Desde que me reconozco, desde muy niña, siempre tuve a mi padre como mi mayor referente. Por encontrar en él tantas virtudes, y de toda índole, que me gustaría que mis hijos y mis nietos lo tomasen como modelo, como un ejemplo en el que mirarse. Aunque ya sé que en los tiempos que corren se manejan con otros esquemas, y no están muy por la labor, pero esa sería mi mayor ilusión. No obstante, empecemos por el principio…

Mi padre, miembro de una familia muy humilde, era hijo de Juan Antonio Saorín Palazón (’Juan Antonio el Guardia’) y de Carmen Soriano Romero, que vivían en la calle San Sebastián, junto a Patrocinio, y el cuarto de cinco hijos. Nacidos por este orden: Andrés, María, Carmen, Juan Antonio (17-8-1913) y Paco; frutos de su segundo matrimonio.

Y a resultas del primero, tras casarse, con María Salmerón Moreno, le nacieron cuatro vástagos, con estos nombres: Virtudes, Sebastián, Caridad y Encarnación, nueve hijos en total. Así que, imagínense el número de primos y ‘reprimos’ que tengo en mi parentesco, que cuando voy a Ricote, me falta tiempo para saludarlos a todos. Y citados, tal como se indica, pues me hacía más apaño, aunque no sea lo usual; pero para gustos están los colores…

Con tantas bocas que alimentar, en derredor, y ante una situación tan caótica –si no hubo alguna helada de la Huerta, entre medias, terrorífica- no hubo más remedio que salir del pueblo desesperadamente, tras la búsqueda de una vida más estable y una ‘paguica’ reparadora, que echarse al talego.

Como se han visto obligados a hacer, lamentablemente, muchos de los vecinos de La Palma, después de ‘engullirse’ sus casas y propiedades la lava del volcán de Cumbre Vieja. Quedándoles solamente, como consuelo, «el cielo por techo y el suelo como cama», como confesaba, atormentado, uno de los muchos afectamos, muy bellamente. Por mucho que nuestro poeta popular, por excelencia, Serafín Salmerón Moreno, lo quisiera disfrazar humorísticamente, la precariedad y la hambruna eran el pan nuestro, el mendrugo, de cada día.

A tal fin, a los 18 años, pone tierra de por medio, enrolándose como voluntario en el Ejército Español, en Barcelona, el 1 de marzo de 1932. Y siempre, como toda su familia, muy dicharachero y cascantín, muy gracioso y ocurrente, con un punto pícaro en su disertación, que lo hacían sumamente atractivo y seductor y de un carácter encantador inimitable.

En el desempeño de su vida militar, muy ajetreada, y con la guerra civil por medio, va alternando sucesivamente, distintas localidades de asentamiento profesional, y aumentando su hoja de servicios, en diferentes lugares de España (Melilla, Tetuán, Madrid, Cáceres, Lérida, caja de reclutas de Murcia, Valencia, Alicante, como 2º Jefe de la Guardia Municipal, etc.), hasta su ascenso a Teniente, el 28 de diciembre de 1963, y su jubilación definitiva, el 17 de agosto de 1964. Y siempre, irremisiblemente, poniendo su espíritu y vocación de servicio, por encima de cualquier otra ambición militar o política. Y tan serio y responsable que su norma de conducta, podría resumirse en un lema, muy gráfico: «Si todos barriéramos nuestra puerta, la calle estaría siempre limpia». El mismo que utilizara ‘Jesús el Boni’, alcalde de la localidad, nada más terminar la Guerra Civil, para que el pueblo estuviese resplandeciente como una patena.

No podía andar con el peso de sus medallas

Lógico era que con tanta dedicación y entrega, y durante tanto tiempo, su hoja de servicios estuviese repleta de recompensas. Con tal cúmulo de medallas (que hasta diez le tengo contadas y algunas muy sonadas, como la Medalla Militar colectica, la Cruz Roja al Mérito Militar, la Medalla de Sufrimiento por la Patria, pensionada, etc.) que orlaban tanto su pechera que no podía andar con el peso de tanta púrpura. Y que mi madre, cada vez que lo veía asistir a un desfile o en traje de gala, se le caía la baba, si me permitís el ripio fácil.

Como se me olvidaba decirles, que uno de los mayores encantos de mi padre, era su voz. Tan profunda y cálida, que me recordaba un poco, por el tono, al del actor jumillano José Guardiola, ahora que se cumple el primer centenario de su nacimiento. Excelente intérprete y mejor doblador de películas, que ha puesto su voz en boca de artistas tan famosos, como Humphrey Bogard, que oímos en Casablanca y La reina de África, o a otros, de igual mérito, como Michel Piccoli, Richard Widmark, Richard Burton o Lee Marvin, ‘duros’ del cine americano y europeo. Y que yo pude disfrutar tanto, desde pequeña, como hija única y mimada que era, oyéndole cantar unas nanas deliciosas, de las que aún me acuerdo conmovida; palabra de honor…

