Allá por los años 30, y siendo párroco D. Arturo López Soler y sacristán Teodoro Avilés Villar, ocurrió un Sábado Santo por la noche, el siguiente incidente: Teodoro estaba preparando las imágenes para la procesión del Domingo de Resurrección cuando, en un descuido, se le cayó al suelo la imagen del Señor Resucitado (precisamente) y se le rompió el Brazo Triunfante, es decir, el derecho por el húmero, pues la talla era de madera.

Ante tal imprevisto, el sacristán llamó a su amigo Antonio Moreno Sánchez, ‘el barbero’, apodado ‘El Maestro’, y le dio la solución: lo encoló con aquella cola que había que calentar, poniéndole un lazo rojo para disimular la rotura.

Al día siguiente, se celebró la procesión, y causó una gran admiración el lazo rojo que mi abuelo, el Maestro, le puso al Resucitado, tan aparente, para salir airoso del trance.

50 años después...

El 2 de diciembre de 1988, falleció de forma repentina, José Molina Cánovas, ‘Pepe el Comino’. En la Semana Santa siguiente, de 1989, el Sábado Santo, me llama D. Manuel Jiménez Sánchez-Morales (titular de la parroquia, a la sazón) y me dice: «Antoñele, vente a la iglesia, que hay que cambiar la hora del reloj, pues Pepe se llevó el secreto a la tumba».

Me subí a la torre a su nieto, Ginés Amor Molina y a Francisco Muñoz Gómez (monaquillo y que luego sería Juez de Paz en el municipio) para apuntar cómo se hacía, y después de varios intentos, lo conseguí.

Bajando por las escaleras oímos gritos y llantos lastimeros: «¡Qué pena!, ¡qué desgracia más grande! ¿Qué vamos a hacer ahora?». Bajando con el corazón encogido por lo que pudiera pasar. Al llegar al Altar Mayor, el Presidente de la Cofradía Virgen de los Dolores, San Juan y Señor Resucitado, Victorio Miñano Turpín, se dirigió a mí y me indicó: «Se nos ha roto el brazo del Señor Resucitado a la altura del codo». Era el brazo izquierdo, el que lleva la Bandera, y me dijo que tenía que arreglarlo, y que pusiera a prueba mi ingenio, como tantas otras veces.

Bajé a casa, me subí escayola, estopa y alambre. Preparamos como ‘mesa de operaciones’ a dos generosas madres: Carmen Turpín Sánchez (’Carmen de la Anastasia’) y Carmen Avilés Palazón (’Carmen de la Narcisa’), con todos sus adornos personales, para que el destino se lo tenga en cuenta, sentadas en un banco para acolchar la imagen.

Amasé la escayola con estopa, y con trozos de alambre, encajamos perfectamente el brazo, terminando a altas horas de la noche.

Al día siguiente, Domingo de Resurrección, la procesión salió a la perfección, con su baile y sus genuflexiones correspondientes. ¡Y todo salió bien!

Querido amigo y paisano, guarda para la historia estos dos casos paralelos, tan pintorescos y llamativos.

En recuerdo de mi abuelo Antonio Moreno, el Maestro, en Ricote a 20 de enero de 2022.


Y dicho todo lo cual, como remate, me hago la siguiente reflexión: «No lo haríamos tan mal, cuando ha transcurrido tanto tiempo, desde entonces, y la referida imagen aún permanece intacta. ¡¡¡Milagros del Señor!!!».