El amor de una madre es tan grande que es capaz de dar su propia vida por un hijo. Y hay madres que, como la de Marcelino, han dado la vida a un mismo hijo hasta en dos ocasiones. «Hizo el gesto más bonito que puede hacer una madre, me dio la vida dos veces. La primera, cuando me parió, y la segunda, cuando me salvó de una muerte segura al donarme uno de sus riñones». El lorquino Marcelino Rubio Merlos se emociona al recordar el momento en que los médicos le dijeron que había un donante y que podría dejar de estar atado a esa máquina que durante 20 meses le mantenía con vida.

La sorpresa fue mayúscula al enterarse de que la donante era su madre. «Sin yo saberlo se presentó en Nefrología y le dijo a los médicos que no quería seguir viendo a su hijo sufrir, que no quería verlo morir mientras esperaba el riñón de un cadáver. Le realizaron todas las pruebas y se comprobó que era compatible. Entonces, fue cuando decidieron contármelo».

En la Región no se realizaban en aquel momento trasplantes de órganos de vivo a vivo, por lo que tuvieron que marcharse a Madrid donde se llevó a cabo la operación. «Antes, hubo que cumplir una serie de protocolos. Querían cerciorarse de que mi madre no estaba coaccionada, ni había recibido cantidad económica alguna por su acción. Es importante este tipo de controles y, mucho más, en aquel tiempo en que la situación era muy diferente a la de ahora», explica Rubio Merlos.

"Tengo una madre que ha hecho el mayor gesto de amor que se puede hacer, dar la vida a un hijo dos veces"

La estancia en Madrid se alargó más de lo previsto. «Aunque era compatible, hubo rechazo inicial y algunas complicaciones, pero afortunadamente ese riñón me duró doce años. Lo traté con mucho cariño, sobre todo, porque mi madre no paraba de repetírmelo cada día. Bueno, aún lo hace», ríe.

En aquel entonces, Marcelino tenía 37 años. Aunque su particular martirio había comenzado mucho antes. «Con cinco años me dejaron con un único riñón que un día dijo que no quería seguir funcionando y ahí comenzó mi calvario». El pequeño sufría de continuos dolores. Le diagnosticaron lumbago, pero la medicación no lograba remediar su malestar. «Mis padres me llevaron a la vieja Arrixaca, el actual Morales Meseguer, y tras unas pruebas me operaron. Me quitaron una piedra que era como un hueso de albaricoque. En la operación me tuvieron que extirpar el riñón», recuerda con tristeza.

Un único riñón le permitió llevar una vida casi normal. «Jugaba al fútbol, hacía artes marciales… Pero un día dejó de funcionar y comencé con la diálisis. He tocado el cielo varias veces, pero también he bajado a los infiernos. Solo el que ha vivido la diálisis sabe lo que eso supone. Un auténtico calvario que te mantiene vivo únicamente con la esperanza de que suene el teléfono y te digan que hay un donante».

"En casa todos somos donantes y estamos a favor de la figura del ‘buen samaritano’, algo impensable aún para muchos"

Cuenta atrás

Ese teléfono sonó en un momento en que la cuenta atrás para Marcelino había comenzado después de perder el riñón de su madre. «Los órganos tienen un tiempo de duración y a él le había llegado su final. Recuerdo que llevaba 16 meses en diálisis. Estaba solo en casa y me llamaron de la Arrixaca. Me dieron un riñón de una persona que había fallecido por ictus y con él llevo once años».

No olvida una de las situaciones más desagradables vividas, pero a la vez de gran alegría. «El riñón que me dio mi madre me produjo rechazo el día antes de la boda de mi hija. Me pasé dos días en hemodiálisis. Me desenchufaron de la máquina con el tiempo justo para ponerme el traje y llevar a mi hija del brazo al altar. No puedo olvidar la satisfacción que sentí al poder hacerlo, pero también la preocupación de ella reflejada en su cara».

Y el último susto ocurrió hace casi un año. Le diagnosticaron un linfoma. «Un cáncer no es bueno para nadie, pero especialmente para los enfermos de riñón, por la peligrosidad de la quimioterapia que afecta a los riñones, pero he conseguido vencerlo. El tumor se ha erradicado y poco a poco me voy recuperando».

Siempre, cuenta, ha tenido un gran aliado. «El mar, que he regado con muchas lágrimas, ha sido mi gran consuelo en los momentos más complicados». Y hace un llamamiento a todos: «Donar el corazón, los pulmones, el hígado, los riñones, las retinas… de un ser querido cuando ya no está es permitir que siga viviendo en alguien que lo necesita». Él es donante y todos los que le rodean. «En casa todos somos donantes y estamos a favor de la figura del ‘buen samaritano’, algo impensable aún para muchos».

El ‘buen samaritano’ es la persona que dona un órgano en vida a un desconocido. «Las personas que llevan a cabo ese tipo de acciones son verdaderos héroes. Héroes anónimos capaces de dar todo lo que tienen por los demás. Me parece el gesto más impresionante del mundo. Y los trasplantes en cadena permiten salvar la vida de varias personas a la vez», sentencia.