Con la vida ya resuelta, aunque muy tardíamente, se casó con Nieves Sánchez Saorín (el 14 de julio de 1947, con 29 años, recién cumplidos, y esplendorosa). Hija de Jesús Sánchez Guillamón (hermano de la Orosia de Salcedo) y Lucrecia Saorín Gómez. También familia numerosa y padres de cinco hijos, que entonces no había televisión. Venidos al mundo, en la siguiente escala: Carmen, José Antonio (fallecido muy prematuramente y por un ataque de apendicitis), Nieves, Jesús y María Luisa. Igual que, un poco más tarde, se casaría su otro hermano Paco, el benjamín de la estirpe, con la más menuda de la casa: María Luisa. Uniendo a su condición de hermanos, curiosamente, también el de ‘concuñados’. Circunstancia esta, muy curiosa, que se prodigaba mucho en los pueblos muy pequeños, como el nuestro. Como es el caso de los ‘Chifarras’, Moisés y Celestino, con las hermanas Carmen y Orosia Salcedo. O el de los hermanos Jesús y Pepe Torrano Banegas, hijos de Jesús ‘el Carabinero’ o ‘el Balsero’, con las hijas de Eleuterio: Anita y Angelita; por no extendernos más, que el papel se acaba…

Y para completar el perfil de la pareja, para mí perfecta, habría de añadirse que mi madre, a pesar de no haber salido nunca de Ricote, si se exceptúan sus breves incursiones a Portmán (pedanía de La Unión) acompañando a su tío, el sacerdote Rogelio Saorín Gómez, hermano de mi abuela Lucrecia y de Milagros (madre del ‘Pequeñín’) tuvo siempre una gran intuición, inteligencia natural y una bondad infinita. Y como guapa y elegante, pocas como ella. Como sería su prestancia y finura, su sexapil…, que una vez casada, su primera visita fue a ver la Fortaleza de Montjuit y al Grupo de Tiradores de Ifni, y su presencia allí, causó tal impacto, que resultó deslumbrante y espectacular. Algo apoteósico.

A lo largo de su ejercicio profesional, como militar de carrera, tuvo la oportunidad de hacer muchos favores a infinidad de paisanos nuestros (que entonces no estaba mal visto) mientras hacían la mili, o en cualquier otra circunstancia personal, como expresión de influencia, ascendiente o autoridad moral. Como lo hicieran, en otra época, una pléyade de miliares insignes: como el general Félix Gómez-Guillamón, el capitán Vicente Gil Villar, el mutilado y sargento de caballería Antonio Cuadrado Yelo (hermano de la Pilar de la Herradora y muy amigo del general García Valiño), con fuertes tentáculos en Melilla o Madrid, o el teniente coronel Antonio Bermejo Molina. Nacido en el Campo de Ricote y del que su hijo Antonio, procurador de los tribunales, tenía tanto pesar, porque en la casa donde morara no se le hubiese puesto una placa de reconocimiento por parte del Ayuntamiento; que ese dolor también me acompaña a mí, para qué negarlo.

Aunque luego, después de tanta entrega y desvelos, por los demás, pudiera ocurrir que nadie te lo agradeciera. Ya lo afirma el dicho popular: «Amigo beneficiado, enemigo declarado». Como a otro nivel, mucho más alto, así lo reconocía el dirigente negro norteamericano el pastor baptista Martin Luther King (1929-1968), Premio Nobel de la Paz en 1964, en una sentencia célebre, cuando decía. «Nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada más rápido que un favor».

Aunque para mi satisfacción personal, debo decir, y digo, que este no era el caso concreto de mi padre, por sorprendente que parezca. Ya que, cada vez que vuelvo por aquí, son tantas las muestras de gratitud que recibo de unos y otros, incluso de algunos que no conozco, que su suma complacencia me abruma.

Como tengo un disgusto tremendo, gordísimo, de los que no se olvidan de un día para otro, al no haber podido conseguir, tras quince años de larga espera, que en la casa que fuera de mis abuelos, y ya con la propiedad en mi mano, no pudiera yo edificar la mía. Con el ático a punto de su entrega, a cambio, simplemente, de la permuta por el solar. Y con evocaciones tan íntimas, de las que te tocan el corazón, que solo su mención me estremecen. Situada en el corazón del pueblo, y dando a tres calles, tres aldabonazos en la conciencia: calle de Santiago, de la Iglesia (integrando en ella, la casa que fuera de ‘la Paca’, hermana del Cojo de la Asunción y mujer de Antonio de Pelegrín), con un pasadizo por medio, en lo que fuera la residencia de Rafael el Andaluz, solterón y exguardia de la Huerta. Y al medio día, el parque de Celestino y las Pastoras, casi nada. Muy cerquica de la Balsa de la Adelaida de Pestaña. Y por el este, pared por medio, con el inmueble, de mi admirado primo, José María, y su encantadora mujer, Esperanza. ¿Se puede pedir más?

