debajo del cuadro que hay de Jesús Sánchez Moreno ‘el Boni’) voy y le espeto: «¡Anda, cúanto tiempo sin verte! ¿Dónde te metes que no se te ve el pelo?». Y al verle totalmente alopécico y brillándole la cabeza casi como una bola de billar, aturdido por mi impertinencia, como excusa, le digo: «Perdona por la franqueza, pero es lo primero que se me ha ocurrido». Pero el bueno de él (que para que nos vamos a andar por las ramas, resulta ser Raúl Yelo Moreno, antiguo dueño del Bar La Canailla ‘Pestaña’), como para sacarme de mi error, se da la media vuelta en su silla giratoria, y cuál es mi sorpresa cuando le observo una larga coleta, que casi le llegaba hasta la concusilla, que tira por tierra mi primitiva apreciación. Aunque en esta ocasión, todo sea dicho, lejos de parecer una cuidada y sedosa trenza, con tintes femeninos, se asemeja más bien a una desaliñada ‘lía de esparto’, por no decir de albardín, hecha de prisa y corriendo y al tuntún, y con la mano zocata, que peor que si se la hubiese hecho la ‘Amparo de la Panocha’, recién levantada. Dándole, pese a todo, cierto aire picarón, entre hippie y ácrata, y que tanto mola. Para enmendar tamaño desafuero, no obstante, le pago el café, y pelillos a la mar; que el mejor escribano tiene un borrón. Teniendo muy en cuenta, para el futuro, eso sí, lo que nos recomendara al respecto aquel viejo sabio local: «Antes de pronunciar palabra, piensa que lo que vas a decir es más importante que estando en silencio». Ya digo, freno y marcha atrás. ¡Punto en boca!

EXAMEN

Examen Javier Miñano

El profesor de matemáticas, al final de la clase, le dice a todos sus alumnos: «Mañana, sin falta, y sin excusa ni pretexto (salvo causa de fuerza mayor), realizaremos una prueba, muy determinante, para el examen final. Así que, ya lo sabéis, os quiero ver a todos aquí».

Uno de los alumnos (el más fresco de todos ellos), sin embargo, puesto en pie, le previene que lo más seguro es que no pueda comparecer, alegándole «cansancio por exceso de actividad sexual», contestándole el docente al punto. «No me vale el argumento, ya que como el examen es escrito puedes hacerlo con la otra mano y, por si las moscas, puedes traerte también un cojín para estar sentado».

¡Estaba en todo!

VISTA DE ÁGUILA

Con este escrito iniciamos el expediente del año 2022, y va de correos y de la vista de lince, o de águila, de algunas funcionarias, ¡listas donde las haya! Les cuento: por problemas burocráticos, agravados por la pandemia, la remesa tradicional a nuestros anunciantes (con el Extraordinario de las Fiestas de Ricote), no acaba de salir de nuestras dependencias, y corre ya el día 27 de enero, una semana después de su publicación.

Para evitar demoras excesivas, y probar suerte, elijo dos casos muy concretos (a mi cuñada Ángela, que además de familia, contribuye a su edición, con el patrocinio de tres módulos, y a mi hijo Raúl Aitor, que amén de colaborador del referido Especial, en esta ocasión, aparece en la Página Gráfica, acompañado del famoso radiofonista, Luis del Olmo, en Ponferrada) y con misivas dirigidas a Madrid y La Coruña, respectivamente. Incluyéndose en el envío, una simple tarjeta de visita, el expresado Suplemento de 40 páginas y sendos ‘Pregones Especiales de las Fiestas 2021’, con texto original de José Miguel Moreno Moreno, el zagal de Ambrosio; lo más bonito y emotivo que se haya escrito nunca, sobre la verdadera ‘esencia’ de nuestro pueblo.

A tal fin, siguiendo el protocolo, me pongo en la cola, que parte desde la calle, y al entrar dentro del edificio oficial de Correos, sito en la Plaza Circular (o en la Rotonda) la funcionaria encargada de este menester, muy solícita, nos va dando el número correspondiente, a los distintos usuarios. Menos a mí, que cuando me llega el turno, soslayo esta oportunidad, por deseo expreso, rogándole muy encarecidamente que me lo entregue más tarde, ya que tengo por costumbre realizar esta operación tranquilamente y a mi aire, en una mesa redonda, preparada al efecto para los peticionarios o clientes, y me temo que me van a citar en la pantalla mucho antes de culminar tal faena.

Cumplido este trámite, a mi aire, como digo, vuelvo de nuevo a la interfecta, ahora sí, para que me dé la tanda, asignándome los dígitos M018. Y con mis dos sobres debajo del brazo, debidamente cumplimentados y con la expresión clara de los dos destinatarios concretos y el nombre del remitente, osea, de este que suscribe, me avengo a pasar por ventanilla, cobrándome por el ‘servicio’ cinco euros (es decir, 832 de las antiguas pesetas, que se dice pronto).

Ahora, lo curioso del caso es que en la salida, realizada ya la gestión, me la encuentro otra vez en el hall y, al despedirme de ella, maquinalmente y con un leve gesto de cabeza que pretendía ser amable y de mera cortesía, muy efusivamente y alzando la mano, de forma ostensible, me contesta: «Adiós; que pase usted un buen día, D. Alberto…». ¡Me quedé de piedra! Ya que no la conocía de nada, y la única pista que debí darle para descubrir mi identidad es que, de refilón y a hurtadillas, pudiese haber ‘visto’ mi nombre en el remite. Porque, si no, no se explica…

¡Ah! y como relaciones públicas y etiquetosa, un diez. ¡Vivan los servicios públicos!

