Querido Alberto Guillamón Salcedo. Me sorprendió tu oportuno envío leyendo a Gerald Brenan, aunque no precisamente Al sur de Granada. Enseguida abrí el libro de Fernando García de Cortázar, y en concreto el capítulo dedicado a Ricote, ‘Valle de Ricote, el dolor de la acequia’, en el que se cita previamente a un poeta que amo en especial, el legendario Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana.

Paisajes de la Historia de España del escritor e historiador vasco García de Cortázar, recientemente publicado por Espasa, llega a mi atención gracias a ti, amigo mío. En sus páginas leo:

«Las penosas condiciones de la expulsión fueron acogidas con tristeza por no pocos cristianos… El decreto real y su implacable ejecución encontraron también la oposición de algunas voces críticas dentro de la minoría pensante, entre las que destacaría la del conde de Villamediana, siempre dispuesto a dar una estacada al duque de Lerma:

Cien mil moriscos salieron,

Cien mil casas dejaron,

Esas haciendas que se hallaron,

¿en qué se distribuyeron?

La moneda que subieron,

causa de pena y de lloro,

al subir también el oro

con tan poco fundamento,

arbitrio al fin de avariento

para aumentar su tesoro.

Cerca de trescientos mil moriscos fueron deportados entre 1609 y 1610…»

(págs. 250-251).

Villamediana hacía mención en sus versos a Lerma, el poderoso valido de Felipe III, que «fue el encargado de poner su sello a la expatriación forzosa».

Querido Alberto, ¿sabes qué edad tenía el conde de Villamediana en esas fechas dramáticas? Pues aproximadamente unos 21 o 22 años, y murió asesinado en la siguiente década, en extrañas circunstancias que influyeron mucho para la leyenda del Tenorio.

Gerald Brenan, el gran historiador inglés, como un morisco de antaño se vio obligado al exilio durante nuestra Guerra Civil. Regresó anciano a su querida España desde su asilo en la periferia londinense. El último tramo de su larga vida volvió a sus amadas Alpujarras. Descansa su cuerpo en su patria de elección… Brenan fue quien mejor escribió acerca de San Juan de la Cruz, que permanecía oculto durante siglos, a la sombra de la ‘enormidad’ de Santa Teresa de Jesús, personalidad más afín con la mentalidad hispana.

Amigo mío, es mi deseo estar en Ricote, contigo y tu amplia y hospitalaria familia; con Araceli y los suyos, tan valiosos para mí, y en el recuerdo de José el ‘Chapeta’, su esposo. Llevamos dos años difíciles, por las distancias establecidas a causa de un peligro como mínimo confuso… Volver a Ricote es mi sueño para este año. Recuerdo la última vez, por este tiempo en el que madura el limonero, conducido por Guillermina Sánchez Oró y su gentil esposo… ¿Volverá a repetirse? La Providencia lo quiera.

Hasta siempre Alberto, dándote las gracias por el vino enviado. El vino ricotí bien acompaña el ‘Albudeite, pan y aceite’ del poeta, las tarbinas dulces y el chamorro salado… Y quisiera cerrar estas palabras mías con estas otras de Fernando García de Cortázar que tú precisamente me subrayas. En respuesta a la periodista Rosa Martínez, el lunes 20 del pasado diciembre, en La Verdad, el director de la Fundación Vocento, precisa que ‘El dolor de la acequia’ es una metáfora: «Los moriscos eran grandes cultivadores del agua. Cuando son expulsados, las acequias sufren: ya no tienen a quienes las mimaban y cuidaban. Este es uno de los capítulos en los que esforzado literariamente. Hablo del dolor y el exilio».

Siempre rendido a tu amistad, querido Alberto.

Tu devoto Alisios Zapata.

Postdata. Subrayo la lucidez de estas palabras de García de Cortázar, que al leer su espléndido libro me sorprendieron: «He escrito sobre los perdedores demostrando que no siempre hacen la Historia quienes ganan, como se suele decir. A veces, las versiones que dan los perdedores son las que más perduran…», me hicieron pensar inevitablemente en mi buen padre, en su silencio digno y orgulloso tras su derrota como militar republicano.