Y que más que una casa rural, por su empaque y embrujo, para mí, es más que el Palacio Real. ¡Qué lástima, Dios mío! Menos mal que cuando quiero conectar con los míos, y cargar las pilas, de esencia pura, siempre tengo plaza reservada en la Residencia Militar de Archena, con mi marido Diego López López (Teniente coronel, de artillería, para más señas). Pero no es lo mismo; para que nos vamos a engañar.

Pero, por si faltaba alguna muesca más, que añadir a su casaca militar, aún participó, como combatiente, en la División Azul, igual que otros dos paisanos nuestros (José Gómez Torrano ‘Pepe Torrano’ y Julio Maestre Rosa). Unidad militar española, formada por voluntarios que, integrada en el ejército alemán, combatió en el frente E durante la Segunda Guerra Mundial. Dirigida por Agustín Muñóz-Grandes, que luego sería capitán general del Ejército Español y vicepresidente del Gobierno (1962-1967). Y más tarde, por Esteban Infantes. Luchó contra los soviéticos de 1941 a 1943, aunque posteriormente, siguió con otros nombres y funciones. Llegaron a pasar por ella 60.000 hombres, por distintas motivaciones (entre otros muchos, personajes tan famosos, como Álvaro de la Iglesia, director de la Codorniz o el cineasta Luis García Berlanga) de los que murieron 4.000.

Numerosas ‘batallitas’ que yo oí, enternecida, como heroicas batallas bélicas, o llorando como una magdalena, a moco tendido, cuando me contaba sus breves estancias hospitalarias, curándose sus heridas de guerra.

Como me emocioné más tarde, como niña que era, el 22 de abril de 1954, cuando el barco Semiramis regresó, desde el puerto de Odessa a Barcelona, con 229 supervivientes a bordo, con la parafernalia propia de la época, y retrasmitida en directo por Radio Nacional de España. Calificándola como «día de júbilo nacional». Con un acto solemnísimo, celebrado en la basílica de la Merced, cuya ceremonia presidió el arzobispo de Barcelona, Monseñor. Gregorio Modrego y Casaús.

(Cuyo balance, y dato curioso, de bajas, podría resumirse en las siguientes cifras: de los cerca de 47.000 voluntarios españoles que marcharon a Rusia, las estimaciones hablan de 4.954 bajas, 8.700 heridos y 372 prisioneros por el Ejército Rojo. Estos 372 prisioneros fueron enviados al GULAG, donde tuvieron que esperar hasta la muerte de Stalin durante 12 largos años de trabajos forzados. Solo volvieron 229 aquel 2 de abril de 1954).

Peripecias y vicisitudes, todas ellas, contadas en su mayor crudeza, en un libro voluminoso, de 818 páginas, al cual remitimos, titulado ‘Soldados de Hierro (Los Voluntarios de la División Azul’) del escritor Francisco Torres García (Editorial ACTAS S.L. 2014), profesor de la Universidad de Murcia, en la especialidad de Historia Moderna y Contemporánea.

Y en la ficción, el libro rotulado ‘Me hallará la muerte’, del columnista y asiduo colaborador de los diarios de Vocento, José Manuel de Prada (Baracaldo, Vizcaya, 1970), Premio Planeta de 1997, con su obra La tempestad. Y al que, ya en sus inicios, Francisco Umbral, vaticinó un gran éxito, en su carrera literaria, con textos como Coños, El silencio del patinador y Las máscaras del héroe.

Sus amigos, siempre en un pedestal

Pero, por encima de todo, no olvidaré nunca su amor desmedido por el juego y la sana diversión. Por hacérselo pasar bien a los demás y, muy especialmente, a los suyos, con su carácter abierto y expansivo y su encanto arrollador. Disfrutando, con la mayor felicidad del mundo, de las pequeñas cosas, con una buena lectura, jugando al dominó, o cantando, que era una delicia oírle. Compartiendo los mejores ratos con los amigos, que tenía siempre en un pedestal. Y, por encima de todos ellos, a Jesús Candel Guillamón, ‘el Manco’, y Jesús Gómez García, ‘el Pecao’, a los que adoraba. (que luego serían dueños del cine Porvenir y principal accionista de Nuevas Galerías y Artemur, o Delegado Provincial de la O.N.C.E., respectivamente). Tan feliz y contento, y con la sonrisa permanentemente en la boca, hasta que nos dejó para siempre, en el día 21 de junio de 1971, con apenas 57 años, pero que su memoria, cada vez más añorada, estará siempre en nuestro recuerdo.

Y, por último, como cierre de esta colaboración, que espero les guste, una cita del escritor inglés Anthony Bugess (que hoy me ha dado por la cultura, como maestra que soy) que hubiera sido de su especial predilección, al estar muy en sintonía con su excelente humor y mejor talante, y a modo de homenaje personal: «Ríe y el mundo reirá contigo, ronca y dormirás solo». ¡Lo dicho!

Saludos muy cariñosos para todos y ¡muy Felices Fiestas!