RELOJ MUY SOFISTICADO

Reloj sofisticado Javier Miñano

Para que el lector interesado se percate realmente de la situación, les voy a contar una pequeña historia. Por un trabajo artístico realizado a un convecino nuestro, muy ‘historiado’, y para el que conté en su día, con la estrecha colaboración de un fotógrafo, un dibujante y hasta de un diseñador, e impreso en un taller murciano de mucho postín (y que quedó de dulce), la familia afectada tuvo el detalle de corresponderme con un bonito reloj. De una marca de alto copete y muy cara (Sandoz), pero con un pulsera tan intrincada, que para apretarla había que hacer un curso en Suiza. Por tal motivo, y dada mi impericia para estos menesteres, fui posponiendo su uso, transcurriendo más de diez años en intentar ponérmelo de nuevo. Y porque había una boda, muy pomposa por medio, que sino tampoco. Bueno, el caso es, que el pasado 23 de octubre, urgido por esta circunstancia nupcial, fui a un relojero para que lo arreglara o lo adaptase a mi patosidad. Y nada más echárselo a la cara, exclamó: «¡Menudo problema que me trae usted! La única solución que tiene es cambiarle la correa, pero esa tarea no está en mi mano; sólo se la puede hacer el fabricante». Y mirando en sus entresijos, descubre que pone «made in China». Y en lugar de tomármelo por la tremenda, creyendo que era una broma, le digo: «No hay problema, a China que me voy yo», diciéndome por lo bajini: «Con las ganas que tenía de conocer Pekín, ya tengo la excusa perfecta». Y en esas ando de preparativos del viaje y con mi mujer que está que trina. Temiéndose que si me voy solo, a lo mejor no vuelvo. Y no le falta razón.

Sobre todo porque, efectivamente, era una broma del relojero, que ese día debió levantarse cachondo, cobrándome por el arreglo (un simple cambio de hebilla y una pila nueva) nueve euros. Y, desde entonces, lo llevo puesto noche y día, no quitándomelo ni para dormir.

CANCIÓN BERMEJERA

Canción bermejera Javier Miñano

A cuento de la estancia de Constantino Moreno Guillamón en La Bermeja se cuentan miles de historias. No en balde, ejerció en dicha pedanía, durante mucho tiempo, infinidad de papeles. Y todos muy instructivos y provechosos. Su polifacetismo llegó a tal grado que, prácticamente, lo fue todo en este paraje. Pero, fundamentalmente, como maestro y ayudante técnico sanitario.

Pero, parece ser que este buen hombre, casado muy tardíamente y que en tiempos estudió en el Seminario, su mujer, una tal Encarna, no militaba en la misma onda laboriosa, pegándosele las sábanas más de la cuenta. Hasta el punto que sus parroquianos pusieron en solfa su actitud, con las siguientes coplillas: «El maestro de La Bermeja /es hombre que es de bronce /pero en cambio su mujer / se levanta a las doce». Y otra variante, sobre el mismo tema, que dice así: «A las doce viene el maestro/ y no ha cocido las alubias./ Empieza a pegarle palos/ y le rompe las costillas. ¡Ay que tía, ay que tía, que se levanta a medio día!».

UN PAÑUELO COMPARTIDO

Pañuelo Javier Miñano

Menos los miércoles a la tarde, que toca música, muchos otros días de la semana los paso habitualmente leyendo en la biblioteca del Centro Cultural de Castilla, en San Basilio (Murcia). Y un día de tantos, en plena epidemia de la gripe (y con el coronavirus en todo su esplendor) una chica con la que compartía mesa, muy acatarrada y sin dejar de toser, tan apurada se ve, que me pide el pañuelo para sonarse. O, al menos, así lo entendí yo. La primera vez en mi vida que me pasaba una cosa parecida. No sabía si reír o llorar.

Tan afligida la vi, que me eché mano al bolsillo del pantalón y le mostré mi pañuelo. Un moquero antidiluviano descomunal, más grande que una sábana, usado por demás, lleno de agujeros y deshilachado hasta decir basta, y con ‘muestras’ bien evidentes de mi identidad personal; como corresponde a un buen Chifarra.

Sin muchos más detalles, porque si los explico quedo como un guarro (viniéndome a la cabeza, según el dicho, los escrúpulos del padre Gargajos: «Que se comía los mocos a capazos»). Ante mi turbación y, me supongo, que también de la suya, declina mi ofrecimiento y me dice: «Muchas gracias por asistirme, pero yo lo único que quería era un simple clínex de papel, de usar y tirar». En un tono muy altivo y casi subida a la parra. Y que, si lo sé antes, le iba a ayudar su abuela.

Luego he sabido, tonto de mí, que la referida prestación se puede adquirir en todos los supermercados y, para los más exquisitos, a mayor precio, hasta en las farmacias. Y, más concretamente, con el nombre de extra suaves, de la marca Elena Segurele. Pero el trago que yo sufrí, por nadie pase. ¡Siempre se aprende algo!